Mi Venganza, Tu Dolor

Mi Venganza, Tu Dolor

Gavin

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Miro el correo de aceptación en la pantalla de mi celular. Un escalofrío me recorre la espalda, un eco de un dolor que ya viví. El recuerdo de una vida que terminó en cenizas. La beca para el Instituto Gastronómico más prestigioso de la Ciudad de México. Mi sueño. El principio de mi fin. En mi vida pasada, este correo fue mi boleto dorado. Pero también fue la mecha que encendió la envidia de Valentina, mi prima. Una envidia tan corrosiva que lo destruyó todo. Recuerdo el frío del pavimento cuando me declaré en bancarrota. El olor a humo del horno de mi restaurante destrozado. El rostro de Valentina, fingiendo preocupación mientras celebraba mi caída. Recuerdo morir por dentro, mucho antes de que mi cuerpo se rindiera. Pero ahora estoy aquí, de vuelta en el pasillo del instituto. Justo en el momento en que abrí este mismo correo por primera vez. El bullicio de los estudiantes es el mismo. La luz que entra por los ventanales es la misma. Y junto a mí, Valentina jadea y se tapa la boca con las manos. "¡Prima! ¡Felicidades! ¡No puedo creerlo, lo lograste!" Su voz es un veneno dulce que ya conozco. En mi vida pasada, acepté ese abrazo, ingenua. Hoy, no. Doy un paso atrás. Mi movimiento es tan brusco que su abrazo se queda en el aire. Valentina parpadea, confundida. La sonrisa en su rostro tiembla por un segundo. "¿Sofía? ¿Qué pasa?" La miro directamente a los ojos. Veo la envidia que apenas disimula. El cálculo detrás de su falsa alegría. Lleva un vestido casi idéntico al mío. Su peinado es una copia del mío. Durante años, ha sido mi sombra, mi eco distorsionado. "Pasa que estoy harta, Valentina." Mi voz sale fría y clara, cortando el ruido del pasillo. No más. Esta vez, la historia será diferente.

Introducción

Miro el correo de aceptación en la pantalla de mi celular.

Un escalofrío me recorre la espalda, un eco de un dolor que ya viví.

El recuerdo de una vida que terminó en cenizas.

La beca para el Instituto Gastronómico más prestigioso de la Ciudad de México.

Mi sueño.

El principio de mi fin.

En mi vida pasada, este correo fue mi boleto dorado.

Pero también fue la mecha que encendió la envidia de Valentina, mi prima.

Una envidia tan corrosiva que lo destruyó todo.

Recuerdo el frío del pavimento cuando me declaré en bancarrota.

El olor a humo del horno de mi restaurante destrozado.

El rostro de Valentina, fingiendo preocupación mientras celebraba mi caída.

Recuerdo morir por dentro, mucho antes de que mi cuerpo se rindiera.

Pero ahora estoy aquí, de vuelta en el pasillo del instituto.

Justo en el momento en que abrí este mismo correo por primera vez.

El bullicio de los estudiantes es el mismo.

La luz que entra por los ventanales es la misma.

Y junto a mí, Valentina jadea y se tapa la boca con las manos.

"¡Prima! ¡Felicidades! ¡No puedo creerlo, lo lograste!"

Su voz es un veneno dulce que ya conozco.

En mi vida pasada, acepté ese abrazo, ingenua.

Hoy, no.

Doy un paso atrás.

Mi movimiento es tan brusco que su abrazo se queda en el aire.

Valentina parpadea, confundida.

La sonrisa en su rostro tiembla por un segundo.

"¿Sofía? ¿Qué pasa?"

La miro directamente a los ojos.

Veo la envidia que apenas disimula.

El cálculo detrás de su falsa alegría.

Lleva un vestido casi idéntico al mío.

Su peinado es una copia del mío.

Durante años, ha sido mi sombra, mi eco distorsionado.

"Pasa que estoy harta, Valentina."

Mi voz sale fría y clara, cortando el ruido del pasillo.

No más.

Esta vez, la historia será diferente.

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El zumbido del aire acondicionado en el aeropuerto apenas disimulaba el silencio entre Ricardo y yo; nuestro viaje a Oaxaca, planeado por meses como una pre-luna de miel, de repente se sintió como un último aliento. Justo cuando Ricardo me preguntaba si estaba emocionada, con esa sonrisa perfecta suya, vi a Elena. Venía hacia nosotros con su hija Isabella, esa influencer de viajes, la ex de Ricardo, la madre de su única conexión con un pasado que yo intentaba ignorar. La voz de Elena, demasiado alta, anunció que ellas también iban a Oaxaca, y la sonrisa de Ricardo se congeló, aunque rápidamente la transformó en una máscara de sorpresa forzada. Luego, la pequeña Isabella, con los ojos de su madre, se escondió detrás de Elena, mirándome con una evaluación inquietante, no la inocencia de una niña. Elena, con una falsa dulzura, comentó sobre mi atuendo: "Qué bonito tu conjunto. ¿Lo diseñaste tú?". Sabía que lo decía para recalcar que mi profesión era un "pasatiempo caro", algo que mi familia, y a veces Ricardo, creían. Y entonces, sin que yo pudiera procesar la humillación, Elena pidió sentarse con nosotros en el avión, alegando que Isabella "se sentía mal". Ricardo, en lugar de poner límites, solo miró a la niña que convenientemente empezó a toser de forma exagerada, y cedió. Nuestro espacio para dos se hizo añicos, y me encontré sentada al otro lado, una extraña en lo que debería haber sido nuestro viaje de prometidos, mientras Ricardo les ponía caricaturas a Isabella y Elena le acariciaba el brazo. Cuando en el avión me pidieron cambiar mi asiento de primera clase por uno en turista para que Elena y su hija pudieran estar junto a Ricardo, vi la súplica en sus ojos: "No armes un escándalo, Sofía". No dije nada, solo tomé mi bolso y me fui a la fila de atrás, sentándome junto a un extraño, mientras los veía desde la distancia. Vi cómo la mano de Elena descansaba sobre la de Ricardo, cómo él le abrochaba el cinturón a Isabella, cómo reían y murmuraban, creando una burbuja a la que yo no pertenecía. El avión despegó y Ricardo, reclinado con Elena en su hombro, ni siquiera me buscó con la mirada. En ese momento, supe que no era solo el viaje lo que no había terminado antes de empezar, sino mi relación. La humillación continuó en Oaxaca, donde Elena monopolizó a Ricardo, quien ignoró mis diseños para escucharla. Al día siguiente, me desperté sola con una nota de Ricardo: "Fui con Elena a llevar a Isa a un tour... Te amo". "Te amo", la palabra se sentía tan vacía. Entonces lo vi en Instagram: Elena había subido una foto de Ricardo con el pie de foto: "Mío". Y el comentario de mi propio hermano, Diego: "¡Cuñado! ¡Se te ve increíble! Disfruten. Elena, cuídalo bien". Mi propio hermano estaba del lado de ella. El último clavo fue el comentario de Elena, respondiéndole a alguien: "Ricardo dice que Sofía es un poco aburrida para estos viajes, que no le gusta la aventura, jeje". Sentí el aire faltarme, la humillación pública era total. No era solo Ricardo, era mi familia, era el mundo que me había traicionado. Con las manos temblorosas, abrí mi celular y busqué el nombre de Ricardo. Presioné "Bloquear contacto". Y luego, con una sonrisa amarga, cancelé su boleto de avión de primera clase, el que yo le había regalado por su cumpleaños, dejándolo varado. Mi guerra había terminado.

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