Mi Venganza, Su Peor Pesadilla

Mi Venganza, Su Peor Pesadilla

Gavin

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Capítulo

El aire en el salón de clases se sentía pesado. De repente, una figura familiar se paró frente a mi escritorio: Brenda, mi supuesta amiga. "Sofía, por favor, ¿me prestas tu identificación?" En mi vida pasada, esta petición fue el inicio de mi infierno. Le di mi información, y ella la usó para pedir un préstamo enorme a mi nombre, hundiéndome en deudas y arruinando mi reputación. Pero cuando Diego, mi supuesto novio, me arrebató el bolso para entregárselo, el dolor de la traición me golpeó como un rayo. Recordé el préstamo, la humillación, mis piernas rotas, la falsa acusación, y el camión que finalmente aplastó mi cuerpo. Todo orquestado por ellos dos. ¿Cómo pude ser tan ciega? La Sofía ingenua murió bajo las ruedas de aquel camión. Y renací con un único propósito: venganza.

Introducción

El aire en el salón de clases se sentía pesado.

De repente, una figura familiar se paró frente a mi escritorio: Brenda, mi supuesta amiga.

"Sofía, por favor, ¿me prestas tu identificación?"

En mi vida pasada, esta petición fue el inicio de mi infierno. Le di mi información, y ella la usó para pedir un préstamo enorme a mi nombre, hundiéndome en deudas y arruinando mi reputación.

Pero cuando Diego, mi supuesto novio, me arrebató el bolso para entregárselo, el dolor de la traición me golpeó como un rayo.

Recordé el préstamo, la humillación, mis piernas rotas, la falsa acusación, y el camión que finalmente aplastó mi cuerpo.

Todo orquestado por ellos dos.

¿Cómo pude ser tan ciega?

La Sofía ingenua murió bajo las ruedas de aquel camión.

Y renací con un único propósito: venganza.

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Mi mano temblaba mientras firmaba los papeles del divorcio, un acto que sellaría el fin de mi matrimonio con Isabella y pondría en marcha un futuro incierto. Pero para mí, Ricardo Vargas, ese no era el final, sino el comienzo de una segunda oportunidad, un milagro inexplicable tras una pesadilla que ya había vivido una vez. Recordaba la ceguera de Isabella, su devoción absoluta por su hermana, Camila, y su sobrino mimado, Mateo, cómo mi hogar se convirtió en una fuente inagotable de recursos para ellos, mientras mi propia hija, Sofía, era ignorada. La imagen más dolorosa, la que me había despertado sudando frío, era la de mi pequeña Sofía, de solo cinco años, ardiendo en fiebre, luchando por respirar. Mientras yo, desesperado, llamaba a Isabella una y otra vez sin obtener respuesta; ella, como siempre, atendía los caprichos de su hermana. Cuando finalmente regresó a casa, ya era demasiado tarde: la vida de Sofía se había apagado en la soledad de su habitación, y con ella, el alma de Ricardo se había roto en mil pedazos. Ahora que el destino me había dado una segunda oportunidad, me di cuenta de que mi esposa ni siquiera conocía a su propia hija. Necesitaba una prueba, un ultimátum silencioso, y así se lo propuse a mi Sofía: "Cuando mamá llegue, si viene a verte a ti primero y te da un beso, nos quedaremos aquí todos juntos; pero si va primero a ver a tu primo Mateo, entonces tú y yo nos iremos de viaje, un viaje muy largo, solo nosotros dos, ¿estás de acuerdo?". Unos minutos después, el auto de Isabella se estacionó afuera y escuchamos su voz melosa y preocupada: "¡Camila! ¡Mateíto, mi vida! ¿Cómo están? Vine en cuanto me dijiste que el niño tenía tos". Y así, la traición se confirmó, fresca y punzante como la primera vez, mientras veía la silenciosa decepción en los ojitos de mi Sofía. En ese momento, la rabia crecía en mi interior, y me di cuenta de que Isabella no había cambiado; ella nunca cambiaría. No sabía que esta vez, yo sí lo haría.

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