Narrador Omnisciente
La joven, sumida en un estado de nerviosismo abrumador, mira con ojos empañados por las lágrimas que surcan su rostro. Su labio sangra, una herida física que se convierte en una representación palpable de la violencia que ha sufrido. Se encuentran sentados en el sillón, viendo una película que ella rechaza por completo. La cercanía con él ya no es algo que desee, pero la violencia ejercida contra ella la obliga a ceder, al menos en apariencia.—¿Por qué me haces esto? —pregunta temblorosa, su voz cargada de angustia y confusión, mientras trata de entender la situación en la que se encuentra.
–Deja de hacer preguntas estúpidas y mira la película– responde él, con su tono de voz frío y desinteresado, sin apartar la mirada de la pantalla.
La joven, luchando contra la opresión, intenta reunir valor para enfrentar la situación que la atormenta. –Responde la pregunta, necesito saber por qué piensas que tienes derecho a hacerme esto– La joven insiste, sintiendo la urgencia de entender, de hallar una razón detrás de un comportamiento tan destructivo. Le exige respuestas, intentando encontrar alguna justificación en un abismo de negrura que se ha interpuesto entre ellos.
Luz Milagros nunca fue una ingenua; desde el principio supo que lo que ocurría entre ellos estaba mal, que cada momento compartido solo le traía daño y sufrimiento. Aunque al principio optó por el silencio, conforme crecía la confianza, se encontró atrapada entre el miedo a enfrentarlo y la falsa esperanza de que las cosas cambiaran.
–Luz, deja de actuar como una niña, eso me enerva– ordena él, apagando su celular. –No olvides que fuiste tú quien me atrajo, así que no finjas ser una santa ahora– añade con la misma respuesta que repetía cada vez que el desastre se desataba.
–¡Eres despreciable!– grita ella, con un cóctel de asco y dolor impregnando cada palabra, una declaración de rechazo a la toxicidad de esa relación que había pasado de ser esperanza a ser un callejón sin salida.
—Te he dicho que te calles– espetó él, descargando una fuerte cachetada sobre su rostro, una agresión que resonó con brutalidad.
—Si sigues con tus estupideces, te juro que te dejaré completamente sola– amenazó con voz dura, sujetando bruscamente su barbilla, como si buscara intimidarla aún más.
La joven, sometida y atemorizada, respondió con una sumisión absoluta. –Está bien, me quedaré callada– murmuró, demostrando como la sumisión impregna cada palabra y su miedo palpable en los ojos.
A pesar de odiar la presencia constante de aquel individuo en su vida, Luz Milagros se hallaba completamente dominada por el terror a la soledad. Era este miedo a la falta de compañía lo que la hacía soportar las humillaciones, los golpes, los insultos, y toda forma de maltrato que él le infligía. Cada día se convertía en una batalla interna entre la dignidad y el miedo.
Pasaron meses antes de que la joven finalmente alcanzara su límite. Incapaz de soportar más violencia, decidió confrontar al miserable que la trataba como si fuera basura. Esperó pacientemente hasta que estuvieran solos para tomar un cuchillo carnicero y confrontarlo.
–No permitiré que te aproveches de mí ni me golpees más– afirmó con valentía, por fin dispuesta a enfrentarlo. –Si vuelves a tocarme, te denunciaré – amenazó, sus palabras cargadas de firmeza y determinación.
–Haz lo que quieras, pero prepárate para las consecuencias que pueda sufrir tu querida hermana menor– advirtió él, sin el menor rastro de vergüenza en sus palabras.
–¿Cómo es posible que una persona de solo dieciocho años albergue tanta maldad?– inquirió la joven, atemorizada por la oscuridad del alma que veía en él.
–Eres la única culpable de lo que soy – aseguró el muchacho, echando la culpa sobre ella con descaro.
– Jamás te pedí que me hicieras daño– respondió ella, con una certeza dolorosa en sus palabras, intentando hacerlo reflexionar sobre la brutalidad de sus acciones.
–Luz, tú eras la que siempre insistía en tenerme a tu lado, la que no permitía que ninguna otra chica se acercara a mí. No finjas ahora que eres una víctima, porque no lo eres– replicó el muchacho, sus palabras cargadas de un resentimiento acumulado.