Venganza De La Diseñadora

Venganza De La Diseñadora

Gavin

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Capítulo

Como diseñadora de joyas, el broche de colibrí que mi madre me dejó era mi talismán, un pedazo de su alma que me anclaba. Pero en la fiesta del décimo aniversario de nuestra empresa, mi "esposo" Ricardo, con una sonrisa vacía, me humilló frente a todos cuando su asistente, Valeria, deliberadamente lo rompió en dos, burlándose de mis raíces y de mi legado familiar. La noche terminó con Ricardo defendiendo a su amante y abandonándome con los pedazos de mi herencia, solo para descubrir al día siguiente que ambos habían pasado la noche juntos, celebrando su victoria sobre mí. La traición continuó cuando Ricardo exigió que donara sangre a Valeria tras una supuesta emergencia médica, y al negarme, me arrastró, me agredió físicamente y me sedó para arrebatarme mi desfile, destruyendo mi carrera. Lo que no sabía es que la "emergencia" era una farsa, una pantalla para robar mis diseños, rebautizar mi empresa y enriquecerse a mi costa, dejándome sin nada y amenazada. ¿Cómo podría alguien que juró amarme hacerme algo así? ¿Qué hay detrás de esta crueldad calculada? En medio de la devastación, una furia helada se encendió en mí, una promesa inquebrantable: no solo recuperaría lo que era mío, sino que me vengaría.

Introducción

Como diseñadora de joyas, el broche de colibrí que mi madre me dejó era mi talismán, un pedazo de su alma que me anclaba.

Pero en la fiesta del décimo aniversario de nuestra empresa, mi "esposo" Ricardo, con una sonrisa vacía, me humilló frente a todos cuando su asistente, Valeria, deliberadamente lo rompió en dos, burlándose de mis raíces y de mi legado familiar.

La noche terminó con Ricardo defendiendo a su amante y abandonándome con los pedazos de mi herencia, solo para descubrir al día siguiente que ambos habían pasado la noche juntos, celebrando su victoria sobre mí.

La traición continuó cuando Ricardo exigió que donara sangre a Valeria tras una supuesta emergencia médica, y al negarme, me arrastró, me agredió físicamente y me sedó para arrebatarme mi desfile, destruyendo mi carrera.

Lo que no sabía es que la "emergencia" era una farsa, una pantalla para robar mis diseños, rebautizar mi empresa y enriquecerse a mi costa, dejándome sin nada y amenazada.

¿Cómo podría alguien que juró amarme hacerme algo así? ¿Qué hay detrás de esta crueldad calculada?

En medio de la devastación, una furia helada se encendió en mí, una promesa inquebrantable: no solo recuperaría lo que era mío, sino que me vengaría.

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Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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