La Heredera Inquebrantable

La Heredera Inquebrantable

Gavin

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Capítulo

La víspera de mi boda, el aire en la finca olía a flores caras y a mentiras. Javier Soto, mi prometido, me abofeteó delante de todos, mi mejilla ardiendo mientras el silencio del jardín resonaba con el golpe. Luego, mi padre me recriminó por "montar una escena", defendiendo a mi hermanastra Valeria, que sonreía victoriosa a su lado. Diez años de relación con Javier, una década sintiéndome una extraña en mi propia casa, se hicieron pedazos en un instante. Me encerré en la suite nupcial y escuché lo inimaginable: Javier confesaba su amor a Valeria, revelando que yo solo era un "arreglo", ingenua y fácil de manejar, una herramienta para acceder a la fortuna de mi madre. Descubrí que mi anillo de compromiso era una cruel broma elegida por mi hermanastra, y que su romance no era reciente, sino una farsa planeada para robarme todo. La humillación me quemaba por dentro, ¿cómo pude ser tan ciega? Pero esta vez, no me iba a derrumbar. No huiría como una víctima. Con la voz tranquila y el teléfono en la mano, le dije a mi madre que no me casaría... y que el negocio la estaba esperando. La boda se celebraría. Y sería el escenario de mi más dulce venganza.

Introducción

La víspera de mi boda, el aire en la finca olía a flores caras y a mentiras.

Javier Soto, mi prometido, me abofeteó delante de todos, mi mejilla ardiendo mientras el silencio del jardín resonaba con el golpe.

Luego, mi padre me recriminó por "montar una escena", defendiendo a mi hermanastra Valeria, que sonreía victoriosa a su lado.

Diez años de relación con Javier, una década sintiéndome una extraña en mi propia casa, se hicieron pedazos en un instante.

Me encerré en la suite nupcial y escuché lo inimaginable: Javier confesaba su amor a Valeria, revelando que yo solo era un "arreglo", ingenua y fácil de manejar, una herramienta para acceder a la fortuna de mi madre.

Descubrí que mi anillo de compromiso era una cruel broma elegida por mi hermanastra, y que su romance no era reciente, sino una farsa planeada para robarme todo.

La humillación me quemaba por dentro, ¿cómo pude ser tan ciega?

Pero esta vez, no me iba a derrumbar.

No huiría como una víctima.

Con la voz tranquila y el teléfono en la mano, le dije a mi madre que no me casaría... y que el negocio la estaba esperando.

La boda se celebraría.

Y sería el escenario de mi más dulce venganza.

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El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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