La Distancia del Corazón

La Distancia del Corazón

Gavin

5.0
calificaciones
195
Vistas
27
Capítulo

La pequeña mano de Valeria, de apenas cinco años, se estrelló contra mi mejilla con una fuerza inaudita. El golpe me tiró al frío suelo de mármol; "¡Mala! ¡Eres una mujer mala! ¡Tú mataste a mi mamá Eva!", chilló con un odio impropio de su edad. Sus acusaciones eran veneno cotidiano desde hace tres años, desde que llegué a esta casa para ser la esposa de Leonardo y el saco de boxeo de esta familia retorcida. Doña Carmen, la abuela de Valeria y mi suegra, observaba con una sonrisa apenas disimulada: "Déjala, Sofía, la niña solo está desahogando su dolor. Tienes que ser comprensiva" . ¿Comprensiva? Mi cuerpo era un mapa de moretones ocultos, mi espíritu estaba hecho pedazos. Recuerdo la noche del accidente, cuando Leonardo, al verme herida, me abandonó en el coche destrozado para salvar a Isabela, la mujer que era un fantasma vivo de su difunta esposa Eva. Esa noche, Valeria, mi hijastra, con una voz helada, le dijo a su padre: "Papá, déjala. Ojalá se muera. Así no volverá a molestarnos." Desperté en el hospital, y Leonardo, lejos de consolarme, me culpó de todo, minimizó mis heridas y me acusó de fingir. "Las heridas de Isabela son más graves. ¿Y a ti qué te pasa? Unos rasguños. Siempre exagerando, siempre buscando atención" , me dijo. En ese instante, algo se rompió dentro de mí. Ya no significaba nada. Recordé mi vida antes de Leonardo: pobre, sí, pero libre. Esta mansión era una jaula de oro. La paciencia se me acabó con la última humillación, cuando Valeria me envenenó con polvo de cacahuate, sabiendo mi alergia, y Leonardo me forzó a un lavado gástrico, sólo para decirme: "Todo estaba en tu cabeza. Has vuelto a montar una escena para culpar a una niña." Fue entonces cuando tomé la decisión. No podía seguir así. "En cuanto pueda caminar, me iré de aquí y no volverán a verme nunca más," declaré. Leonardo pensó que era un farol. No sabía que era mi promesa de libertad.

Introducción

La pequeña mano de Valeria, de apenas cinco años, se estrelló contra mi mejilla con una fuerza inaudita.

El golpe me tiró al frío suelo de mármol; "¡Mala! ¡Eres una mujer mala! ¡Tú mataste a mi mamá Eva!", chilló con un odio impropio de su edad.

Sus acusaciones eran veneno cotidiano desde hace tres años, desde que llegué a esta casa para ser la esposa de Leonardo y el saco de boxeo de esta familia retorcida.

Doña Carmen, la abuela de Valeria y mi suegra, observaba con una sonrisa apenas disimulada: "Déjala, Sofía, la niña solo está desahogando su dolor. Tienes que ser comprensiva" .

¿Comprensiva? Mi cuerpo era un mapa de moretones ocultos, mi espíritu estaba hecho pedazos.

Recuerdo la noche del accidente, cuando Leonardo, al verme herida, me abandonó en el coche destrozado para salvar a Isabela, la mujer que era un fantasma vivo de su difunta esposa Eva.

Esa noche, Valeria, mi hijastra, con una voz helada, le dijo a su padre: "Papá, déjala. Ojalá se muera. Así no volverá a molestarnos."

Desperté en el hospital, y Leonardo, lejos de consolarme, me culpó de todo, minimizó mis heridas y me acusó de fingir.

"Las heridas de Isabela son más graves. ¿Y a ti qué te pasa? Unos rasguños. Siempre exagerando, siempre buscando atención" , me dijo.

En ese instante, algo se rompió dentro de mí. Ya no significaba nada.

Recordé mi vida antes de Leonardo: pobre, sí, pero libre. Esta mansión era una jaula de oro.

La paciencia se me acabó con la última humillación, cuando Valeria me envenenó con polvo de cacahuate, sabiendo mi alergia, y Leonardo me forzó a un lavado gástrico, sólo para decirme: "Todo estaba en tu cabeza. Has vuelto a montar una escena para culpar a una niña."

Fue entonces cuando tomé la decisión. No podía seguir así.

"En cuanto pueda caminar, me iré de aquí y no volverán a verme nunca más," declaré.

Leonardo pensó que era un farol. No sabía que era mi promesa de libertad.

Seguir leyendo

Otros libros de Gavin

Ver más
La Venganza De La Sustituta

La Venganza De La Sustituta

Romance

5.0

Trabajé tres años como asistente personal de Roy Castillo, el heredero del imperio tequilero. Me enamoré perdidamente de él, aunque yo solo era un consuelo, un cuerpo cálido mientras esperaba a su verdadera obsesión, Scarlett Salazar. Cuando Scarlett regresó, fui desechada como si nunca hubiera existido. Fui abofeteada y humillada públicamente, mis fotos comprometedoras filtradas por toda la alta sociedad. En el colmo del desprecio, me forzaron a arrodillarme sobre granos de maíz, mientras Roy y Scarlett observaban mi agonía. Me despidieron, pero no sin antes hacerme pagar un precio final. El dolor de la rodilla no era nada comparado con la humillación, la confusión. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Por qué la mujer que amaba se convertía en mi verdugo, y el hombre al que di todo me entregaba al lobo? Él me vendió como un objeto, como una mercancía, por un estúpido collar de diamantes para Scarlett. Me arrojaron a una habitación de hotel con un asqueroso desconocido, y solo por un milagro, o quizás un último acto de misericordia de Roy antes de irse con ella, logré escapar. Decidí huir. Borrar mi antigua vida, la que había sido definida por la obsesión y el desprecio. Pero el pasado tenía garras. Las fotos, el acoso, me siguieron hasta mi refugio en Oaxaca. ¿Me dejaría consumir por la vergüenza, o me levantaría de las cenizas como el agave, más fuerte y con una nueva esencia? Esta vez, no huiría. Esta vez, lucharía.

La Dignidad no se Vende

La Dignidad no se Vende

Romance

5.0

Mi casa en Triana, que olía a jazmín y a melancolía, estaba a punto de perderse. Con solo dieciocho años y un título de diseño recién empezado, sentí el peso de las deudas de mi padre muerto. La oferta llegó como un salvavidas: acompañar a Ricardo Vargas, un constructor poderoso y enigmático. El "acuerdo" era claro: él salvaría mi hogar, yo sería su compañera discreta. Casi creí que el dinero me había traído un amor inesperado, confundiendo su opulencia con cariño, su posesividad con protección. Pero entonces, apareció Carmen Sandoval, su exnovia. Me citó en un hotel de lujo y, con desprecio, me ofreció tres millones de euros para desaparecer. Ella era su "costumbre favorita", y yo, solo un insecto. Para probarlo, hicimos una cruel prueba con mensajes a Ricardo. El suyo fue respondido con preocupación, el mío, con un frío "Espero no sea grave. Estoy ocupado". Ella sonrió. "¿Ves? No eres nada para él". Me reveló que todos los gestos grandiosos de Ricardo -los jazmines, Noruega- eran réplicas de lo que había hecho por ella. Solo era una sustituta, un eco. La indignidad se volvió insoportable. Un día, Carmen rompió el broche de mi abuela y me acusó de agredirla. Ricardo, sin dudarlo, me encerró en el sótano frío y húmedo, donde casi muero de frío. La humillación final llegó cuando, en una fiesta, él volvió a negarme públicamente. Me trató como un objeto, un insignificante estorbo para el juego de sus celos. ¿Cómo pude ser tan ciega, tan ingenua? El dolor era insoportable, la traición palpable. Me había vendido por una falsa seguridad, por un puñado de billetes. ¿Era mi dignidad el precio? ¿O algo más valioso aún? Pero al despertar del delirio, solo quedó una determinación fría. ¡No más! Era hora de despertar. Con los tres millones de euros de Carmen y una beca para Roma, cortaría todas las ataduras. Mi propio cuento de hadas no necesitaba un príncipe tóxico. Estaba lista para mi verdadera vida.

Quizás también le guste

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro