El Precio de la Falsa Heredera

El Precio de la Falsa Heredera

Gavin

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Capítulo

Tuve un sueño, tan real que el sudor frío me despertó en mitad de la noche. En él, yo, Ximena, la promesa de la charrería, veía cómo mi vida perfecta se desmoronaba. Una impostora, Sofía, la "verdadera heredera" que había ocupado mi lugar, aparecía para reclamar lo que creía suyo. Llegó menudita y frágil, llorando una historia desgarradora de privaciones, presentándose ante mis padres adoptivos, Don Ricardo y Doña Elena, a quienes creí míos por veinte años. Ellos la acogían con los brazos abiertos, culpables y conmocionados. Y entonces, mi realidad se convirtió en una pesadilla controlada. Sofía saboteaba mi despertador, me ofrecía un "licuado" que me provocaba un dolor terrible, y manipulaba mi montura para mi humillación pública. Caía estrepitosamente de mi caballo frente a toda la comunidad, mientras ella, la víctima, se convertía en heroína. Lo perdía todo. Mi honor, mi futuro. Me desperté con el corazón latiéndome a mil, la imagen de mi caída grabada en la mente. El sueño se sentía como una advertencia, una premonición escalofriante. Justo en ese instante, el teléfono sonó. Era Don Ricardo. "Ximena, hija, baja por favor. Tenemos que hablar de algo importante." Mi corazón dio un vuelco. Sabía lo que venía. El sueño no era solo un sueño. Ella estaba aquí. Pero esta vez, el resultado no sería el mismo. Yo tenía una ventaja que ella no conocía. Y no iba a desperdiciarla.

Introducción

Tuve un sueño, tan real que el sudor frío me despertó en mitad de la noche.

En él, yo, Ximena, la promesa de la charrería, veía cómo mi vida perfecta se desmoronaba.

Una impostora, Sofía, la "verdadera heredera" que había ocupado mi lugar, aparecía para reclamar lo que creía suyo.

Llegó menudita y frágil, llorando una historia desgarradora de privaciones, presentándose ante mis padres adoptivos, Don Ricardo y Doña Elena, a quienes creí míos por veinte años.

Ellos la acogían con los brazos abiertos, culpables y conmocionados.

Y entonces, mi realidad se convirtió en una pesadilla controlada.

Sofía saboteaba mi despertador, me ofrecía un "licuado" que me provocaba un dolor terrible, y manipulaba mi montura para mi humillación pública.

Caía estrepitosamente de mi caballo frente a toda la comunidad, mientras ella, la víctima, se convertía en heroína.

Lo perdía todo. Mi honor, mi futuro.

Me desperté con el corazón latiéndome a mil, la imagen de mi caída grabada en la mente.

El sueño se sentía como una advertencia, una premonición escalofriante.

Justo en ese instante, el teléfono sonó.

Era Don Ricardo.

"Ximena, hija, baja por favor. Tenemos que hablar de algo importante."

Mi corazón dio un vuelco.

Sabía lo que venía.

El sueño no era solo un sueño.

Ella estaba aquí.

Pero esta vez, el resultado no sería el mismo.

Yo tenía una ventaja que ella no conocía.

Y no iba a desperdiciarla.

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Introducción Me desperté en mi propia cama, el sol de La Rioja se filtraba suavemente por las persianas de mi habitación. Por un momento, el familiar aroma a madera vieja de la bodega llenó el aire, y todo pareció extrañamente normal. Pero entonces, un escalofrío glaciar me recorrió, no del frío, sino de un recuerdo que me heló hasta el alma. Era la vívida pesadilla de estar atrapada en un cuerpo diminuto y peludo, ladrando desesperadamente sin que nadie entendiera mis gritos. El recuerdo pavoroso de ver mi propio rostro, o el cuerpo que una vez fue mío, sonriendo mientras el veterinario inyectaba la letal dosis en una fría y maloliente perrera. Vi a Carmen, la esposa de mi hermanastro, habitar mi cuerpo, celebrando mi muerte con una copa de nuestro mejor reserva. A su lado, mis cómplices: mi prometido, Javier, y mi hermanastro Mateo. Habían intercambiado nuestras almas, todo por la herencia y la bodega familiar que mi padre me había destinado. Fui traicionada por los que más amaba, robada de mi vida y condenada a la agonía de un animal doméstico. La injusticia me quemaba, la crueldad de su plan era simplemente inconcebible. Miré mis manos, eran mis propias manos, no las patas de un cachorro. Toqué mi piel, era la mía, no el pelaje blanco y rizado de un Bichón Frisé. Había renacido. Estaba de vuelta. En el día de mi compromiso, el día exacto en que todo había comenzado. Esta vez, armada con la desgarradora memoria de mi muerte y una sed insaciable de justicia, ellos no tendrían escapatoria.

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