La esposa olvidada renace

La esposa olvidada renace

Gavin

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Capítulo

Vendí la casa de mi abuela, mi único refugio, para encontrar a mi esposo desaparecido. Después de cinco años angustiosos, lo hallé en el bar de un hotel de lujo, celebrando. Pero no estaba solo; a su lado, mi hermanastra, Mariana, se regodeaba con él. Escuché sus risas, susurros venenosos que revelaron la verdad: mi "desaparición" fue una farsa, una cruel venganza orquestada por ambos. "Todo lo que ha sufrido es poco comparado con lo que te hizo a ti y a tu madre", le dijo Ricardo a Mariana, acariciándole una cicatriz que ella afirmaba que yo le había causado. Mi amor, el que había mantenido mi esperanza a flote por años, se hizo añicos, transformándose en un glaciar de dolor. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude amar a un monstruo? Él me humilló, me golpeó, me obligó a vivir en la ignominia de su mansión. Un día, mi preciado pulpo, Octavio, el último vestigio de mi vida anterior, fue brutalmente asesinado ante mis ojos por Mariana. El dolor fue insoportable, pero en la oscuridad de ese barco-cobertizo, algo frío y afilado nació en mí. Me arrojaron al mar, con el tobillo roto, para morir. Pero la corriente no me llevó a la muerte, sino a un barco de investigación donde fui rescatada. Ellos tenían videos. Tenían pruebas. La vieja Sofía murió en esas aguas, ahogada por el dolor y la traición. Pero una nueva, una mujer fría y decidida, emergió. "Capitán, necesito un abogado", dije, con una fuerza que nunca antes había conocido. "Y papeles de divorcio. Inmediatamente".

Introducción

Vendí la casa de mi abuela, mi único refugio, para encontrar a mi esposo desaparecido.

Después de cinco años angustiosos, lo hallé en el bar de un hotel de lujo, celebrando.

Pero no estaba solo; a su lado, mi hermanastra, Mariana, se regodeaba con él.

Escuché sus risas, susurros venenosos que revelaron la verdad: mi "desaparición" fue una farsa, una cruel venganza orquestada por ambos.

"Todo lo que ha sufrido es poco comparado con lo que te hizo a ti y a tu madre", le dijo Ricardo a Mariana, acariciándole una cicatriz que ella afirmaba que yo le había causado.

Mi amor, el que había mantenido mi esperanza a flote por años, se hizo añicos, transformándose en un glaciar de dolor.

¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude amar a un monstruo?

Él me humilló, me golpeó, me obligó a vivir en la ignominia de su mansión.

Un día, mi preciado pulpo, Octavio, el último vestigio de mi vida anterior, fue brutalmente asesinado ante mis ojos por Mariana.

El dolor fue insoportable, pero en la oscuridad de ese barco-cobertizo, algo frío y afilado nació en mí.

Me arrojaron al mar, con el tobillo roto, para morir.

Pero la corriente no me llevó a la muerte, sino a un barco de investigación donde fui rescatada.

Ellos tenían videos. Tenían pruebas.

La vieja Sofía murió en esas aguas, ahogada por el dolor y la traición.

Pero una nueva, una mujer fría y decidida, emergió.

"Capitán, necesito un abogado", dije, con una fuerza que nunca antes había conocido.

"Y papeles de divorcio. Inmediatamente".

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La tarde en que Ricardo regresó, el sol implacable bañaba los impecables jardines de la mansión Vargas, casi tan cegador como el traje de lino blanco que él vestía. Un deportivo, escandaloso y ostentoso como su dueño, derrapó sobre la grava, soltando a una mujer pálida y frágil, aferrada a él como si su vida dependiera de ello: Camila Soto, la influencer desaparecida. Los vi entrar por el ventanal, sin invitación, como si la casa aún les perteneciera, ignorando a una Lupe que intentaba detenerlos. "Vengo a verla a ella," dijo él, su sonrisa torcida, esa misma sonrisa de hace tres años cuando me dejó plantada en el altar, diciendo que buscaba su «espíritu» en un rancho. "Sofía," espetó, su voz cargada de una autoridad inexistente, "veo que sigues aquí, como una buena perra fiel esperando a su amo." Luego, Ricardo se desplomó en el sofá de cuero de Alejandro, su padre, y dijo: "Hemos vuelto para quedarnos." Mi corazón no tembló, solo una fría calma, la calma de quien espera una tormenta anunciada, porque sabía que él no era el rey, y yo ya no era la ingenua que él había abandonado. Él no sabía que, con Alejandro, había encontrado dignidad, un hogar y un amor profundo que sanó las heridas de su traición. Me di la vuelta para ir a la cocina, con sus miradas clavadas en mi espalda, pensando que yo seguía siendo la misma Sofía. Pero justo en ese momento, una pequeña figura se lanzó hacia mí, riendo a carcajadas. "¡Mami, te encontré!" Un niño de dos años, con el cabello oscuro y los ojos brillantes de Alejandro, se abrazó a mi pierna, ajeno a la gélida tensión que se cernió sobre el salón. "Mami," preguntó con su vocecita clara, "¿Quiénes son?"

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