El funeral de mi hija fue un espectáculo grotesco, empañado por el aire pesado de la hipocresía de la familia de mi marido. Mi esposo, Alejandro, ni siquiera me miraba; en cambio, consolaba a Carmen, la viuda de su hermano, que lloraba delicadamente sobre su hombro, visiblemente embarazada. Pero el horror no terminó ahí: en ese mismo santuario de luto, Alejandro anunció que el hijo de Carmen era la "nueva bendición" de la familia, mientras yo me ahogaba en el dolor. Lo sabía entonces: mi hija, muerta por un plato de setas venenosas que Carmen le había dado, era ahora solo un preludio para el hijo bastardo que crecía en su vientre. Sentí una fría desesperación: me había quitado el anillo de bodas, y el leve tintineo al caer fue un trueno solo para mí, mientras todos celebraban la atrocidad; mi mundo se detuvo, esperando el golpe final. Ese golpe llegó cuando, tras forzarme a cocinar para su amante, Alejandro exigió que le diera mi útero para un trasplante que salvaría a su hijo, revelando que había asesinado a nuestros gemelos conmigo. La humillación, el dolor y la absoluta malicia de sus acciones encendieron una llama oscura dentro de mí, una promesa silenciosa de venganza. Fui abandonada en una bodega en llamas, pero emergí de las cenizas sabiendo que mi plan apenas comenzaba, y que Alejandro pagaría cada lágrima y cada injusticia. Años después, se arrodilló ante mí, un hombre roto y arrepentido, ofreciéndome de nuevo el mundo; pero yo, Sofía, ya había encontrado mi verdadero amor y mi libertad. El anillo de diamantes voló por el aire, un pequeño destello que caía al mar y arrastraba consigo los últimos vestigios del hombre que había sido mi tormento.
El funeral de mi hija fue un espectáculo grotesco, empañado por el aire pesado de la hipocresía de la familia de mi marido.
Mi esposo, Alejandro, ni siquiera me miraba; en cambio, consolaba a Carmen, la viuda de su hermano, que lloraba delicadamente sobre su hombro, visiblemente embarazada.
Pero el horror no terminó ahí: en ese mismo santuario de luto, Alejandro anunció que el hijo de Carmen era la "nueva bendición" de la familia, mientras yo me ahogaba en el dolor.
Lo sabía entonces: mi hija, muerta por un plato de setas venenosas que Carmen le había dado, era ahora solo un preludio para el hijo bastardo que crecía en su vientre.
Sentí una fría desesperación: me había quitado el anillo de bodas, y el leve tintineo al caer fue un trueno solo para mí, mientras todos celebraban la atrocidad; mi mundo se detuvo, esperando el golpe final.
Ese golpe llegó cuando, tras forzarme a cocinar para su amante, Alejandro exigió que le diera mi útero para un trasplante que salvaría a su hijo, revelando que había asesinado a nuestros gemelos conmigo.
La humillación, el dolor y la absoluta malicia de sus acciones encendieron una llama oscura dentro de mí, una promesa silenciosa de venganza.
Fui abandonada en una bodega en llamas, pero emergí de las cenizas sabiendo que mi plan apenas comenzaba, y que Alejandro pagaría cada lágrima y cada injusticia.
Años después, se arrodilló ante mí, un hombre roto y arrepentido, ofreciéndome de nuevo el mundo; pero yo, Sofía, ya había encontrado mi verdadero amor y mi libertad.
El anillo de diamantes voló por el aire, un pequeño destello que caía al mar y arrastraba consigo los últimos vestigios del hombre que había sido mi tormento.
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