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El sol comenzaba a declinar en el horizonte, pintando el cielo con tonos cálidos de naranja y rosa mientras Elena caminaba por las tranquilas calles empedradas de su pintoresco pueblo. Su mente estaba llena de pensamientos tumultuosos mientras se dirigía al lugar acordado para encontrarse con David, el padre de su mejor amiga.
Elena y David se habían conocido hace meses en una reunión casual en la casa de su amiga, Sofía. Desde ese momento, Elena había sentido una atracción magnética hacia él, una atracción que luchaba por contener. Después de todo, David no solo era el padre de su amiga, sino que también estaba casado.
A pesar de las advertencias en su interior, Elena no pudo evitar sentirse atraída por la misteriosa sonrisa de David y sus ojos penetrantes que parecían leer sus pensamientos más profundos. Cada encuentro furtivo con él solo avivaba las llamas de su deseo, un deseo que sabía que estaba mal, pero que no podía ignorar.
Finalmente, llegó al rincón tranquilo del parque donde habían acordado encontrarse. Un banco de madera se erguía bajo la sombra de un viejo roble, esperando ser testigo de su encuentro clandestino. Y allí, al final del sendero, vio a David, con su figura imponente recortada contra el resplandor del atardecer.
El corazón de Elena comenzó a latir con fuerza mientras se acercaba a él, luchando por contener las emociones que amenazaban con desbordarse. David la miró con una mezcla de sorpresa y complicidad, su mirada intensa enviando escalofríos por la espalda de Elena.
—Hola, Elena —dijo David con una sonrisa cautivadora—. Me alegra verte.
Las palabras de David enviaron una oleada de calor a través del cuerpo de Elena, quien apenas pudo contener el suspiro que amenazaba con escapar de sus labios.
—Hola, David —respondió ella, tratando de mantener la compostura—. Gracias por venir.
Se sentaron juntos en el banco, el silencio llenando el espacio entre ellos mientras se sumergían en la atmósfera cargada de tensión. Elena luchaba por encontrar las palabras adecuadas, mientras su mente daba vueltas con mil preguntas y deseos prohibidos.
—¿Cómo has estado? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio incómodo que los rodeaba.
David le dirigió una mirada intensa, como si estuviera tratando de leer sus pensamientos.
—He estado bien —respondió él, su voz suave y cautivadora—. Pero no puedo dejar de pensar en ti, Elena. Desde la primera vez que te vi, supe que eras especial.
Las palabras de David enviaron una oleada de emoción a través de Elena, quien luchaba por contener la tormenta de sentimientos que amenazaba con desbordarse. Sabía que estaba jugando con fuego al involucrarse con el padre de su mejor amiga, pero no podía negar la atracción que sentía hacia él.
—David, lo siento, pero esto está mal —dijo Elena con voz temblorosa, tratando desesperadamente de contener sus emociones—. Eres el padre de Sofía, mi mejor amiga. No podemos seguir así.
David la miró con una intensidad ardiente en sus ojos, su mirada penetrante haciéndola temblar hasta lo más profundo de su ser.
—Lo sé, Elena. Pero no puedo evitar sentir lo que siento por ti. Eres como un imán que me atrae hacia ti, a pesar de todas las razones para alejarnos.
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