Mi vida en la imponente mansión Vega Torres era una sinfonía de viñedos y la pasión por el vino que yo cultivaba con devoción. Yo, Sofía Martín, era la silenciosa fuerza y la verdadera gestora detrás del éxito de la aclamada bodega familiar. Pero una tarde teñida de luto y cera de abeja, la voz de mi tía Carmen, calculadora y fría, clavó una daga en mi corazón. Mi pobre prima Isabel, viuda joven, hermosa y, lo más importante, sin hijos, necesitaba un heredero. Y el elegido para esa "noble causa" y para asegurar la herencia del torero muerto, era mi propio marido, Javier. Él evitó mi mirada, concentrado en la alfombra persa, cómplice de la aberración más indignante. El frío subió por mi espalda, el aire era denso con la expectativa de mi forzoso "consentimiento". Poco después, con una sonrisa triunfante que destilaba veneno, Isabel entró a mi cocina y anunció su embarazo. El amor que sentía por Javier se pudrió, dejando un vacío inmenso, un desierto en mi alma. Pero el golpe final, el que transformó el dolor en una furia incontrolable, sucedió cuando mi hija Valentina, de seis años, intentó defenderme de la incesante humillación pública. Javier, en un arrebato de ira y para proteger su frágil masculinidad ante su amante, le propinó una bofetada que resonó en el gran salón como un disparo. En ese instante de brutalidad insondable, todo dentro de mí se rompió para siempre, y la calma se convirtió en un fuego abrasador. ¿Cómo pudieron osar mis propios supuestos seres queridos -mi marido, su familia- exigir tal sacrificio, llegando a humillar y dañar a una niña inocente por la obsesión con un apellido y una falsa herencia? La esposa sumisa Sofía había muerto en ese preciso momento. En su lugar, nació una estratega implacable, con la mente clara y un único objetivo inquebrantable: no solo me iría, sino que me aseguraría de arrasar con todo lo que valoraban. Su arrogancia les haría firmar su propia ruina. Mi venganza había comenzado, y no pararía hasta ver el prestigioso nombre de Vega Torres reducido a cenizas, y el mío, Sofía Martín, erguirse triunfante.
Mi vida en la imponente mansión Vega Torres era una sinfonía de viñedos y la pasión por el vino que yo cultivaba con devoción.
Yo, Sofía Martín, era la silenciosa fuerza y la verdadera gestora detrás del éxito de la aclamada bodega familiar.
Pero una tarde teñida de luto y cera de abeja, la voz de mi tía Carmen, calculadora y fría, clavó una daga en mi corazón.
Mi pobre prima Isabel, viuda joven, hermosa y, lo más importante, sin hijos, necesitaba un heredero.
Y el elegido para esa "noble causa" y para asegurar la herencia del torero muerto, era mi propio marido, Javier.
Él evitó mi mirada, concentrado en la alfombra persa, cómplice de la aberración más indignante.
El frío subió por mi espalda, el aire era denso con la expectativa de mi forzoso "consentimiento".
Poco después, con una sonrisa triunfante que destilaba veneno, Isabel entró a mi cocina y anunció su embarazo.
El amor que sentía por Javier se pudrió, dejando un vacío inmenso, un desierto en mi alma.
Pero el golpe final, el que transformó el dolor en una furia incontrolable, sucedió cuando mi hija Valentina, de seis años, intentó defenderme de la incesante humillación pública.
Javier, en un arrebato de ira y para proteger su frágil masculinidad ante su amante, le propinó una bofetada que resonó en el gran salón como un disparo.
En ese instante de brutalidad insondable, todo dentro de mí se rompió para siempre, y la calma se convirtió en un fuego abrasador.
¿Cómo pudieron osar mis propios supuestos seres queridos -mi marido, su familia- exigir tal sacrificio, llegando a humillar y dañar a una niña inocente por la obsesión con un apellido y una falsa herencia?
La esposa sumisa Sofía había muerto en ese preciso momento.
En su lugar, nació una estratega implacable, con la mente clara y un único objetivo inquebrantable: no solo me iría, sino que me aseguraría de arrasar con todo lo que valoraban.
Su arrogancia les haría firmar su propia ruina.
Mi venganza había comenzado, y no pararía hasta ver el prestigioso nombre de Vega Torres reducido a cenizas, y el mío, Sofía Martín, erguirse triunfante.
Introducción
Hoy, a las 11:26
Capítulo 1
Hoy, a las 11:26
Capítulo 2
Hoy, a las 11:26
Capítulo 3
Hoy, a las 11:26
Capítulo 4
Hoy, a las 11:26
Capítulo 5
Hoy, a las 11:26
Capítulo 6
Hoy, a las 11:26
Capítulo 7
Hoy, a las 11:26
Capítulo 8
Hoy, a las 11:26
Capítulo 9
Hoy, a las 11:26
Capítulo 10
Hoy, a las 11:26
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