No Pagaré Por Tus Errores

No Pagaré Por Tus Errores

Gavin

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Capítulo

El aroma a lilas llenaba el salón, prometiendo un futuro perfecto junto a Diego, el hombre de mi vida, mi prometido. Pero Sofía, su hermana adoptiva, se levantó en medio del ensayo de nuestra boda, pálida y temblorosa. "Estoy embarazada", su voz retumbó, silenciando a todos. Y mi mundo se hizo añicos cuando añadió: "Y el padre es Diego". Él me arrastró a un rincón, confesando un "error de una noche", luego me exigió fingir que el bebé era mío para "salvar la reputación familiar". Se atrevió a ofrecerme comprar mi dignidad, mi silencio, mi vida, a cambio de su coartada. Le di una bofetada visceral, ¿cómo podía pedirme semejante monstruosidad? Sentí las miradas acusadoras mientras huía, con mi teléfono destrozado y el alma rota. Al día siguiente, era mi cumpleaños número treinta, el día de mi no-boda, y Sofía me envió un mensaje burlón, un veneno que me decía que Diego estaba con ella. Luego, encontré mi taller devastado: mis herramientas de cerámica, mi santuario, hechas añicos. Y Diego, cínico, me dijo que eran "cosas sin importancia", pidiéndome que me fuera de "su casa" para no "alterar a Sofía". No solo me humilló, sino que me empujó, y caí sobre los restos de mi propia vida, la sangre brotando de mi mano. ¿Qué clase de "amor" era este, que destruía, que agredía, que compraba? ¿Cómo me había enamorado de un ser tan egoísta y vil? Abandoné todo, dejándolo con su farsa, sintiendo una inmensa y gloriosa libertad al romper para siempre con ese mundo. El recuerdo de Mateo y su promesa infantil bajo el jacarandá, "si a los treinta no te has casado, yo me casaré contigo", cruzó mi mente. Él llegó para rescatarme de la lluvia y mi desastre, ofreciéndome paz y un camino hacia un nuevo comienzo.

Introducción

El aroma a lilas llenaba el salón, prometiendo un futuro perfecto junto a Diego, el hombre de mi vida, mi prometido.

Pero Sofía, su hermana adoptiva, se levantó en medio del ensayo de nuestra boda, pálida y temblorosa.

"Estoy embarazada", su voz retumbó, silenciando a todos.

Y mi mundo se hizo añicos cuando añadió: "Y el padre es Diego".

Él me arrastró a un rincón, confesando un "error de una noche", luego me exigió fingir que el bebé era mío para "salvar la reputación familiar".

Se atrevió a ofrecerme comprar mi dignidad, mi silencio, mi vida, a cambio de su coartada.

Le di una bofetada visceral, ¿cómo podía pedirme semejante monstruosidad?

Sentí las miradas acusadoras mientras huía, con mi teléfono destrozado y el alma rota.

Al día siguiente, era mi cumpleaños número treinta, el día de mi no-boda, y Sofía me envió un mensaje burlón, un veneno que me decía que Diego estaba con ella.

Luego, encontré mi taller devastado: mis herramientas de cerámica, mi santuario, hechas añicos.

Y Diego, cínico, me dijo que eran "cosas sin importancia", pidiéndome que me fuera de "su casa" para no "alterar a Sofía".

No solo me humilló, sino que me empujó, y caí sobre los restos de mi propia vida, la sangre brotando de mi mano.

¿Qué clase de "amor" era este, que destruía, que agredía, que compraba?

¿Cómo me había enamorado de un ser tan egoísta y vil?

Abandoné todo, dejándolo con su farsa, sintiendo una inmensa y gloriosa libertad al romper para siempre con ese mundo.

El recuerdo de Mateo y su promesa infantil bajo el jacarandá, "si a los treinta no te has casado, yo me casaré contigo", cruzó mi mente.

Él llegó para rescatarme de la lluvia y mi desastre, ofreciéndome paz y un camino hacia un nuevo comienzo.

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El zumbido del aire acondicionado en el aeropuerto apenas disimulaba el silencio entre Ricardo y yo; nuestro viaje a Oaxaca, planeado por meses como una pre-luna de miel, de repente se sintió como un último aliento. Justo cuando Ricardo me preguntaba si estaba emocionada, con esa sonrisa perfecta suya, vi a Elena. Venía hacia nosotros con su hija Isabella, esa influencer de viajes, la ex de Ricardo, la madre de su única conexión con un pasado que yo intentaba ignorar. La voz de Elena, demasiado alta, anunció que ellas también iban a Oaxaca, y la sonrisa de Ricardo se congeló, aunque rápidamente la transformó en una máscara de sorpresa forzada. Luego, la pequeña Isabella, con los ojos de su madre, se escondió detrás de Elena, mirándome con una evaluación inquietante, no la inocencia de una niña. Elena, con una falsa dulzura, comentó sobre mi atuendo: "Qué bonito tu conjunto. ¿Lo diseñaste tú?". Sabía que lo decía para recalcar que mi profesión era un "pasatiempo caro", algo que mi familia, y a veces Ricardo, creían. Y entonces, sin que yo pudiera procesar la humillación, Elena pidió sentarse con nosotros en el avión, alegando que Isabella "se sentía mal". Ricardo, en lugar de poner límites, solo miró a la niña que convenientemente empezó a toser de forma exagerada, y cedió. Nuestro espacio para dos se hizo añicos, y me encontré sentada al otro lado, una extraña en lo que debería haber sido nuestro viaje de prometidos, mientras Ricardo les ponía caricaturas a Isabella y Elena le acariciaba el brazo. Cuando en el avión me pidieron cambiar mi asiento de primera clase por uno en turista para que Elena y su hija pudieran estar junto a Ricardo, vi la súplica en sus ojos: "No armes un escándalo, Sofía". No dije nada, solo tomé mi bolso y me fui a la fila de atrás, sentándome junto a un extraño, mientras los veía desde la distancia. Vi cómo la mano de Elena descansaba sobre la de Ricardo, cómo él le abrochaba el cinturón a Isabella, cómo reían y murmuraban, creando una burbuja a la que yo no pertenecía. El avión despegó y Ricardo, reclinado con Elena en su hombro, ni siquiera me buscó con la mirada. En ese momento, supe que no era solo el viaje lo que no había terminado antes de empezar, sino mi relación. La humillación continuó en Oaxaca, donde Elena monopolizó a Ricardo, quien ignoró mis diseños para escucharla. Al día siguiente, me desperté sola con una nota de Ricardo: "Fui con Elena a llevar a Isa a un tour... Te amo". "Te amo", la palabra se sentía tan vacía. Entonces lo vi en Instagram: Elena había subido una foto de Ricardo con el pie de foto: "Mío". Y el comentario de mi propio hermano, Diego: "¡Cuñado! ¡Se te ve increíble! Disfruten. Elena, cuídalo bien". Mi propio hermano estaba del lado de ella. El último clavo fue el comentario de Elena, respondiéndole a alguien: "Ricardo dice que Sofía es un poco aburrida para estos viajes, que no le gusta la aventura, jeje". Sentí el aire faltarme, la humillación pública era total. No era solo Ricardo, era mi familia, era el mundo que me había traicionado. Con las manos temblorosas, abrí mi celular y busqué el nombre de Ricardo. Presioné "Bloquear contacto". Y luego, con una sonrisa amarga, cancelé su boleto de avión de primera clase, el que yo le había regalado por su cumpleaños, dejándolo varado. Mi guerra había terminado.

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