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En mi vida anterior, Patrick, mi prometido, me estranguló en nuestra noche de bodas. Mientras llevaba el vestido blanco que mi madre me había cosido, sus dedos se apretaron en mi garganta, consumido por el odio hacia mí. ¡Todo por obligarlo a subir a un autobús para que no perdiera su trabajo! Él culpaba a esa decisión de la miseria de Scarlett, la mujer que amaba por encima de todo. Morí ahogada, sola, por la furia irracional de un hombre al que se suponía que debía amar. ¡No entendía cómo podía ser tan cruel, tan lleno de resentimiento, después de todo lo que hice por él! Pero ahora, he renacido. Estoy de vuelta en ese mismo instante fatídico, con la mano de Patrick todavía aferrada a mi muñeca. Esta vez, no lo arrastraré. Esta vez, lo soltaré. Ahora que él también ha renacido, no solo cambiaré mi destino, sino que haré que su caída sea un espectáculo inolvidable.
En mi vida anterior, Patrick, mi prometido, me estranguló en nuestra noche de bodas.
Mientras llevaba el vestido blanco que mi madre me había cosido, sus dedos se apretaron en mi garganta, consumido por el odio hacia mí.
¡Todo por obligarlo a subir a un autobús para que no perdiera su trabajo!
Él culpaba a esa decisión de la miseria de Scarlett, la mujer que amaba por encima de todo.
Morí ahogada, sola, por la furia irracional de un hombre al que se suponía que debía amar.
¡No entendía cómo podía ser tan cruel, tan lleno de resentimiento, después de todo lo que hice por él!
Pero ahora, he renacido.
Estoy de vuelta en ese mismo instante fatídico, con la mano de Patrick todavía aferrada a mi muñeca.
Esta vez, no lo arrastraré. Esta vez, lo soltaré.
Ahora que él también ha renacido, no solo cambiaré mi destino, sino que haré que su caída sea un espectáculo inolvidable.
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Urban romance
La música de la fiesta apenas existía para mí, aunque estaba en medio de todo, una extra en mi propia vida, llevaba un vestido rojo, un pequeño acto de rebeldía. Pero cuando Mateo me vio, su rostro se transformó, y sus palabras heladas, "¡¿Qué demonios traes puesto?!", golpearon como un puñal. "Te dije que no usaras rojo," sentenció, y su madre, Doña Elena, remató con una sonrisa de víbora: "Ella no es Ana." Ahí estaba la verdad que me ahogaba: yo era la sustituta, la mujer sin apellido que solo servía para dar un heredero, jamás la esposa. Sentí que el aire se me iba de los pulmones, la humillación quemaba, y por un instante, me pregunté si había algo de verdad en sus crueles palabras. "Necesito un poco de aire," dije, soltándome de su agarre, y dejé atrás la farsa, porque algo en mí, por fin, se negaba a seguir viviendo así.
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Fantasía
El grito de Sofía resonó en la lujosa sala, un sonido agudo y lleno de rabia que cortó el aire. Mi xoloitzcuintle, "El Guardián", gimió suavemente a mis pies, ajeno a la farsa. De repente, un impacto brutal y seco me paralizó: Sofía, con un tacón de aguja, había destrozado la vida de El Guardián. Un aullido ahogado, un cuerpo convulsionado, y luego el silencio, sólo roto por el oscuro charco de sangre que se extendía en el suelo de mármol. Mi fiel compañero, el legado de mi abuelo, yacía inerte, mientras la mujer a la que amaba sonreía con cruel satisfacción. "¡Tú… lo mataste!", logré decir, la voz desgarrada por el horror y la incredulidad, pero su risa fría devoró mis palabras. Sin piedad, Sofía ordenó a sus hombres que me arrastraran al sótano, un lugar húmedo y maloliente, donde la oscuridad me envolvió. Escuché su voz gélida: "Suéltenlos", y entonces sentí unos gruñidos bajos y guturales. Dos siluetas enormes y musculosas, dos pitbulls de pelea cuyos ojos brillaban en la penumbra, descendían las escaleras. "¡Sofía, no! ¡Por favor, no hagas esto!", supliqué, el corazón latiéndome a punto de estallar. Pero su cruel melodía resonó desde arriba: "¡Demasiado tarde, mi amor! ¡A ver quién entrena a quién ahora!". Los perros se lanzaron sobre mí, sus fauces goteando saliva, sus dientes destrozando mi carne, mis propios gritos ahogados en mi sangre. Fui devorado, solo un espíritu de dolor y confusión flotando en el frío y húmedo sótano, un testigo impotente de mi propia aniquilación. Arriba, Sofía negaba mi muerte, manipulaba la historia y planificaba profanar la memoria de "El Guardián" por el capricho de Rodrigo. Mi alma gritaba en silencio, viendo cómo la farsa de Rodrigo continuaba, una realidad tan grotesca que me rompía por dentro. No era solo la crueldad de Sofía, sino la completa ceguera y la profunda locura lo que me atormentaba. Pero, ¿quién era realmente Rodrigo? Y, ¿por qué Sofía se había convertido en este monstruo? Desde la oscuridad de mi tumba sin nombre, mi espíritu juró que la verdad saldría a la luz.
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Xuanhuan
El dolor agudo en mi pecho fue lo último que sentí. A través de mi visión borrosa, vi a Pedro, el vocalista de "El Zorro de Seis Colas", arrodillado frente a mi hermana Elena. "¡Si no fuera por ti, yo debería haber sido el mariachi de Elena, y ya estaríamos juntos!", su voz llena de un resentimiento que nunca antes había escuchado, resonó en mis oídos antes de la oscuridad. Entonces, un destello cegador. Abrí los ojos bruscamente. Había vuelto, el día exacto de mi mayor humillación y de mi muerte. Pedro se arrodillaba en el escenario, pero no ante mí, sino ante Elena. "Elena", su voz profunda y resonante, "tu talento es una estrella brillante, mientras que el de tu hermana ya está en declive. Te ofrezco mi lealtad y mi carrera. Por favor, permíteme ser tu mariachi". La declaración fue una bofetada en público. Elena sonreía, sus ojos brillaban con un triunfo mal disimulado. Mi padre, ignorando mi presencia, se aclaró la garganta, su silencio una aprobación. Pedro se giró hacia mí, su expresión ya no era devoción, sino fría condescendencia. "Sofía, sé que compusiste 'Corazón de Agave' para mí. Pero eso fue un golpe de suerte. Tu estrella se está apagando. Elena es el futuro". "Todo lo que hiciste por mí, te lo agradezco", continuó, su tono ligero. "Fue una inversión. Te daré el doble de lo que gastaste en mí. Con eso, estamos a mano y podemos cortar lazos por completo". "Incluso te compensaré por esas pequeñas heridas en tus manos. Cien mil pesos deberían ser suficientes para cualquier tratamiento estético", dijo con una sonrisa. El aire se escapó de mis pulmones. En mi vida pasada, esto me destrozó. Pero ahora, solo sentía un frío glacial. Levanté la barbilla y lo miré directamente a los ojos, una calma escalofriante en mi sonrisa. "De acuerdo", mi voz clara y firme en el silencio. "Acepto. Cortamos lazos. Eres libre, Pedro". La sorpresa cruzó sus rostros. No esperaban que yo lo dejara ir con tanta facilidad. Pero ya no era la misma Sofía. La mujer que murió con el corazón roto había aprendido la lección. Y esta vez, la que iba a reír al final sería yo.
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Urban romance
El aroma a mole de olla recién hecho llenaba "Corazón de Maíz", mi restaurante con estrella Michelin. Esa noche, el éxito era más dulce por el secreto en mi bolsillo: dos boletos a París para celebrar cinco años con Sofía, mi esposa, a quien creía "estéril" por un diagnóstico devastador. Llegué a su apartamento parisino con un ramo de peonías, soñando con su cara de sorpresa. Pero la sorpresa fue mía: Sofía estaba ahí, con una máscara de pánico y un vientre ¡de seis meses de embarazo! "¿Armando? ¿Qué... qué haces aquí?", susurró, y mi mundo se derrumbó con el ruidoso golpe de las flores al caer. "¿Estás embarazada? ¿Mi esposa estéril?", espeté, pateando las flores en el pasillo mientras ella confirmaba lo impensable. "Nunca fui estéril. Falsifiqué el diagnóstico. No quería hijos, mi carrera despegaba." Cada palabra era un puñal. Y el bebé no era mío. Era de un tal Ricardo Mendoza, un torero, un exnovio. "¿Altruismo? ¡Estás loca! ¡Estás gestando el hijo de otro!", intenté gritarle, pero la rabia me ahogaba. Su argumento de "acto noble" me revolvió las entrañas, mientras mi cerebro intentaba procesar la monumental traición de los últimos cinco años. "O te deshaces de ese niño ahora, o nos divorciamos. Elige", solté, y su pánico se hizo evidente. De repente, un ruido metálico en la puerta: una llave, y apareció Ricardo, el torero, besando su vientre y luego sus labios. "¿Qué haces aquí, Robles? ¿Viniste a prepararnos la cena?", me dijo, con arrogancia, como si yo no existiera. La furia me cegó. "¡Voy a matarte, hijo de puta!", grité, y en ese instante, Sofía me empujó, ¡protegiéndolo a él! Mi puño se estrelló contra su mandíbula. El caos estalló. Él, el "enfermo terminal", me amenazó con hundirme. Justo cuando estaba a punto de golpearlo de nuevo, la policía irrumpió. Ricardo y Sofía, actuando como víctimas, me arrojaron a la cárcel. "Él es mi esposo, pero Ricardo y yo estamos juntos. Armando se volvió loco", declaró Sofía, y me convertí en el villano de su historia. En la celda, una idea se forjó: el verdadero poder no era el dinero ni la fama, sino quienes los controlaban. Había una pieza clave que ellos no esperaban. "No voy a pagarle ni un centavo", le dije al detective. Estaba harto de ser el perdedor. "Lo siento, Armando. Todo se salió de control", me dijo Sofía al día siguiente, pálida y arrepentida. "¿Se salió de control? ¿O simplemente siguió el guion que ustedes escribieron?", le espeté. Pero luego, una sonrisa fría: "Necesitamos hablar. Los tres. En un lugar neutral. Mañana." Ricardo, con aire de magnate, me ofreció un cheque con ceros infinitos para que desapareciera. Lo rompí en pedazos. "Qué generoso para un hombre que se está muriendo", le dije. "Nos falta una persona. La más importante, la que realmente tiene el poder aquí. La que paga por tus cigarros cubanos, Ricardo." Y justo entonces, la puerta de la suite se abrió, revelando a Isabella Vargas, la esposa de Ricardo, "La Viuda Negra".
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Adulto Joven
Mi nombre es Sofía Romero, y esta es la historia de mi muerte. Morí el día que cumplí dieciocho años, el final de un castigo de ocho años. Todo comenzó con un error: a los diez, le rogué a mi hermano Mateo que volviera de su viaje, y esa noche mis padres recibieron la llamada: un accidente, no hubo sobrevivientes. Me convertí en la sombra culpable. La noche que morí, la lluvia caía a cántaros. Un hombre me seguía. Temblorosa, marqué a casa. Mi madre contestó, pero mi súplica desesperada fue recibida con un silencio gélido. "¿Otra vez con tus mentiras para llamar la atención? Si tan solo te parecieras un poco a tu hermano... pero no, tenías que ser tú la que quedara. No vuelvas a llamar". Y colgó. La pantalla del celular se oscureció, y con ella mi última esperanza. La frase de mi madre, "Ojalá nunca hubieras nacido" , resonó mientras la silueta del hombre se acercaba. Recogiendo los pedazos de mi éxito, mi madre me abofeteó: "Tú lo mataste. Nada de lo que hagas cambiará eso". Mi padre, presente, solo suspiró, guiándola fuera. Sentí el crujido de mis huesos mientras el hombre me arrastraba a un callejón. El olor a sangre y basura, el brillo de un cuchillo. Después, nada. Horas después, mi padre, Javier Romero, detective forense, llegó a la escena del crimen, indiferente. En la morgue, mi padre analizó mis restos destrozados, buscando indicios del asesino. Cuando Ricardo Solís, capitán y colega, le preguntó si conocía a la víctima al ver mi identificación, mi padre respondió con una crueldad helada: "Esa niña... Ojalá ya estuviera muerta hace mucho tiempo. Ella no es mi hija. Mi único hijo murió hace ocho años". Sus palabras me hirieron incluso en la muerte. Floté sobre él, escuchando sus quejas sobre la brutalidad del asesino, sin saber que la "pobre chica" a la que se refería era yo, a quien había abandonado a su suerte la noche más oscura de mi vida. Supe entonces una verdad terrible: para ellos, yo ni siquiera calificaba para ser amada. Era una plaga, un error. Era un bicho de alcantarilla que no merecía vivir.
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Romance
Durante doce años, me dediqué en cuerpo y alma a Viñedos Montenegro y a Mateo, el hombre que amé desde la infancia, sacrificando mis sueños por él. Faltando solo días para mi trigésimo cumpleaños, y la promesa nunca cumplida de Mateo de casarse, descubrí la cruel verdad. Lo escuché llamarme "tonta útil" y "perro faldero" a mis espaldas, mientras planeaba su boda secreta con Isabella, la superficial secretaria. Mis amigas me felicitaban emocionadas por la "gran celebración" y "sorpresa" de Mateo, ajenas a que se refería a su enlace y no al mío. Luego, en el Registro Civil, vestida de novia, fui recibida con burlas y una bofetada pública de Isabella. ¿Doce años de lealtad para ser tan solo un objeto despreciable? El dolor era agonizante, pero con cada burla, una claridad brutal me invadió. Con voz firme, le exigí a Mateo que confirmara su boda con Isabella frente a todos. En ese instante, como un torbellino de elegancia, llegó Alejandro, mi verdadero prometido, para proclamarme suya. Tomados de la mano, entré a mi nueva vida, dejando a Mateo atónito y humillado, listo para saborear su propia amargura.
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Rechazada por su pareja, de la que había estado enamorada durante mucho tiempo, Jasmine se sintió completamente humillada. En busca de consuelo, se dirigió a una fiesta para ahogar sus penas. Pero las cosas empeoraron cuando sus amigos le propusieron un cruel reto: besar a un desconocido o pedir perdón a su pareja. Sin otra opción, Jasmine se acercó a un desconocido y lo besó, pensando que eso sería el final. Sin embargo, inesperadamente, el desconocido le rodeó la cintura con los brazos y le susurró al oído: "¡Eres mía!". Gruñó, y sus palabras le provocaron escalofríos. Entonces, le ofreció una solución que lo cambiaría todo...
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Desde que tenía diez años, Noreen había estado al lado de Caiden, viendo cómo pasaba de ser un joven a convertirse en un exitoso director ejecutivo. Sin embargo, después de dos años de matrimonio, sus visitas a casa se volvieron raras. Los rumores entre los ricos decían que la despreciaba. Incluso la amante de su esposo se burlaba de sus esperanzas, y su círculo la trataba con desdén. La gente olvidó su década de lealtad. Noreen se aferraba a los recuerdos y se convirtió en el blanco de las burlas, hasta que finalmente se cansó. Pensaban que él había ganado su libertad, pero para su sorpresa se arrodilló e imploró: "Noreen, tú eres la única a la que amo". Ella dejó los papeles de divorcio sobre la mesa y se fue.
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Cuando eran niños, Derek le salvó la vida a Norah. Años más tarde, Derek quedó en estado vegetativo tras un accidente automovilístico y Norah se casó con él sin pensarlo dos veces. Con sus conocimientos médicos, incluso lo curó. Durante dos años, Norah amó a su marido con todo su corazón, esperando poder devolverle su bondad. Pero cuando volvió su primer amor, él pidió el divorcio. Sin dudarlo, ella estuvo de acuerdo. Lo que pocas personas sabían es que ella, etiquetada como "abandonada", era en realidad una piloto de carreras, una famosa diseñadora, una genio hacker y una reconocida doctora. Lamentando su decisión, Derek le pidió perdón a Norah. De repente, apareció un encantador CEO, abrazó a Norah y le dijo: "¡Aléjate de mi esposa!". Sorprendida, Norah soltó: "¿Qué?".
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Cuando Stela estaba enferma durante los primeros días de su embarazo, Ezrah estaba con su primer amor, Piper. Cuando Stela tuvo un accidente y llamó a Ezrah, él dijo que estaba ocupado, pero en realidad, estaba comprando zapatos para Piper. Stela perdió a su bebé debido al accidente, y durante toda su estancia en el hospital, Ezrah nunca apareció. Ella ya sabía que él no la amaba, pero eso fue la gota que colmó el vaso, y su frágil corazón no pudo soportarlo más. Cuando Ezrah llegó a casa unos días después de que su esposa fue dada de alta del hospital, ya no encontró a la mujer que siempre lo recibía con una sonrisa y cuidaba de él. Stela se paró en lo alto de las escaleras y gritó con una expresión fría: "Ezrah, tengo una buena noticia para ti. Nuestro bebé murió en el accidente. Ya no hay nada entre nosotros, así que vamos a divorciarnos". El hombre que afirmaba no tener sentimientos por Stela, siendo frío y distante con ella y habiéndole pedido el divorcio dos veces, se llenó de pánico al instante.
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Natalie creía que podía derretir el gélido corazón de Connor, pero estaba muy equivocada. Cuando por fin decidió marcharse, descubrió que estaba embarazada. Aun así, decidió abandonar la ciudad en silencio, lo que llevó a Connor a movilizar todos sus recursos y ampliar su negocio a escala mundial, todo en un intento por encontrarla. Pero no había rastro de su mujer. Connor se sumió poco a poco en la locura, poniendo la ciudad patas arriba y dejando el caos a su paso. Natalie apareció años más tarde, adinerada y poderosa, solo para encontrarse de nuevo enredada con ese hombre.
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Stella alguna vez disfrutó de la devoción de Marc, pero su crueldad oculta la lastimó profundamente. Mientras él enviaba mensajes coquetos a su amante, ella quemó la foto de bodas frente a él. Con el pecho apretado y los ojos encendidos, Stella le dio una bofetada. Luego borró todo rastro de su identidad, se unió a una misión de investigación confidencial, desapareció sin dejar rastro y le dejó una bomba secreta. El día del lanzamiento, Stella se fue; esa misma mañana, el imperio de Marc se vino abajo. Todo lo que encontró fue el certificado de defunción de su esposa, y su corazón se hundió. Cuando volvieron a verse, fue en una gala. Stella, elegante, estaba junto a un magnate. Marc le suplicó que volviera. Ella, con una sonrisa burlona, respondió: "No me mereces, hombre".


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