El Fénix Renace: Amor y Traición

El Fénix Renace: Amor y Traición

Gavin

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Capítulo

Soy Sofía Ramírez, "La Fénix" de las carreras clandestinas en la Ciudad de México, y hoy debía elegir a mi sucesor y esposo. En mi vida pasada, elegí a Ricardo "El Halcón" Solís, mi amor de la infancia, a quien le di todo, incluso el "Alma del Fénix". Él ganó el campeonato con mi auto, pero en lugar de pedirme matrimonio, me acusó de sabotaje ante las cámaras, me humilló y, junto a Lucía, su nueva amante y mi falsa amiga, me entregó a la policía mientras sonreía. Morí sola y olvidada en una celda fría, sin entender por qué me hizo esto. Pero desperté, y hoy es el día de la elección, la segunda oportunidad que el destino me ha dado. Y de pronto, lo veo: Ricardo, arrodillado ante mi abuelo, con la misma sonrisa cínica, declarando que mi corazón le pertenece, pero que el suyo ahora es de Lucía. Propone casarse conmigo bajo la condición de que Lucía sea su copiloto principal, un desafío descarado a la tradición familiar. Lo miro a los ojos y lo sé: él también ha renacido, lo recuerda todo y está aquí para jugar la misma partida, creyendo que tiene las cartas ganadoras. Pero él no tiene idea del infierno que está a punto de desatarse sobre él.

Introducción

Soy Sofía Ramírez, "La Fénix" de las carreras clandestinas en la Ciudad de México, y hoy debía elegir a mi sucesor y esposo.

En mi vida pasada, elegí a Ricardo "El Halcón" Solís, mi amor de la infancia, a quien le di todo, incluso el "Alma del Fénix".

Él ganó el campeonato con mi auto, pero en lugar de pedirme matrimonio, me acusó de sabotaje ante las cámaras, me humilló y, junto a Lucía, su nueva amante y mi falsa amiga, me entregó a la policía mientras sonreía.

Morí sola y olvidada en una celda fría, sin entender por qué me hizo esto.

Pero desperté, y hoy es el día de la elección, la segunda oportunidad que el destino me ha dado.

Y de pronto, lo veo: Ricardo, arrodillado ante mi abuelo, con la misma sonrisa cínica, declarando que mi corazón le pertenece, pero que el suyo ahora es de Lucía.

Propone casarse conmigo bajo la condición de que Lucía sea su copiloto principal, un desafío descarado a la tradición familiar.

Lo miro a los ojos y lo sé: él también ha renacido, lo recuerda todo y está aquí para jugar la misma partida, creyendo que tiene las cartas ganadoras.

Pero él no tiene idea del infierno que está a punto de desatarse sobre él.

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Isabella "Isa" Montes, una talentosa cocinera de origen humilde en Medellín, creyó haber encontrado el amor perfecto junto a Mateo Velarde, el apuesto heredero de una de las familias más influyentes de Bogotá. Tras un noviazgo intenso que superó barreras sociales, se casaron y se sumergieron en una vida de ensueño y comodidades, donde cada detalle parecía confirmar un amor idílico. Pero la burbuja se reventó brutalmente: Isa descubrió que Mateo mantenía una doble vida con su exnovia, Carolina Sáenz, con quien tenía dos hijos gemelos. Peor aún, él financiaba secretamente a esta otra familia, transformando su supuesta historia de amor en una farsa calculada. La devastadora revelación no solo le causó un aborto espontáneo sino que desató una campaña de humillación sin fin por parte de Carolina, quien la acosaba con videos íntimos de Mateo, mostrando impúdicamente su doblez. Cada regalo, cada promesa de amor, cada lugar especial compartido con Mateo, era profanado, replicado cínicamente con su "otra" familia. Las frías miradas de la alta sociedad y el silencio cómplice de la familia Velarde solo acrecentaban el tormento, mientras Mateo seguía actuando como si nada ocurriera. ¿Cómo podía alguien, a quien amó tan profundamente, ser capaz de una traición tan vil y sistemática? La mezcla de dolor, asco y una desesperación helada se instaló en su pecho, ahogando su respiración. Un vacío insuperable la consumía, dejando solo la cruda certeza de una mentira insostenible. En el abismo de esta traición, y con la inminente llegada de un hijo que la ataría aún más a la mentira, Isa vislumbró su única salida: fingir su muerte. Un trágico accidente aéreo en el Caribe sería su billete de escape, la única forma de recuperar su vida y romper para siempre con la asfixiante obsesión de Mateo. "El plan sigue en pie, necesito salir de aquí", sentenció con voz firme.

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El dolor me partió el abdomen en dos. Era mi cumpleaños, y Alejandro, a quien había criado con el amor de una madre por diez años, me sonreía. Acababa de regalarme un licuado de fresa, una bebida que ahora quemaba mis entrañas. Pero el ardor no era solo físico; era la amarga verdad que susurró: "Siempre te he odiado, Sofía. Te odio porque cada vez que te veo, veo la cara de mi madre." Luego, la mancha carmesí en mi vestido blanco: mi bebé, el hijo de Ricardo, mi prometido. Mi prometido, que llegó para consolarme, para decirme que era un "aborto espontáneo" y que Alejandro "solo bromeaba". Luego me miró con asco y dijo: "Estás hecha un desastre. Hueles a enfermedad". En mi lecho de dolor, vi la película silenciosa de mi vida: diez años entregados a la promesa hecha a mi padre. Diez años cuidando de una familia que no era mía, de una empresa que yo manejaba mientras ellos ponían el nombre. Incluso mi propia madre, al enterarse de mi compromiso, solo llamó para asegurar su pensión, susurrándome que no fuera "egoísta". ¿Egoísta yo? La que había sacrificado su juventud por todos. Mi cuerpo dolía, mi corazón estaba roto, pero una rabia fría y dura como el acero me inundó. "¿Qué quieres, Sofía?", me preguntó Ricardo el hipócrita. "¿Dinero? ¿Joyas? ¿O quieres que formalicemos el matrimonio? Puedo llamar al juez mañana mismo." ¡El matrimonio era el premio de consolación por mi sumisión! Con una calma aterradora, tomé un trozo de cristal de un jarrón roto. Debía romper el lazo, destruir el símbolo que me ataba a su odio. "¡Sofía, no!" , gritó Ricardo, pero era demasiado tarde. Con un movimiento rápido, arrastré el cristal por mi mejilla izquierda. El dolor era liberador. Ya no era la Sofía que conocían, la que odiaban, la que usaban. Y en medio del horror en sus rostros, me eché a reír. Esa risa, que estalló como dinamita, me liberó de una cárcel de diez años. Y así, ensangrentada, pero con el alma libre, crucé la puerta, dejando atrás el veneno y el dolor. No había vuelta atrás.

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