Cuando tu Tía No Es Quien Crees

Cuando tu Tía No Es Quien Crees

Gavin

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Mi padre, Javier, desapareció hace cuatro años en la Costa da Morte. Su cuerpo nunca se encontró, solo una mochila y un diario empapado. Una noche, regresó a casa: empapado, cubierto de salitre y algas, con una sonrisa fría y ajena, exhalando un olor a descomposición. Mi tía Elena, horrorizada, me dijo al oído la verdad que heló mi sangre: "Ese hombre no es tu padre". El "padre" se quedó, transformando mi hogar en una pesadilla: evitaba la luz del sol, exigía humedad, y sus accesos de ira eran aterradores. La casa apestaba a falsedad y miedo. Necesitaba desesperadamente respuestas, y sabía que estaban enterradas con sus cosas. Desenterré su diario de la tumba simbólica, revelando su obsesión con una cueva submarina y una advertencia grabada con sangre: "¡Sofía, huye! ¡Tu tía no es quien crees que es!". Junto al diario, una foto de un cadáver con el brazalete idéntico al de mi madre destrozó mi mundo. ¿Mi madre no murió en la cama? ¿Quién era realmente mi tía Elena? Cuando Elena regresó, se empeñó en destruir al "Nubeiro", ese espíritu marino que suplantaba a mi padre. Me convenció de que la única forma de liberar a mi padre era si yo, su hija, lo sacaba a la luz del sol. Pero en el instante en que el "Nubeiro" se disolvía con el último grito de mi verdadero padre, noté una cicatriz en el abdomen de Elena. No era la cicatriz de mi tía, sino la de mi madre. Mi mundo se desmoronó, la verdad se retorció en mi mente: ¿quién era esta mujer que me había criado? Movida por una confusión y una necesidad incontrolable, busqué respuestas en la habitación de Elena, descubriendo una caja oculta. Dentro, encontré documentos médicos que confirmaban la infertilidad de mi madre biológica, un acuerdo de donación de óvulos con el nombre de Elena, y el diario de mi tía. Las páginas revelaban una historia desgarradora de amor, celos y sacrificio: Elena y mi padre se amaron, mi madre, consumida por la enfermedad y la envidia, intentó envenenar a Javier antes de suicidarse, y Elena, para protegernos, enterró en secreto a su hermana y asumió su identidad. La mujer que era mi tía era, biológicamente, mi verdadera madre. Con la verdad al descubierto, nos sentamos a hablar, y por primera vez, el abrazo que nos dimos se sintió completo, sin secretos ni sombras. Era hora de que yo misma dibujara mi propio futuro, con mis propios colores y en mis propias condiciones.

Introducción

Mi padre, Javier, desapareció hace cuatro años en la Costa da Morte.

Su cuerpo nunca se encontró, solo una mochila y un diario empapado.

Una noche, regresó a casa: empapado, cubierto de salitre y algas, con una sonrisa fría y ajena, exhalando un olor a descomposición.

Mi tía Elena, horrorizada, me dijo al oído la verdad que heló mi sangre: "Ese hombre no es tu padre".

El "padre" se quedó, transformando mi hogar en una pesadilla: evitaba la luz del sol, exigía humedad, y sus accesos de ira eran aterradores.

La casa apestaba a falsedad y miedo.

Necesitaba desesperadamente respuestas, y sabía que estaban enterradas con sus cosas.

Desenterré su diario de la tumba simbólica, revelando su obsesión con una cueva submarina y una advertencia grabada con sangre: "¡Sofía, huye! ¡Tu tía no es quien crees que es!".

Junto al diario, una foto de un cadáver con el brazalete idéntico al de mi madre destrozó mi mundo.

¿Mi madre no murió en la cama? ¿Quién era realmente mi tía Elena?

Cuando Elena regresó, se empeñó en destruir al "Nubeiro", ese espíritu marino que suplantaba a mi padre.

Me convenció de que la única forma de liberar a mi padre era si yo, su hija, lo sacaba a la luz del sol.

Pero en el instante en que el "Nubeiro" se disolvía con el último grito de mi verdadero padre, noté una cicatriz en el abdomen de Elena.

No era la cicatriz de mi tía, sino la de mi madre.

Mi mundo se desmoronó, la verdad se retorció en mi mente: ¿quién era esta mujer que me había criado?

Movida por una confusión y una necesidad incontrolable, busqué respuestas en la habitación de Elena, descubriendo una caja oculta.

Dentro, encontré documentos médicos que confirmaban la infertilidad de mi madre biológica, un acuerdo de donación de óvulos con el nombre de Elena, y el diario de mi tía.

Las páginas revelaban una historia desgarradora de amor, celos y sacrificio: Elena y mi padre se amaron, mi madre, consumida por la enfermedad y la envidia, intentó envenenar a Javier antes de suicidarse, y Elena, para protegernos, enterró en secreto a su hermana y asumió su identidad.

La mujer que era mi tía era, biológicamente, mi verdadera madre.

Con la verdad al descubierto, nos sentamos a hablar, y por primera vez, el abrazo que nos dimos se sintió completo, sin secretos ni sombras.

Era hora de que yo misma dibujara mi propio futuro, con mis propios colores y en mis propias condiciones.

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