Vengo Para Recuperar A Mi Hija

Vengo Para Recuperar A Mi Hija

Gavin

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El aire acondicionado luchaba contra el calor de la Ciudad de México, pero un frío gélido me calaba los huesos mientras me miraba en el espejo. Hoy era el día para ver a mi hija Luna, un ritual doloroso que me exigía aparentar una serenidad que no sentía. Pero el espejo también reflejó otra imagen: el destello de unos faros, un chirrido de neumáticos, y luego el hospital. Me dijeron que había sufrido amnesia parcial; mi pequeña Luna, una lesión en la columna que la dejaría con una discapacidad. Ricardo, mi esposo, lo llamó "una complicación" y me despojó de Luna, entregándola como un paquete a Valentina, su amante, que hasta entonces creía "mi amiga". La primera noche que volví a verla en la mansión, Luna apareció con la frente sangrando. Ricardo me ignoró, y defendió a Valentina. "Los niños se caen, Sofía. No seas histérica." Fue entonces cuando la rabia me consumió, y abofeteé a Valentina. Ricardo, sin dudarlo, me echó de su casa. Me arrancaron de mi hija, de mi vida, de todo. No entendía cómo la mujer que amaba a mi hija podía ser tan cruel. Pero mientras me hundía en la desesperación, una voz en mi interior me susurró que este no era el final. Me fui, pero le hice una promesa a la mujer de hielo, Doña Elena, la madre de Ricardo: "Volveré por mi hija. No con su dinero, sino con la ley."

Introducción

El aire acondicionado luchaba contra el calor de la Ciudad de México, pero un frío gélido me calaba los huesos mientras me miraba en el espejo.

Hoy era el día para ver a mi hija Luna, un ritual doloroso que me exigía aparentar una serenidad que no sentía.

Pero el espejo también reflejó otra imagen: el destello de unos faros, un chirrido de neumáticos, y luego el hospital.

Me dijeron que había sufrido amnesia parcial; mi pequeña Luna, una lesión en la columna que la dejaría con una discapacidad.

Ricardo, mi esposo, lo llamó "una complicación" y me despojó de Luna, entregándola como un paquete a Valentina, su amante, que hasta entonces creía "mi amiga".

La primera noche que volví a verla en la mansión, Luna apareció con la frente sangrando.

Ricardo me ignoró, y defendió a Valentina. "Los niños se caen, Sofía. No seas histérica."

Fue entonces cuando la rabia me consumió, y abofeteé a Valentina. Ricardo, sin dudarlo, me echó de su casa.

Me arrancaron de mi hija, de mi vida, de todo. No entendía cómo la mujer que amaba a mi hija podía ser tan cruel.

Pero mientras me hundía en la desesperación, una voz en mi interior me susurró que este no era el final.

Me fui, pero le hice una promesa a la mujer de hielo, Doña Elena, la madre de Ricardo: "Volveré por mi hija. No con su dinero, sino con la ley."

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5.0

El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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