La Hija Adoptiva Encuentra a Su Familia

La Hija Adoptiva Encuentra a Su Familia

Gavin

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Capítulo

Mi vida terminó en ese escenario, humillada, con los aplausos que me pertenecían robados por mi "hermana" Catalina. Todo fue por el maldito "sistema de intercambio de pasos de baile", un chip implantado por mis padres adoptivos, los Méndez, que me convirtió en una herramienta para el brillo de su hija biológica. Esta vez, el telón se levantaría para una obra diferente, una donde yo escribiría el final. Renací, y el dolor sería para ellos. Hoy, en la audición final para la beca de la prestigiosa Academia de Danza "Alma Gitana", miré a mi familia adoptiva: a mi padre Ricardo, con su expresión calculadora; a Elena, mi madre, con su sonrisa forzada y ojos fríos; y a Catalina, con una mezcla de envidia y suficiencia. Antes de que la música iniciara, mi voz resonó clara y firme: "Mi éxito es inevitable." La confusión del maestro Antonio, la ira de Ricardo y la burla de Catalina fueron la confirmación. Cuando la guitarra flamenca sonó, mis movimientos fueron torpes, descoordinados, una parodia deliberada de la bailarina que era. Cada error, cada paso en falso, se transfería a Catalina a través del chip. Mientras ella recibía mi fracaso calculado, yo obtenía su mediocre ejecución. Días antes, Miguel Reyes, mi hermano biológico, me había encontrado y revelado la verdad: soy una Reyes, de una estirpe legendaria de bailaores de flamenco. Firmé un pacto de guerra con él. En el coche de vuelta, Catalina se burlaba, leyendo comentarios de mi desastrosa audición. Ricardo gruñía que no afectara la reputación familiar. Catalina entonces soltó: "Con los pasos que he estado 'aprendiendo' de Sofía, esa beca es mía." Ahí estaba la confesión del robo. Recordé el día que me implantaron el chip a los diez años, y las palabras gélidas de Elena: "Tu único propósito es ayudar a Catalina. Si ella brilla, nosotros brillamos. Si intentas opacarla, te haremos la vida imposible." Ahora, Catalina me advertía que Alejandro, el hijo de los socios de Ricardo, estaba fuera de mi alcance. "No te preocupes por la suerte, Catalina," le dije al día siguiente, mientras ella me arruinaba el vestido y se jactaba de mi tobillera robada. "Hoy no la vas a necesitar." Mi respuesta la desconcertó. En la academia, Catalina y sus amigas me rodearon, llamándome "fracasada". Sentí la rabia de años de humillación, convertida en un filo helado. Ya no quería su aprobación, solo justicia. Cuando Ricardo me abofeteó públicamente, gritando que a partir de ese momento yo estaba "desheredada y repudiada", no había dolor, solo liberación. El teatro estaba listo. El maestro Antonio anunció los resultados. Comenzó con Catalina: "Cero puntos." Y después, "Para la señorita Sofía...". Me entregaron mi carta de aceptación. Catalina, incrédula, rasgó mi carta de aceptación. Ricardo amenazó con destruir la academia. En ese instante, una voz poderosa resonó: "¡Suéltala!" Eran mi madre, Alma Reyes, la Reina del Flamenco, y mi hermano Miguel. Mi madre me acarició la mejilla, donde la bofetada dolía. "Se acabó, mi niña," susurró. "Mamá está aquí." Catalina llamó a Miguel "naco", sin saber que era el magnate con quien Ricardo y los Walker buscaban un trato multimillonario. Mi madre abofeteó a Elena por torturarme 17 años y señaló la tobillera robada, prueba de su bajeza. Ricardo y Alejandro, el orgullo desecho, se arrodillaron ante Miguel, suplicando perdón. Pero yo exigí justicia legal: "Robo, abuso, la implantación de un dispositivo ilegal... que la ley se encargue." Miguel presentó al técnico que instaló el chip y las grabaciones. Ricardo y Elena se acusaron entre ellos, revelando que Catalina no era hija de Ricardo. Los Méndez y los Walker lo perdieron todo. La función había terminado.

Introducción

Mi vida terminó en ese escenario, humillada, con los aplausos que me pertenecían robados por mi "hermana" Catalina.

Todo fue por el maldito "sistema de intercambio de pasos de baile", un chip implantado por mis padres adoptivos, los Méndez, que me convirtió en una herramienta para el brillo de su hija biológica.

Esta vez, el telón se levantaría para una obra diferente, una donde yo escribiría el final.

Renací, y el dolor sería para ellos.

Hoy, en la audición final para la beca de la prestigiosa Academia de Danza "Alma Gitana", miré a mi familia adoptiva: a mi padre Ricardo, con su expresión calculadora; a Elena, mi madre, con su sonrisa forzada y ojos fríos; y a Catalina, con una mezcla de envidia y suficiencia.

Antes de que la música iniciara, mi voz resonó clara y firme: "Mi éxito es inevitable."

La confusión del maestro Antonio, la ira de Ricardo y la burla de Catalina fueron la confirmación.

Cuando la guitarra flamenca sonó, mis movimientos fueron torpes, descoordinados, una parodia deliberada de la bailarina que era.

Cada error, cada paso en falso, se transfería a Catalina a través del chip.

Mientras ella recibía mi fracaso calculado, yo obtenía su mediocre ejecución.

Días antes, Miguel Reyes, mi hermano biológico, me había encontrado y revelado la verdad: soy una Reyes, de una estirpe legendaria de bailaores de flamenco.

Firmé un pacto de guerra con él.

En el coche de vuelta, Catalina se burlaba, leyendo comentarios de mi desastrosa audición.

Ricardo gruñía que no afectara la reputación familiar.

Catalina entonces soltó: "Con los pasos que he estado 'aprendiendo' de Sofía, esa beca es mía."

Ahí estaba la confesión del robo.

Recordé el día que me implantaron el chip a los diez años, y las palabras gélidas de Elena: "Tu único propósito es ayudar a Catalina. Si ella brilla, nosotros brillamos. Si intentas opacarla, te haremos la vida imposible."

Ahora, Catalina me advertía que Alejandro, el hijo de los socios de Ricardo, estaba fuera de mi alcance.

"No te preocupes por la suerte, Catalina," le dije al día siguiente, mientras ella me arruinaba el vestido y se jactaba de mi tobillera robada. "Hoy no la vas a necesitar."

Mi respuesta la desconcertó.

En la academia, Catalina y sus amigas me rodearon, llamándome "fracasada".

Sentí la rabia de años de humillación, convertida en un filo helado.

Ya no quería su aprobación, solo justicia.

Cuando Ricardo me abofeteó públicamente, gritando que a partir de ese momento yo estaba "desheredada y repudiada", no había dolor, solo liberación.

El teatro estaba listo.

El maestro Antonio anunció los resultados.

Comenzó con Catalina: "Cero puntos."

Y después, "Para la señorita Sofía...".

Me entregaron mi carta de aceptación.

Catalina, incrédula, rasgó mi carta de aceptación.

Ricardo amenazó con destruir la academia.

En ese instante, una voz poderosa resonó: "¡Suéltala!"

Eran mi madre, Alma Reyes, la Reina del Flamenco, y mi hermano Miguel.

Mi madre me acarició la mejilla, donde la bofetada dolía.

"Se acabó, mi niña," susurró. "Mamá está aquí."

Catalina llamó a Miguel "naco", sin saber que era el magnate con quien Ricardo y los Walker buscaban un trato multimillonario.

Mi madre abofeteó a Elena por torturarme 17 años y señaló la tobillera robada, prueba de su bajeza.

Ricardo y Alejandro, el orgullo desecho, se arrodillaron ante Miguel, suplicando perdón.

Pero yo exigí justicia legal: "Robo, abuso, la implantación de un dispositivo ilegal... que la ley se encargue."

Miguel presentó al técnico que instaló el chip y las grabaciones.

Ricardo y Elena se acusaron entre ellos, revelando que Catalina no era hija de Ricardo.

Los Méndez y los Walker lo perdieron todo.

La función había terminado.

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Tentu, saya akan menambahkan POV (Point of View) ke setiap bab sesuai dengan permintaan Anda, tanpa mengubah format atau konten lainnya. Gabriela POV: Durante cinco años crié al hijo de mi esposo como si fuera mío, pero cuando su ex regresó, el niño me gritó que me odiaba y que prefería a su "tía Estrella". Leandro me dejó tirada y sangrando en un estacionamiento tras un accidente, solo para correr a consolar a su amante por un fingido dolor de cabeza. Entendí que mi tiempo había acabado, así que firmé la renuncia total a la custodia y desaparecí de sus vidas para siempre. Para salvar la imprenta de mi padre, acepté ser la esposa por contrato del magnate Leandro Angulo. Fui su sombra, la madre sustituta perfecta para Yeray y la esposa invisible que mantenía su mansión en orden. Pero bastó que Estrella, la actriz que lo abandonó años atrás, chasqueara los dedos para que ellos me borraran del mapa. Me humillaron en público, me despreciaron en mi propia casa y me hicieron sentir que mis cinco años de amor no valían nada. Incluso cuando Estrella me empujó por las escaleras, Leandro solo tuvo ojos para ella. Harta de ser el sacrificio, les dejé los papeles firmados y me marché sin mirar atrás. Años después, cuando me convertí en una autora famosa y feliz, Leandro vino a suplicar perdón de rodillas. Fue entonces cuando descubrió la verdad que lo destrozaría: nuestro matrimonio nunca fue legal y yo ya no le pertenecía.

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