Él se detiene y me
observa mientras que subo los cinco escalones restantes que me quedan para
alcanzarlo. Sonríe y luego los baja rápidamente. Me toma en brazos y me carga
como si fuese una pluma. Sube las escaleras y yo chillo por el vértigo que me
produce, él sonríe y suelta una risita.
—No te preocupes, no
voy a dejar que te caigas. — pronuncia en un murmuro. Permanezco en silencio y
trago el nudo que tengo en la garganta. Acaba de cargarme y debo admitir que
eso fue algo muy dulce.
Llegamos
a la suite para los novios y toma una llave de su bolsillo sin soltarme. Abre
la puerta y camina hacia la inmensa cama que se encuentra en medio de la
habitación. Me deja sobre el colchón con delicadeza y sonríe.
Se parta hacia un lado, es obvio que la situación se ha vuelto algo
incomoda. No quiero ni pensar cuando llegue el momento de dormir juntos o de
compartir la misma casa. Sé que todo será raro.
Me pongo de
pie, aliso mi amplia falda y luego me quito los zapatos. Los arrojo a un lado y
me acerco al espejo. Aun sigo viéndome muy bien. Tal vez solo deba retocar un
poco el rubor de mis mejillas y el brillo labial, pero eso puedo hacerlo yo
sola. Él me observa desde el otro lado de la habitación con detenimiento, de
una manera que logra desconcertarme solo un poco.
—De verdad, eres
hermosa. — emite con los brazos cruzado a la altura del pecho. No debe
intimidarme, pero lo hace. No me imaginaba este tipo de comentarios por mas
verdaderos que sean. No creí que me lo diría tan… frecuentemente.
No respondo a
su halago. No tengo nada que decir. Camino un par de pasos y observo el
perchero con los restantes cuatro vestidos blancos que debo estrenar. Tomo el
de la recepción y lo observo. Es tan hermoso como el primero. Corte sirena con
tul en la parte baja, escote corazón y pedrería en los bordes de él. Es
elegante y perfecto.
Coloco mi brazo
sobre la parte trasera del vestido que llevo puesto e intento quitármelo, pero
sé que no lo lograré. Volteo mi cabeza en dirección a Alphonse y veo como sonríe.
Comprendió mi mensaje sin ninguna palabra. Eso es bueno, no tendré que gastar saliva
en vano. Se acerca rápidamente y corre mi cabello a un lado. Dejo que mi mirada
recorra el suelo y muevo mis manos nerviosamente a la altura de mi abdomen.
Él comienza a desabotonar los delicados botones y cuando percibo que el
vestido comienza a aflojarse suelto un leve suspiro. Sus dedos se mueven sobre
mi espalda y permanezco quieta en todo momento. El cierre comienza a bajar
lentamente. Tomo la parte posterior del corsé para que no se vean mis pechos y
luego me volteo hacia la dirección contraria.
—Gracias. —Digo en un susurro.
—Fue un placer. —Responde
con la mirada cargada de felicidad.
Pierdo todo tipo de vergüenza y me
desvisto delante de él. Es mi esposo, sé que me verá así en cualquier momento,
no estoy segura si sucederá esta noche, pero ahora somos un matrimonio y por
más que no haya amor podemos tener sexo. Aún no me atrevo a hablar de ello,
apenas lo conozco, pero sé que sucederá cuando llegue el momento.
Él me observa de pies a cabeza. Solo
llevo la lencería de abajo blanca de encaje y las medias hasta la mitad del muslo del mismo material.
Su mirada se detiene en mis pechos y luego de unos segundos asciende hacia mi
rostro. No dice nada, parece perplejo. Intento reprimir todo tipo de deseos
extraños y me volteo hacia el perchero. Tomo el vestido de recepción y luego él
se acerca para ayudarme en completo silencio. Ya estoy lista. La celebración de
la boda está a punto de comenzar.
Tres semanas, hace exactamente tres semanas que no me toca. Y no me
importa. Jamás lo hemos hecho de la manera correcta. Ambos somos muy diferentes
en ese aspecto y eso me ha ayudado a entender que tal vez no somos lo
suficientemente compatibles. La relación no funciona. Siempre acabamos rápido y no disfrutamos de
lo que debemos como es debido. Sus besos son fríos, los míos también lo son y
eso no ayuda a que la situación mejore. Todo es fingido y de mala manera. Es
una obligación. Estoy completamente insatisfecha. Y aunque jamás hemos hablado
del tema, sé que él también lo está.
No le dirijo la palabra desde hace
varias semanas, porque no me interesa hacerlo. Ya no tenemos ningún tema de
conversación, lo poco que podíamos hablar en un año se fue consumiendo
lentamente. Incluso sobrevivir al desayuno se hace difícil. Oírlo es aburrido,
verlo no me genera nada especial y pensar en él y en lo poco que nos conocemos
me hace sentir deplorable, vacía...
Aún no sé por qué me necesita tanto,
solo comprendo que debo guardar las apariencias y conformarme con lo mucho que
tengo y con lo poco que él me da. Todos creen que somos un matrimonio perfecto,
aunque ambos sabemos que entre nosotros solo hay un acuerdo y sexo casual de
vez en cuando.
Sexo casual… eso no es suficiente. La
primera vez que lo hicimos creí que funcionaría, pero ambos nos equivocamos.
Me miro al espejo. Estoy
perfectamente vestida, como casi todas las mañanas. Si fuese una persona
corriente, seguramente estaría desayunando a las corridas y tomando mi bolso de
camino a la oficina, pero por suerte, mi vida no es así. No trabajo, él no me deja hacerlo.
Eres mi esposa, no tienes
necesidad de trabajar.
Me alegro, porque tampoco quiero
trabajar. Es mejor vivir mi vida llena de goces y gastos que estar encerrada en