Me desperté en una bodega fría y abandonada, con las manos y los pies atados. Ximena, la chica que creía mi amiga y la hija de nuestra sirvienta, me miraba con una sonrisa que nunca le había visto. "Ana, ¿por qué pones esa cara?", dijo con una dulzura cruel. Luego soltó la bomba que me heló la sangre: "Tú no eres la verdadera hija de la familia Fernández, yo lo soy. Nuestras madres nos intercambiaron al nacer". No podía procesar esas palabras. Yo, Ana Fernández, la hija consentida, ¿era la hija de una sirvienta? ¿Y mi "hermana", la heredera? Me quedé en shock, tratando de entender la locura que salía de su boca. Ricardo, mi prometido, apareció no para salvarme, sino para traicionarme. "Ximena me lo contó todo. Ella es la verdadera hija de los Fernández". Mi mundo se desmoronó. Él, el hombre que amaba, me abandonaba por dinero. Luego, mi querido tío Mateo, un hombre frágil pero valiente, intentó ayudarme. Lo golpearon. Mi cabeza golpeó una viga. Todo se volvió negro. Creí que moría. Pero abrí los ojos. Estaba en mi cama, en mi mansión. Iliesa. Había regresado, un día antes de la pesadilla. La rabia me invadió. No más inocencia. No más errores. Esta vez, la historia sería diferente. Marqué el número de mi hermano Javier. "Javier, soy yo, Ana. Necesito que vengas a casa ahora mismo. Es urgente". Ahora, la "falsa señorita Fernández" reclamaría justicia.
Me desperté en una bodega fría y abandonada, con las manos y los pies atados.
Ximena, la chica que creía mi amiga y la hija de nuestra sirvienta, me miraba con una sonrisa que nunca le había visto.
"Ana, ¿por qué pones esa cara?", dijo con una dulzura cruel.
Luego soltó la bomba que me heló la sangre: "Tú no eres la verdadera hija de la familia Fernández, yo lo soy. Nuestras madres nos intercambiaron al nacer".
No podía procesar esas palabras. Yo, Ana Fernández, la hija consentida, ¿era la hija de una sirvienta? ¿Y mi "hermana", la heredera?
Me quedé en shock, tratando de entender la locura que salía de su boca.
Ricardo, mi prometido, apareció no para salvarme, sino para traicionarme. "Ximena me lo contó todo. Ella es la verdadera hija de los Fernández".
Mi mundo se desmoronó. Él, el hombre que amaba, me abandonaba por dinero.
Luego, mi querido tío Mateo, un hombre frágil pero valiente, intentó ayudarme. Lo golpearon. Mi cabeza golpeó una viga. Todo se volvió negro.
Creí que moría.
Pero abrí los ojos. Estaba en mi cama, en mi mansión. Iliesa.
Había regresado, un día antes de la pesadilla.
La rabia me invadió. No más inocencia. No más errores.
Esta vez, la historia sería diferente.
Marqué el número de mi hermano Javier. "Javier, soy yo, Ana. Necesito que vengas a casa ahora mismo. Es urgente".
Ahora, la "falsa señorita Fernández" reclamaría justicia.
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