El ascensor parecía moverse con la lentitud de un reloj oxidado. Valentina Ríos apretó entre sus dedos el borde de la carpeta manila donde, cuidadosamente, guardaba el ultrasonido. Aún no sabía si mostrarlo o decirlo con palabras. Lo había ensayado mil veces frente al espejo. Ninguna versión le parecía lo suficientemente fuerte. O lo suficientemente suave.
Estaba embarazada. Y Alejandro tenía que saberlo.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso 31 de la Torre De la Vega, una ráfaga de perfume caro y aire acondicionado la envolvió como una bofetada. El mármol blanco relucía. Todo era simétrico, impersonal, imponente. Tal como él.
-Señora Valentina -la saludó Lucía, la secretaria personal de Alejandro, con la amabilidad justa para no parecer indiferente-. El señor De la Vega está reunido, pero le pedí que la recibiera unos minutos.
Valentina asintió. Su corazón latía con fuerza. A cada paso hacia la oficina principal sentía cómo las palabras que había preparado se le escapaban de la mente. ¿Y si lo decía mal? ¿Y si no reaccionaba como esperaba?
La puerta se abrió sin anunciarla. Dentro, Alejandro estaba de pie junto a la enorme pared de vidrio que ofrecía vista al skyline de Madrid. El atardecer teñía la ciudad de oro y carmesí, pero él apenas lo notaba. Llevaba puesto su clásico traje azul oscuro, sin una arruga. Su reloj de acero brillaba con arrogancia. Y, junto a él, en actitud casi íntima, estaba Isabella Morán, impecable, con un vestido negro ajustado y labios rojo sangre. Ella se alejó apenas un paso cuando Valentina entró.
-Valentina -dijo Alejandro sin girarse del todo, sin sonreír, sin acercarse-. ¿Qué haces aquí sin avisar?
Valentina se detuvo, sin saber si cerrar la puerta tras de sí. Lo hizo.
-Necesitaba hablar contigo -respondió con voz firme, aunque por dentro temblaba.
Isabella cruzó los brazos con lentitud y se recostó en la esquina del escritorio, como si ya formara parte del lugar.
-¿Te importa si te dejo un momento? -preguntó ella a Alejandro, más por cortesía que por respeto.
-Cinco minutos -ordenó él, sin mirarla, sin mirar a Valentina. Como si el mundo se redujera a su control del tiempo.
Isabella sonrió a Valentina al pasar, esa sonrisa que decía "él ya es mío" sin necesidad de palabras.
Cuando quedaron solos, Alejandro por fin se volvió hacia ella, pero su expresión era neutra, casi mecánica.
-¿Qué pasa ahora? -preguntó.
Valentina dio un paso hacia él. Le dolía que le hablara así. Pero tenía que ser valiente.
-Estoy embarazada -soltó.
El silencio cayó como una losa.
Alejandro parpadeó una sola vez. Su ceño no se frunció. Sus hombros no se movieron. Ninguna emoción cruzó su rostro.
-¿Estás segura? -fue lo único que dijo.
Valentina sintió que se le rompía algo en el pecho.
-Sí -respondió. Sacó lentamente la carpeta manila y la extendió hacia él-. Fui al médico esta mañana. Tengo ocho semanas. Lo supe hace unos días, pero quería decírtelo en persona.