La Jugadora Nunca Derrota

La Jugadora Nunca Derrota

Gavin

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Capítulo

El olor a levadura y a pan recién hecho era el único consuelo de mi vida. Nuestra panadería, el legado de mis padres, era mi mundo, un santuario de trabajo duro y esperanza. Pero esa noche, mi hermano Mateo, destrozado, me dijo que lo había perdido todo en una partida de truco contra Ricardo, "El Gallo". Veinte mil dólares: los ahorros de mamá, el aguinaldo, el préstamo para el horno. El silencio en la cocina se volvió un hueco, un abismo que tragó nuestra esperanza. El futuro, que antes olía a pan caliente, ahora apestaba a ceniza. Habíamos perdido la casa, el sudor de papá, nuestro porvenir. Mateo sollozaba, suplicando que huyéramos. "¡Se reirá de nosotros!", decía. Sentí un frío antiguo, no del suelo, sino de un pasado olvidado. ¿Cómo podía un hombre destruirnos tanto? Tomé los últimos quinientos dólares y los papeles de la propiedad. Con una calma gélida que asustó a mi hermano más que un grito. "Llévame con Ricardo", le ordené. Porque la panadera estaba a punto de recordar la daga helada en su alma.

Introducción

El olor a levadura y a pan recién hecho era el único consuelo de mi vida. Nuestra panadería, el legado de mis padres, era mi mundo, un santuario de trabajo duro y esperanza.

Pero esa noche, mi hermano Mateo, destrozado, me dijo que lo había perdido todo en una partida de truco contra Ricardo, "El Gallo". Veinte mil dólares: los ahorros de mamá, el aguinaldo, el préstamo para el horno.

El silencio en la cocina se volvió un hueco, un abismo que tragó nuestra esperanza. El futuro, que antes olía a pan caliente, ahora apestaba a ceniza. Habíamos perdido la casa, el sudor de papá, nuestro porvenir.

Mateo sollozaba, suplicando que huyéramos. "¡Se reirá de nosotros!", decía. Sentí un frío antiguo, no del suelo, sino de un pasado olvidado. ¿Cómo podía un hombre destruirnos tanto?

Tomé los últimos quinientos dólares y los papeles de la propiedad. Con una calma gélida que asustó a mi hermano más que un grito. "Llévame con Ricardo", le ordené. Porque la panadera estaba a punto de recordar la daga helada en su alma.

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El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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