Perfume Barato, Amor Caro

Perfume Barato, Amor Caro

Gavin

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Mi vida era la imagen perfecta de la esposa y madre devota. Ricardo, mi esposo, un empresario exitoso. Nuestra hija, Luna, el centro de mi universo. Pero esa noche, el dulce y barato perfume que se aferraba a su saco, un olor que no era mío, lo cambió todo. Luego, Daniela, su "joven y eficiente" asistente, apareció en nuestra puerta. Con una caja de mancuernillas idénticas a las que le regalé por nuestro aniversario, idénticas a la que él había "perdido". Y la inoce palabra de Luna: "Papi, ¿Daniela nos va a leer otro cuento mañana en tu oficina?". El aire se congeló. Ricardo, en lugar de negarlo, desvió la mirada y me atacó, culpándome por mi "celos" y mi "obsesión" con mi trabajo. Esa noche, acostada junto a él, el peso de sus traiciones pasadas me asfixiaba. Siempre lo negaba, me llamaba loca, paranoica. Hasta que me sujetó del brazo, susurrando que yo tenía todo lo que una mujer podía desear, y que si quería que continuara, debía aprender a "cerrar la boca y mirar para otro lado". Me convertí en su esposa perfecta, y en la mejor diseñadora de moda del país, canalizando mi frustración en mi arte. Pero Daniela era diferente; percibí una ternura en Ricardo hacia ella que nunca me había dado a mí. Y entonces, la náusea. La prueba de embarazo. Dos líneas rosas. Positivo. No era una bendición; era una condena. ¿Cómo podía traer otro niño a este matrimonio roto? Para mi sorpresa, no sentí tristeza, sino una rabia fría. Esa noche, lo seguí. Lo vi salir del edificio de Daniela, actuando como un adolescente enamorado. La misma sonrisa que una vez me dedicó a mí. Mientras yo estaba embarazada de su hijo, viendo cómo él la elegía a ella. Fue como asistir a mi propio funeral. ¡Basta! Contraté a un investigador. Descubrí las fotos de ellos, felices, íntimas. Y una selfie de Daniela con la cabeza apoyada en el pecho de un Ricardo dormido. Luego, una foto con Luna: "Mis dos amores. #Familia". No solo quería a mi marido; quería mi vida. Y no se lo iba a permitir. Marcaba el número de Ricardo. Iba a su oficina. Iba a terminar con esto. De una vez por todas.

Introducción

Mi vida era la imagen perfecta de la esposa y madre devota.

Ricardo, mi esposo, un empresario exitoso.

Nuestra hija, Luna, el centro de mi universo.

Pero esa noche, el dulce y barato perfume que se aferraba a su saco, un olor que no era mío, lo cambió todo.

Luego, Daniela, su "joven y eficiente" asistente, apareció en nuestra puerta.

Con una caja de mancuernillas idénticas a las que le regalé por nuestro aniversario, idénticas a la que él había "perdido".

Y la inoce palabra de Luna: "Papi, ¿Daniela nos va a leer otro cuento mañana en tu oficina?".

El aire se congeló.

Ricardo, en lugar de negarlo, desvió la mirada y me atacó, culpándome por mi "celos" y mi "obsesión" con mi trabajo.

Esa noche, acostada junto a él, el peso de sus traiciones pasadas me asfixiaba.

Siempre lo negaba, me llamaba loca, paranoica.

Hasta que me sujetó del brazo, susurrando que yo tenía todo lo que una mujer podía desear, y que si quería que continuara, debía aprender a "cerrar la boca y mirar para otro lado".

Me convertí en su esposa perfecta, y en la mejor diseñadora de moda del país, canalizando mi frustración en mi arte.

Pero Daniela era diferente; percibí una ternura en Ricardo hacia ella que nunca me había dado a mí.

Y entonces, la náusea.

La prueba de embarazo.

Dos líneas rosas. Positivo.

No era una bendición; era una condena.

¿Cómo podía traer otro niño a este matrimonio roto?

Para mi sorpresa, no sentí tristeza, sino una rabia fría.

Esa noche, lo seguí.

Lo vi salir del edificio de Daniela, actuando como un adolescente enamorado.

La misma sonrisa que una vez me dedicó a mí.

Mientras yo estaba embarazada de su hijo, viendo cómo él la elegía a ella.

Fue como asistir a mi propio funeral.

¡Basta!

Contraté a un investigador.

Descubrí las fotos de ellos, felices, íntimas.

Y una selfie de Daniela con la cabeza apoyada en el pecho de un Ricardo dormido.

Luego, una foto con Luna: "Mis dos amores. #Familia".

No solo quería a mi marido; quería mi vida.

Y no se lo iba a permitir.

Marcaba el número de Ricardo.

Iba a su oficina.

Iba a terminar con esto.

De una vez por todas.

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Cuentos

5.0

Mi esposo, Mateo Vargas, me ha pedido el divorcio siete veces. Cada vez, la misma excusa: "Valentina ha regresado a México y la necesito" . Y cada vez, yo, Sofía Romero, su "esposa" que él desechaba como un pañuelo usado, firmaba los papeles. Siete humillaciones públicas, siete rondas de susurros a mis espaldas, siete colecciones de actas de divorcio que ya parecían cromos. Sacrifiqué mi carrera como diseñadora, mis sueños, mi dignidad, todo por ser la esposa perfecta que él nunca valoró. Pero esta octava vez, mientras él me sonreía perezosamente y prometía regresar en tres meses para volver a casarse, algo cambió dentro de mí. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Tan desesperada por una migaja de su amor que no veía la toxicidad? La risa que solté fue amarga, sin alegría, como la historia de mi vida con él. "No te preocupes", le dije, mi voz con un filo helado que nunca antes había usado. "Esta vez, haré las cosas diferente yo también." No hubo lágrimas, no hubo gritos, solo una calma aterradora que lo descolocó por completo. "Cuando vuelvas, ya no estaré." Se que se siente aliviado, pensando que no habrá drama esta vez. Pero lo que no sabe es que esta vez, el juego ha cambiado. Porque en mi mente, un plan completamente diferente ya estaba en marcha, uno que no incluía ninguna boda, ninguna reconciliación. Uno que no lo incluía a él. Y esta vez, Sofía Romero no solo se irá, se levantará, se transformará. La venganza es un plato que se sirve frío, y yo sé esperar.

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