Parto de Dolor, Divorcio de Furia

Parto de Dolor, Divorcio de Furia

Gavin

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Capítulo

Con mi fecha de parto a la vuelta de la esquina, el "síndrome del nido" me tenía comprando todo para nuestra beba. Mi esposo, Máximo, un ingeniero que le temía a la pobreza, siempre me reembolsaba los gastos. Pero este mes, con mi cuenta de Mercado Pago en mano, sus ojos se posaron en un cargo de 500 pesos sin identificar. Su sonrisa se tensó y su voz, antes amorosa, se volvió hielo: "¿Estás inflando las cuentas para sacarme dinero?". Salí tras él, embarazada y aterrada, al Punto de Entrega de la comunidad, donde los vecinos lo verían todo. Allí, frente a todos, Máximo derramó mi carrito de bebé y los papeles de mi estado de cuenta: "¡Explícame esto! ¿O creíste que podías robarle al hombre que te da de comer?". Mientras la humillación me ahogaba, mi "amiga" Sylvia apareció, y con una maliciosa mentira, provocó que Máximo me abofeteara. Un golpe tan brutal que, en medio del pánico de ver mis aguas romperse en el suelo, mi esposo se detuvo, no para auxiliarme, sino para auditar unos biberones. Luego apareció Sylvia, la intrusa que a medianoche consolaba a mi marido, diciendo que mi parto era una manipulación. Entonces, la prueba de embarazo prenatal que encontré escondida en su armario lo confirmó: Sylvia llevaba a un hijo de Máximo. Él planeaba una doble vida, ¡con dos bebés en camino! Pero a mí, la mujer a la que acababa de abofetear y dejar tirada, me esperaba una cesárea de emergencia en un hospital público. ¿Cómo podía defender a su amante y su "parto sin dolor" de cien mil pesos, mientras yo luchaba por nuestra hija con la vida, sola? Su justificación de "estaba estresado" no bastaba. Su estupidez era su perdición. Ahora, quería no solo el divorcio, sino que lo perdiera todo. Porque la justicia, a veces, tiene un sabor dulce.

Introducción

Con mi fecha de parto a la vuelta de la esquina, el "síndrome del nido" me tenía comprando todo para nuestra beba.

Mi esposo, Máximo, un ingeniero que le temía a la pobreza, siempre me reembolsaba los gastos.

Pero este mes, con mi cuenta de Mercado Pago en mano, sus ojos se posaron en un cargo de 500 pesos sin identificar.

Su sonrisa se tensó y su voz, antes amorosa, se volvió hielo: "¿Estás inflando las cuentas para sacarme dinero?".

Salí tras él, embarazada y aterrada, al Punto de Entrega de la comunidad, donde los vecinos lo verían todo.

Allí, frente a todos, Máximo derramó mi carrito de bebé y los papeles de mi estado de cuenta: "¡Explícame esto! ¿O creíste que podías robarle al hombre que te da de comer?".

Mientras la humillación me ahogaba, mi "amiga" Sylvia apareció, y con una maliciosa mentira, provocó que Máximo me abofeteara.

Un golpe tan brutal que, en medio del pánico de ver mis aguas romperse en el suelo, mi esposo se detuvo, no para auxiliarme, sino para auditar unos biberones.

Luego apareció Sylvia, la intrusa que a medianoche consolaba a mi marido, diciendo que mi parto era una manipulación.

Entonces, la prueba de embarazo prenatal que encontré escondida en su armario lo confirmó: Sylvia llevaba a un hijo de Máximo.

Él planeaba una doble vida, ¡con dos bebés en camino!

Pero a mí, la mujer a la que acababa de abofetear y dejar tirada, me esperaba una cesárea de emergencia en un hospital público.

¿Cómo podía defender a su amante y su "parto sin dolor" de cien mil pesos, mientras yo luchaba por nuestra hija con la vida, sola?

Su justificación de "estaba estresado" no bastaba.

Su estupidez era su perdición.

Ahora, quería no solo el divorcio, sino que lo perdiera todo.

Porque la justicia, a veces, tiene un sabor dulce.

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5.0

El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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