El Heredero quiere venganzar

El Heredero quiere venganzar

Gavin

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Santiago Montero, heredero de un vasto imperio vinícola, se veía forzado a elegir esposa de entre las siete "Estrellas" de su padre, talentosas huérfanas bajo su tutela. Estaba obsesionado con Sofía Herrera, la genio de las finanzas, la única que lo trataba con glacial indiferencia. Una noche, su ilusión se hizo pedazos. Escuchó a Sofía y a las otras confesar un cruel plan: usar su obsesión por la "reina de hielo" como escudo, mientras todas, incluyendo a Sofía, competían por el afecto de Marco, a quien su padre también había acogido. El shock fue insoportable. Sofía no solo lo había despreciado, sino que había saboteado su silla de montar, causándole una pierna rota, y lo había humillado públicamente, todo por Marco. La traición alcanzó su cima cuando Marco le mostró un vídeo íntimo de él y Sofía, sonriendo con malicia: "Ella es mía, Santiago. Siempre lo ha sido. Ya me he acostado con todas." Su mundo se derrumbó. Todo, su amor y su ingenuidad, había sido una vil mentira. La furia fría se apoderó de él. ¿Cómo pudo ser tan ciego? ¿Por qué esta crueldad extrema? ¿Cómo pudo su "amor" ser manipulado así? La ingenua versión de Santiago murió esa noche. El tonto heredero que pagaba las facturas había desaparecido. En su 25º cumpleaños, la noche en que debía anunciar a su prometida, la venganza sería el plato principal. Las mentiras terminarían, y él se encargaría de que todos los que lo traicionaron pagaran el precio.

Introducción

Santiago Montero, heredero de un vasto imperio vinícola, se veía forzado a elegir esposa de entre las siete "Estrellas" de su padre, talentosas huérfanas bajo su tutela. Estaba obsesionado con Sofía Herrera, la genio de las finanzas, la única que lo trataba con glacial indiferencia.

Una noche, su ilusión se hizo pedazos. Escuchó a Sofía y a las otras confesar un cruel plan: usar su obsesión por la "reina de hielo" como escudo, mientras todas, incluyendo a Sofía, competían por el afecto de Marco, a quien su padre también había acogido.

El shock fue insoportable. Sofía no solo lo había despreciado, sino que había saboteado su silla de montar, causándole una pierna rota, y lo había humillado públicamente, todo por Marco. La traición alcanzó su cima cuando Marco le mostró un vídeo íntimo de él y Sofía, sonriendo con malicia: "Ella es mía, Santiago. Siempre lo ha sido. Ya me he acostado con todas."

Su mundo se derrumbó. Todo, su amor y su ingenuidad, había sido una vil mentira. La furia fría se apoderó de él. ¿Cómo pudo ser tan ciego? ¿Por qué esta crueldad extrema? ¿Cómo pudo su "amor" ser manipulado así?

La ingenua versión de Santiago murió esa noche. El tonto heredero que pagaba las facturas había desaparecido. En su 25º cumpleaños, la noche en que debía anunciar a su prometida, la venganza sería el plato principal. Las mentiras terminarían, y él se encargaría de que todos los que lo traicionaron pagaran el precio.

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Mi vida con Alejandro Vargas, un bodeguero acaudalado, era un sueño. Me trataba como a una reina, construyendo un tablao privado en nuestra mansión y colmándome de lujos. Creía ciegamente en nuestro amor, en que yo era su musa y que su mundo me pertenecía. Pero el idilio se desmoronó cuando mi abuela, mi única familia, agonizaba. Mis desesperadas llamadas a Alejandro fueron ignoradas, solo para que una foto desde París confirmara la cruel verdad: él abrazaba a mi tía Isabel con una intensidad que nunca me mostró. Su regreso trajo mentiras, pero la verdad que descubrí era demoledora: yo no era más que un eco de Isabel, un peón en su obsesión, incluso mi embarazo era parte de su juego para engendrar un heredero que llevara el "duende" de mi tía. Mi caída "accidental" en el tablao, su "rescate", todo fue un vil montaje. ¿Mi amor, mi pasión, mi futuro hijo, todo una farsa calculada? La humillación me consumía al darme cuenta de que viví en una jaula dorada, utilizada como un mero sustituto, un objeto para perpetuar su enfermiza obsesión. La indignación y el dolor amenazaban con destruirme. Pero Sofía Torres, la bailaora, no sería el reemplazo de nadie. Con una frialdad y determinación inesperadas, puse en marcha mi plan. Terminé el embarazo en secreto, y el día de su sacrificio final por Isabel, le entregué los papeles de nuestro divorcio y el informe de mi aborto. Partí a Buenos Aires, dejando atrás cenizas y mentiras, para renacer.

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Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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