Durante tres años, amé en silencio a mi guardaespaldas, Alejandro. Él era mi roca inquebrantable, la única figura constante en mi solitaria vida tras la muerte de mi madre. Intenté de todo, pero siempre mantuvo un muro de profesionalismo. Una noche, mi mundo se desmoronó. Lo escuché hablar por teléfono, su voz llena de ternura... pero no para mí. "Sofía es solo una niña mimada y vulgar", confesó. "Camila es un ángel". El desprecio en su tono fue un golpe físico. Él había amado a mi hermanastra, mi supuesto "ángel", durante años, confundiéndola con la chica que salvó un quetzal. Desde ese instante, su devoción a Camila fue humillación constante. En una subasta, usó la fortuna de su padre para comprar todos los lotes para Camila, aplastándome públicamente. Días después, cuando un perro salvaje me atacó, él la protegió a ella primero. Mi pierna sangraba en el suelo mientras él consolaba a Camila. No satisfecho, para vengar la "marca" que le dejé, él orquestó una brutal golpiza: noventa y nueve latigazos que casi me matan. ¿Cómo pudo hacerme esto? ¿Cómo fui tan ciega? Mi dolor ardía. La amarga verdad me golpeó: Mi madre no murió de "complicaciones"; Camila la envenenó lentamente. Y yo, un mero estorbo. Fue entonces cuando lo decidí. Durante mi partida hacia un matrimonio arreglado en España, me aseguré de que él escuchara la verdad de los labios de su "ángel": "Alejandro es un perro faldero, un idiota útil". Mi escape a la libertad era solo el principio de su despertar y de mi silenciosa venganza.
Durante tres años, amé en silencio a mi guardaespaldas, Alejandro. Él era mi roca inquebrantable, la única figura constante en mi solitaria vida tras la muerte de mi madre. Intenté de todo, pero siempre mantuvo un muro de profesionalismo.
Una noche, mi mundo se desmoronó. Lo escuché hablar por teléfono, su voz llena de ternura... pero no para mí. "Sofía es solo una niña mimada y vulgar", confesó. "Camila es un ángel". El desprecio en su tono fue un golpe físico. Él había amado a mi hermanastra, mi supuesto "ángel", durante años, confundiéndola con la chica que salvó un quetzal.
Desde ese instante, su devoción a Camila fue humillación constante. En una subasta, usó la fortuna de su padre para comprar todos los lotes para Camila, aplastándome públicamente. Días después, cuando un perro salvaje me atacó, él la protegió a ella primero. Mi pierna sangraba en el suelo mientras él consolaba a Camila. No satisfecho, para vengar la "marca" que le dejé, él orquestó una brutal golpiza: noventa y nueve latigazos que casi me matan.
¿Cómo pudo hacerme esto? ¿Cómo fui tan ciega? Mi dolor ardía. La amarga verdad me golpeó: Mi madre no murió de "complicaciones"; Camila la envenenó lentamente. Y yo, un mero estorbo.
Fue entonces cuando lo decidí. Durante mi partida hacia un matrimonio arreglado en España, me aseguré de que él escuchara la verdad de los labios de su "ángel": "Alejandro es un perro faldero, un idiota útil". Mi escape a la libertad era solo el principio de su despertar y de mi silenciosa venganza.
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