Cenote de Traición y Dolor

Cenote de Traición y Dolor

Gavin

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El sol de Yucatán caía pesado, y yo, Ricardo Ramírez, el supuesto "mantenido" de mi esposa, Isabella, llevaba a mi hermana Sofía a nuestra hacienda, buscando un respiro antes de sus exámenes finales. Pero en lugar de paz, encontramos un infierno: Mateo Gómez, el flamante asistente de Isabella y su amante, nos bloqueó el camino, exhibiendo con descaro mi camioneta de empresa, ahora suya, "regalo de la patrona". La humillación era pública y brutal, un recordatorio de mi papel invisible en el imperio que yo construí. La burla se transformó en terror cuando "El Rojo", uno de los secuaces de Mateo, arrastró a Sofía de mi camioneta, y Mateo, con una crueldad que helaba la sangre, la empujó deliberadamente al cenote, ese sagrado ojo de agua, dejándola ahogarse ante mis propios ojos. Mi mente gritaba: "¿Cómo podía Isabella permitir tal monstruosidad? ¿Cómo pudo la mujer con la que compartí mi vida conspirar para humillarme y dañar a mi hermana, todo por mantener una farsa de poder y apariencias?". La traición era absoluta, la injusticia incomprensible. Pero en ese instante, el hombre que Isabella había intentado borrar, "El Halcón", el cerebro y músculo detrás de todo, resurgió de las sombras. El retiro espiritual terminó, la venganza apenas comenzaba.

Introducción

El sol de Yucatán caía pesado, y yo, Ricardo Ramírez, el supuesto "mantenido" de mi esposa, Isabella, llevaba a mi hermana Sofía a nuestra hacienda, buscando un respiro antes de sus exámenes finales.

Pero en lugar de paz, encontramos un infierno: Mateo Gómez, el flamante asistente de Isabella y su amante, nos bloqueó el camino, exhibiendo con descaro mi camioneta de empresa, ahora suya, "regalo de la patrona". La humillación era pública y brutal, un recordatorio de mi papel invisible en el imperio que yo construí.

La burla se transformó en terror cuando "El Rojo", uno de los secuaces de Mateo, arrastró a Sofía de mi camioneta, y Mateo, con una crueldad que helaba la sangre, la empujó deliberadamente al cenote, ese sagrado ojo de agua, dejándola ahogarse ante mis propios ojos.

Mi mente gritaba: "¿Cómo podía Isabella permitir tal monstruosidad? ¿Cómo pudo la mujer con la que compartí mi vida conspirar para humillarme y dañar a mi hermana, todo por mantener una farsa de poder y apariencias?". La traición era absoluta, la injusticia incomprensible.

Pero en ese instante, el hombre que Isabella había intentado borrar, "El Halcón", el cerebro y músculo detrás de todo, resurgió de las sombras. El retiro espiritual terminó, la venganza apenas comenzaba.

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El sonido de mi guitarra, mi pasión, resonaba hueco en la hacienda que por diez años llamé hogar, un desafío silencioso a Diego, el hombre al que entregué mi alma y mi genio para construir su imperio de tequila. Pero su respuesta fue una traición helada: "Ximena, deja de hacer numeritos y sube a mi despacho. Ahora" . Y allí, sentado tras su imponente escritorio de caoba, me soltó la humillación más grande: "Quiero que tú y tu mariachi toquen en mi boda" . La boda que me había prometido a mí. No solo me descartaba por otra mujer, Sofía, sino que me exigía ponerle banda sonora a mi propia aniquilación, a mi propia traición. El golpe más cruel llegó en un susurro venenoso desde el pasillo, de boca de su lugarteniente, "El Chato", pero con las frías palabras de Diego resonando: "Ximena es buena para el negocio, para la guerra, para la calle. Pero para casarme, necesito algo… más puro. Una niña bien, educada, limpia. Ximena ya está muy corrida, muy vivida" . Cada palabra era un puñal que me desgarraba: "Sucia", "corrida", "vivida". Así me veía el hombre a quien le había dado todo, solo una herramienta para desechar cuando ya no le servía, valiendo menos que la inocencia fabricada de una desconocida. El dolor fue insoportable, pero en el fondo de ese abismo, algo se encendió: la rabia. La humillación se transformó en una determinación inquebrantable. Me levanté, la cabeza alta, y con una sonrisa forzada le dije: "Claro, Diego. Será un honor tocar en tu boda" . Pero esa no era Ximena, la víctima; era Ximena, la guerrera, a punto de desatar su venganza.

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El zumbido de mi teléfono vibró sobre la pulida mesa de conferencias, interrumpiendo mi presentación de resultados trimestrales. Era Mónica, mi mejor amiga, enviando un mensaje inusual durante mis horas de trabajo, insistiendo una y otra vez. Ignoré la primera, pero una punzada de inquietud me recorrió con la tercera. Con una disculpa formal a mi equipo, tomé el teléfono y vi el mensaje: "Tienes que ver esto, Ximena. Lo siento mucho." Debajo, un video. Le di play, y mi corazón se detuvo. En la pantalla, el agave azul de mi abuelo, "Sol de mi Abuelo", el legado de mi familia y ganador de tres premios, estaba arrancado. Brutalmente cortado y goteando savia en un balde de plástico barato. Para colmo de la humillación, un perro callejero se acercó y orinó sobre él. Mi respiración se atoró. Entonces, la cámara giró, revelando a Sofía, la nueva becaria de mi prometido, Ricardo, sonriendo con suficiencia. "¡Ricardo es el mejor!" exclamó con voz chillona. "¡Mi agave \'Pequeño Sol\' será la envidia de todos con la esencia de esta planta campeona!" Sentí cómo la sangre me abandonaba el rostro, luego regresaba con una furia helada. Ricardo, pregunté con voz plana: "¿Qué le hiciste a mi agave?" Él respondió, con una ligereza que me abofeteó: "Sofía lo necesitaba para la universidad. Se lo presté. Solo es una planta, Ximena." "Ricardo", dije, mi voz ahora un susurro mortal: "Tienes cinco minutos para traerla de vuelta. Intacta." Colgué, bloqueé su número y llamé a mi jefe de seguridad, Raúl. "Raúl", mi voz firme como el acero, "Te acabo de enviar una ubicación y dos fotos. Quiero que dos personas y una planta desaparezcan de ese lugar en menos de cinco minutos. Sin dejar rastro. Los daños que sufran son irrelevantes." La guerra acababa de empezar.

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