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Capítulo

Ella era Esmeralda Ferrante, la hija de una familia prominente de la ciudad. Criada entre lujos y privilegios, su vida estaba trazada por las expectativas de su linaje y el peso de las responsabilidades que la acompañaban. Él era Claudio Guerrero, un hombre cuyo pasado estaba manchado por la sombra de la injusticia. Condenado injustamente por un crimen que no cometió, había pagado su deuda con la sociedad tras los fríos muros de la prisión. Ahora, liberado pero marcado por el estigma del pasado, buscaba desesperadamente una segunda oportunidad en un mundo que lo había dado por perdido. Esta es la historia de un amor prohibido, de dos almas destinadas a estar juntas contra viento y marea. Es un relato de redención, de esperanza y de la fuerza del corazón humano para trascender los límites impuestos por la sociedad y encontrar la verdadera libertad en el abrazo del amor.

Capítulo 1 Prólogo

Eran las ocho y cuarenta y cuatro de la mañana cuando Claudio Guerrero, de veintinueve años, recobraba su libertad luego de dos años tras las rejas pagando una condena por un crimen que no cometió.

Con tan solo sus pertenencias, Claudio encaminó sus pasos sin rumbo en busca de un empleo. Necesitaba ganar algo de dinero para irse de la ciudad y así comenzar una nueva vida. Aquellos a lo que alguna vez llamó amigos fueron los responsables de arruinarlo, pues ellos lo señalaron de haber cometido asesinato.

Aunque, con un buen abogado su nombre había quedado limpio, el daño aún persistía en su ser y consideraba que la distancia era el mejor remedio para olvidar aquellos males y amistades falsas.

Con tan solo treinta mil pesos colombianos en su bolsillo, Claudio, con su maleta en mano se perdió a lo lejos de aquel recinto carcelario tomando rumbo hacia el suroccidente, sin saber a donde, pues no tenía el mínimo interés en volver a su antiguo vecindario.

Fue entonces que pensó en el único amigo que todavía conservaba, aquel siempre creyó en él, jamás lo abandonó e iba a verlos dos veces al mes. Luego de caminar treinta minutos, tomó un taxi y fue a casa de Nelson.

Cuando Claudio llegó a casa de su amigo, éste lo recibió dándole una cálida bienvenida. Le brindó patacones, huevos revueltos y jugo de maracuyá, pues Claudio no había comido bien durante su permanencia en prisión.

-¡Mírate, viejo! -dijo Nelson -Estás en los huesos.

-La comida en prisión es horrible -musitó Claudio, mirando su plato-. Y además, no hay palabras para describir lo duro que es vivir cada día sabiendo la injusticia que cometieron conmigo. Hubo momentos en que sentí que no podría soportarlo más. Solo te tuve a ti y a mi madre. Gracias, Nelson. No sabes cuánto significó para mí que no dejaras de visitarme.

Nelson le dedicó una fraternal sonrisa, aliviado de ver a su amigo finalmente libre.

-Sabía que nunca ibas a rendirte, Claudio. Ahora es hora de empezar de nuevo.

Ambos permanecieron en silencio durante varios minutos, disfrutando de la simple compañía del otro. El sonido del tráfico en la calle y el aroma del desayuno llenaron el aire, brindándoles un momento de tranquilidad.

Finalmente, Nelson, sintiendo curiosidad y rompió el silencio:

-¿Y qué planes tienes ahora? -preguntó, inclinándose ligeramente hacia adelante-. ¿Cómo piensas empezar esta nueva vida?

Claudio respiró hondo, sopesando sus palabras mientras buscaba la manera de explicar el nuevo camino que quería emprender.

-Me iré de la ciudad, quiero irme lejos en donde pueda estar tranquilo. Visitaré a mi madre antes de irme.

Nelson suspiró entendiendo la situación de su amigo y aceptando aquella decisión con pesar, solo le dijo a Claudio que por favor no cortara contacto con él o su madre.

-No lo haré.

Al salir de la casa de Nelson, Claudio sintió un peso en el corazón al pensar en su madre, la señora Emilia. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la había visto en persona, y aunque las visitas de ella a la prisión eran frecuentes, nada podía reemplazar el calor y la comodidad de estar en su hogar.

Mientras caminaba por las calles de su antiguo vecindario a pesar de no querer regresar allí, cada esquina le traía recuerdos del pasado. Los edificios seguían siendo los mismos, pero Claudio se sentía diferente, como si el tiempo detenido hubiera cambiado más dentro de él que en el mundo exterior.

Finalmente, llegó a la pequeña casa de su madre, una construcción modesta pero llena de recuerdos felices. El jardín delantero, que su madre cuidaba con esmero, lucía tan vibrante como siempre, con geranios y margaritas adornando el camino de entrada. Claudio respiró hondo, llenando sus pulmones del aroma familiar.

Tocó la puerta suavemente, y al poco tiempo, su madre abrió. La señora Emilia era una mujer de estatura baja, con el cabello canoso recogido en un moño. Su rostro se iluminó al ver a su hijo, y sus ojos, cargados de amor y un dejo de preocupación, se llenaron de lágrimas.

-¡Claudio! -exclamó, abrazándolo con fuerza-. No sabes cuánto he rezado por este momento.

-Yo también, mamá -respondió Claudio, devolviendo el abrazo con igual intensidad-. No sabes lo que significa para mí estar aquí.

Entraron juntos a la casa, donde el olor a café recién hecho y el pastel de chocolate casero llenaban el aire. La señora Emilia siempre decía que no había problema que un buen trozo de pastel no pudiera aliviar, y Claudio estaba dispuesto a comprobarlo.

Se sentaron en la mesa de la cocina, rodeados de fotografías familiares que adornaban las paredes. Algunas de las imágenes mostraban a Claudio de niño, con una sonrisa despreocupada que ahora parecía lejana.

-¿Cómo te sientes, hijo? -preguntó su madre, sirviendo una generosa porción de pastel.

-Mejor ahora que estoy aquí contigo -dijo Claudio, tomando un sorbo de café-. Ha sido un camino difícil, pero estoy listo para empezar de nuevo.

La señora Emilia asintió, mirando a su hijo con orgullo y esperanza.

-Sé que no ha sido fácil, pero eres fuerte, Claudio. Has pasado por mucho y has salido adelante. Ahora es momento de dejar atrás el pasado y mirar hacia el futuro.

Claudio sabía que su madre tenía razón. Aunque las cicatrices del pasado aún dolían, estaba decidido a seguir adelante. Estar con su madre, sentir su apoyo incondicional, le daba la fuerza que necesitaba para enfrentar lo que venía.

-Gracias, mamá. No lo habría logrado sin ti -dijo Claudio, sintiendo una calidez en su pecho.

-Siempre estaré aquí para ti, hijo -respondió la señora Emilia, tomando su mano-. ¿Y qué piensas hacer ahora? ¿Has pensado en algún plan?

Claudio sonrió, sus pensamientos ya empezaban a tomar forma.

-Creo que voy a buscar trabajo como chofer -dijo, recordando que siempre había tenido una pasión por conducir-. Es un buen comienzo, y podría darme la oportunidad de ahorrar algo de dinero para empezar de nuevo en otro lugar.

La señora Emilia asintió, reconociendo la determinación en los ojos de su hijo.

-Entonces, te apoyaré en todo lo que necesites. Confío en que encontrarás tu camino, Claudio. Siempre lo haces.

Con el corazón un poco más ligero, Claudio terminó su pastel y café, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, tenía una dirección clara. Con el apoyo de su madre y su amigo Nelson, estaba listo para enfrentar el mundo y reclamar la vida que le había sido arrebatada.

La mujer le dió dinero a su hijo para el viaje y le deseó lo mejor a su hijo. Estaba triste al verlo partir, pero sabía que era lo mejor para él. Así que, le dió la bendición y empacó comida para Claudio. El joven tomó un taxi hacia la terminal y partió con rumbo hacia el norte del país.

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