No les Quedara nada

No les Quedara nada

Gavin

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Como futbolista de élite, mi vida era perfecta: fama, fortuna y Sofía, mi prometida. Tras un robo en nuestra finca que la dejó traumatizada y embarazada, juré protegerla y acepté al bebé como mi deber. Creía en nuestro amor, un pacto incondicional forjado en la adversidad. Pero un día volví a casa y escuché risas desde mi dormitorio. Eran Sofía y mi hermano Javier. "¿En serio se creyó lo del embarazo?", se burló Javier. "Es tan noble, tan predecible," respondió Sofía. "El robo fue una genialidad. La boda estaba asegurada y, con el bebé, su fortuna es nuestra." Mi mundo se desmoronó. Cinco años de engaños. Mi boda, mi futuro hijo, todo era una farsa orquestada para robarme. Fui un tonto, un peón en su cruel juego. No había rabia, solo un vacío helado. ¿Cómo pudo el amor que creí real ser una traición tan profunda? ¿Cómo me engañaron mi propio hermano y la mujer que amaba? La ilusión se hizo añicos, pero la venganza apenas comenzaba. Con la calma gélida de quien lo ha perdido todo, convertí una grabadora en mi arma secreta. Y el cumpleaños de mi abuela sería el escenario perfecto para que la verdad saliera a la luz. Ellos querían mi vida; yo me aseguraría de que no les quedara nada.

Introducción

Como futbolista de élite, mi vida era perfecta: fama, fortuna y Sofía, mi prometida.

Tras un robo en nuestra finca que la dejó traumatizada y embarazada, juré protegerla y acepté al bebé como mi deber.

Creía en nuestro amor, un pacto incondicional forjado en la adversidad.

Pero un día volví a casa y escuché risas desde mi dormitorio.

Eran Sofía y mi hermano Javier.

"¿En serio se creyó lo del embarazo?", se burló Javier.

"Es tan noble, tan predecible," respondió Sofía.

"El robo fue una genialidad. La boda estaba asegurada y, con el bebé, su fortuna es nuestra."

Mi mundo se desmoronó.

Cinco años de engaños.

Mi boda, mi futuro hijo, todo era una farsa orquestada para robarme.

Fui un tonto, un peón en su cruel juego.

No había rabia, solo un vacío helado.

¿Cómo pudo el amor que creí real ser una traición tan profunda?

¿Cómo me engañaron mi propio hermano y la mujer que amaba?

La ilusión se hizo añicos, pero la venganza apenas comenzaba.

Con la calma gélida de quien lo ha perdido todo, convertí una grabadora en mi arma secreta.

Y el cumpleaños de mi abuela sería el escenario perfecto para que la verdad saliera a la luz.

Ellos querían mi vida; yo me aseguraría de que no les quedara nada.

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Mi mano temblaba mientras firmaba los papeles del divorcio, un acto que sellaría el fin de mi matrimonio con Isabella y pondría en marcha un futuro incierto. Pero para mí, Ricardo Vargas, ese no era el final, sino el comienzo de una segunda oportunidad, un milagro inexplicable tras una pesadilla que ya había vivido una vez. Recordaba la ceguera de Isabella, su devoción absoluta por su hermana, Camila, y su sobrino mimado, Mateo, cómo mi hogar se convirtió en una fuente inagotable de recursos para ellos, mientras mi propia hija, Sofía, era ignorada. La imagen más dolorosa, la que me había despertado sudando frío, era la de mi pequeña Sofía, de solo cinco años, ardiendo en fiebre, luchando por respirar. Mientras yo, desesperado, llamaba a Isabella una y otra vez sin obtener respuesta; ella, como siempre, atendía los caprichos de su hermana. Cuando finalmente regresó a casa, ya era demasiado tarde: la vida de Sofía se había apagado en la soledad de su habitación, y con ella, el alma de Ricardo se había roto en mil pedazos. Ahora que el destino me había dado una segunda oportunidad, me di cuenta de que mi esposa ni siquiera conocía a su propia hija. Necesitaba una prueba, un ultimátum silencioso, y así se lo propuse a mi Sofía: "Cuando mamá llegue, si viene a verte a ti primero y te da un beso, nos quedaremos aquí todos juntos; pero si va primero a ver a tu primo Mateo, entonces tú y yo nos iremos de viaje, un viaje muy largo, solo nosotros dos, ¿estás de acuerdo?". Unos minutos después, el auto de Isabella se estacionó afuera y escuchamos su voz melosa y preocupada: "¡Camila! ¡Mateíto, mi vida! ¿Cómo están? Vine en cuanto me dijiste que el niño tenía tos". Y así, la traición se confirmó, fresca y punzante como la primera vez, mientras veía la silenciosa decepción en los ojitos de mi Sofía. En ese momento, la rabia crecía en mi interior, y me di cuenta de que Isabella no había cambiado; ella nunca cambiaría. No sabía que esta vez, yo sí lo haría.

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