La mañana había comenzado como tantas otras en el ático de Alma Serrano. Rayos dorados se colaban por las cortinas de lino blanco, acariciando las sábanas aún desordenadas de su cama king size. El aroma a café recién hecho flotaba en el aire, mezclado con el suave perfume floral que solía usar en la ropa de cama.
Alma se desperezó con lentitud. Tenía una reunión clave en menos de dos horas, pero su cuerpo exigía unos minutos más de quietud. La noche anterior había sido larga: otra presentación, otro desfile, otra colección que debía definir la siguiente tendencia. Y como siempre, lo había logrado. La prensa la amaba. Su equipo la respetaba. Sus rivales la temían.
Pero en casa... en casa solo era Alma.
Y Tomás la hacía sentir así: humana. No como la CEO poderosa que dirigía una marca valorada en cientos de millones. Con él, podía reír sin medir palabras, llorar sin ocultarse, y dormir sin miedo a que le clavaran un puñal en la espalda.
Se incorporó y caminó hasta la cocina abierta, donde lo encontró, como siempre, preparando el desayuno.
Vestía una camiseta gris y pantalones de pijama. Descalzo, con el cabello revuelto, Tomás sonrió al verla.
-Buenos días, mi sol -dijo, ofreciéndole una taza.
Ella sonrió, algo raro en su rostro cuando estaba fuera de casa.
-¿Qué preparaste hoy?
-Huevos revueltos con trufa -dijo con fingida pomposidad-. Y tostadas con aguacate, porque la reina tiene que estar fuerte para pelear guerras de pasarela.
Ella soltó una carcajada suave. Le besó la mejilla.
-No sé qué haría sin ti.
Tomás bajó la mirada, ocultando un leve temblor en sus dedos.
"Mentiría menos", pensó.
Horas más tarde
La torre de cristal de Seré reflejaba el cielo con arrogancia. Desde el piso 33, Alma revisaba diseños con la precisión de un cirujano. Cada tela, cada costura, cada ángulo debía contar una historia. Nada se dejaba al azar.
-¿Quién aprueba esto? -preguntó con frialdad, alzando un vestido color mostaza-. Esto no es Seré. Esto es una burla.
El equipo enmudeció. Nadie osaba contradecirla.