Macarena se sentía la mujer más afortunada sobre la faz de la tierra, extrañaría a sus padres y su hermano menor Diego, no tenía duda de ello, pero su futuro dependía de ella, miles de veces sus padres se lo habían dicho, los grandes esfuerzos traen grandes recompensas, estudio hasta casi quemar sus ojos, siempre esforzándose por ser la mejor en todo, y lo consiguió, esta hermosa latina de piel bronceada, casi color caramelo, llego a Rusia con una valija y el alma llena de sueños, cuando sus padres supieron que había conseguido ser becada no se sorprendieron, si alguien podía lograr eso era el
la, camino segura de sí misma llamando la atención de varias personas, con su metro cincuenta y siete y su cabello chocolate con unas mechas rojas, gritaba adolescente latina por cada poro, destacaba entre tanta gente blanca, alta y de ojos claros, y fue por eso mismo que pronto descubrió que levantaba suspiros y odio por igual, no llevaba ni dos semanas en aquel lugar, pero le pesaba como una eternidad, nadie quería realmente su amistad, algunos la buscaban en plan de conquista, aun siendo reservados como lo son los rusos ella lo podía ver, otros, la gran mayoría, la ignoraban o molestaban, fue así que lo conoció, su primer amor, aquel que parecía ser de telenovela, como las que daban en su país, un Ángel guardián.
— Trata de no mirarme, tus ojos parecen dos cuevas oscuras, como toda tú sudaca. — dijo el joven con prepotencia.
— Soy de centro américa, pero ¿qué podrías saber alguien como tú de geografía? — rebatió de manera mordaz, viéndolo directo a los ojos, para que supiera que no le temía, quiso seguir su camino, pero el joven estaba ardido por su respuesta, en un arrebato la tomo de la trenza que ella llevaba colgada a un lado, un ruso de casi dos metros contra la pequeña Macarena y fue allí donde llego él, como todo un ángel. Como un príncipe de brillante armadura y hermoso rostro.
—Elegiste un mal día para molestar a la latina. — la voz profunda de otro joven se dejó oír, mientras ella trataba de no llorar del dolor que sentía, no le mostraría debilidad a nadie.
De un momento a otro el joven agresor fue a dar al piso, mientras otro estaba sobre él en un abrir y cerrar de ojos, parecía una maquina destinada a golpear, alguien creado para hacer daño, en menos de diez segundo el agresor estaba inconsciente, pero su ángel defensor no se detenía.
— Detente, para ¡lo estas matando! — grito con los ojos llenos de lágrimas al ver la sangre correr por el rosto de su agresor, ella nunca fue partidaria de la violencia, venia de un país violento donde la corrupción y el narcotráfico al igual que los asaltos se habían llevado a muchos de sus amigos, como así también a los únicos familiares que tenía, solo le quedaban sus padres y hermano.
— Cuando despierte le avisan que le debe la vida a la latina. — dijo el joven que también era rubio, muy alto y como todos en aquel país de ojos claros.
Macarena lo vio con miedo y en shock por lo ocurrido, era alto, metro ochenta seguro, su cabello rizado y casi dorado, estaba un poco revuelto por los golpes que había dado, su rostro blanco crema no tenía daño alguno, pero sus manos eran otra cosa y lo supo porque el joven, como si la conociera de toda la vida paso un brazo por arriba de sus pequeños hombros y comenzó a arrastrarla con él, estaba segura de que ese joven no era ruso.
— ¿Quién eres? — pregunto mientras lo miraba con los ojos bien abiertos.
— Tu ángel de la guarda. — respondió con una sonrisa de lado y a ella se le hizo inevitable no reír.
— Estás loco, Dios, mira tus manos. — los nudillos del joven estaban lastimados y de ellos brotaba sangre, pero el desconocido parecía no sentirlo.
— No es nada, ya estoy acostumbrado. — eso tendría que, a verla alterado, o al menos advertirle como era el joven, pero estaba demasiado pérdida oliendo su colonia que la envolvía a cada paso.
— Hablas castellano. — dijo un poco sorprendida, cuando el joven le respondió en su lengua natal, solo podía hablar en castellano cuando llamaba a sus padres.
— Castellano, ruso, italiano, espartano. — fanfarroneo guiñándole un ojo, y dejándola sin palabras, algo raro en ella que hablaba hasta por los codos, o eso le decían sus padres. — Hemos llegado morena hermosa. — Macarena observo a su alrededor solo para descubrir que estaba en frente de su clase, la cual estaba por comenzar.
— ¿Vamos juntos? — se vio obligada a preguntar, quizás era su compañero y ella de estúpida no lo sabía, aunque no lo creía, lo hubiera visto, era imposible no ver a esa mole, una mole muy hermosa.
— Qué más quisiera, no vemos morena. — se despidió el joven dejando un beso en su corinilla y siguiendo su camino por el largo pasillo.
Sintió la mirada de sus compañeros cuando ingreso, pero era algo normal, se preguntaba si en algún momento se acostumbrarían a ver a un latino entre ellos, lo que Macarena no sabía era que la observaban por quien la había acompañado al salón. No presto atención a la clase, quería hacerlo, debía hacerlo, pero no pudo, se maldecía por no haber preguntado el nombre al joven que la salvo de un lio bien grande, o quizás se lo había dicho y ella estaba tan embobada viéndolo que no lo escucho.
Cuando la clase término guardo sus cosas con la mayor calma posible, siempre lo hacía, dándole tiempo a sus compañeros de desaparecer, ya no se molestaba como los primeros días en tratar de hacer amigo, al fin y al cabo, no los necesitaba, ella estaba allí era solo para estudiar, debía esforzarse, no solo para no perder la beca, les quería dar un mejor porvenir a su padres, a Diego, su hermanito.
— Morena, si no te apresuras envejeceré aquí esperando por ti. — su corazón latió rápido al mismo tiempo que ella se ponía rígida y giraba de forma lenta, solo para descubrir que no estaba alucinando, el joven ángel que la salvo estaba allí, la estaba esperando.
— Disculpa, ¿me dijiste tu nombre? Porque no lo recuerdo. — dijo llegando a su lado, con un poco de vergüenza.
— ¡Ay, Macarena Fernández! hieres mi ego. — Nuevamente los ojos de Macarena se abrieron de sobre manera, que la llamara morena, latina, era normal, Macarena, aceptable, pero que supiera su apellido no tenía sentido, no si no compartían clases.
— ¿Cómo sabes mi nombre? — el joven le sonrió y nuevamente paso su brazo sobre los pequeños hombros y comenzó a arrastrarla junto con él.
— Yo sé todo de quien quiero saber, mi nombre es Stefano…— antes que termine de hablar un grito lo interrumpió.
— ¡Neizan! — el joven se giró y arrugo su entrecejo.
— ¿Qué? — respondió de forma altanera al rector y Macarena creía que estaba con un desequilibrado mental.
— A mi oficina, ahora. — el hombre se dio media vuelta y comenzó a caminar.
— Pish, nos veremos otro día morena, creo que estoy suspendido, otra vez.
Macarena quedo parada en la puerta de la cafetería, mientras veía esa gran espalda alejarse con cada paso.
— ¡Neizan! — el joven se dio vuelta a verla con curiosidad. — Gracias por rescatarme. — le dijo la morena con una sonrisa y el joven hizo una reverencia como si frente a él tuviera a una reina.
Tres días pasaron, tres días donde ella lo busco en cada pasillo, biblioteca, cafetería, incluso en el campus, el mismo que trataba de no pisar para no ser molestada, pero todo fue en vano, no lo encontró, quizás después de todo si era un ángel, pensó.
— Sudaca, ¿Quién te dio permiso de entrar en mi territorio? — Damián y su grupo de idiotas detuvieron su caminar, Macarena se maldijo internamente, ella sabía muy bien que no era bien recibida en el campus.
— Yo… yo…— hasta el momento había recibido uno que otro golpe de la novia de Damián, pero al haber sido agredida por un joven solo tres días atrás, ya nada le aseguraba que no sea él quien la golpeara, por lo que su inquietud era razonable.
— ¿Escuche bien? ¿tu territorio? Que yo sepa ¡todo esto es territorio de los NEIZAN! — y allí estaba una vez más su Ángel de la guarda.
— Estefan. — dijo con alivio, dándole una sonrisa a su salvador.
— Disculpa la tardanza. — Stefano coloco su mano envolviendo sus hombros y comenzó a caminar, pero a los dos paso se detuvo y giro a donde estaba el grupo de Damián. — Idiota, recuerda que Neizan manda aquí, no la vuelvas a tocar, ni a molestar. — los ojos de Stefano brillaron de tal forma que incluso Macarena tembló un poco, continuaron su camino, hasta llegar nuevamente a la clase de la joven.
— Pequeña morena, has llegado a salvo, te veré luego. — el joven la miro a los ojos y se agacho, quedando a solo centímetros del rostro de la joven. — Y mi nombre es Stefano, con S y O. — Macarena se iba a disculpar, pero Stefano no le dio tiempo, ya que de forma rápida le dio un pequeño beso en los labios y simplemente se alejó, dejando a Macarena completamente confundida.
Desde ese día las cosas cambiaron, cada día ella lo esperaba a la entrada de la universidad y él llegaba mostrando su mejor sonrisa, Macarena sentía que estaba en un cuento de hadas, donde ella se convertía en la envidia de todas las mujeres, por haber atrapado al más bello príncipe, sin saber que Stefano estaba ganando una apuesta, ese fue el motivo por el que nunca corrigió el error del rector, quien aquel día lo llamo por el apellido de su cuñado Neri Neizan, ya que fue el conocido mafioso quien se encargó de todo en la universidad, para que su joven cuñado Stefano Zabet, no tuviera nada de qué preocuparse.
Pocas veces Stefano se prestaba a esos juegos, más bien nunca lo había hecho, pero quería adaptarse a sus nuevos compañeros, y es que desde que nació el joven Zabet nunca estuvo solo, no era solo por tener una gran familia, sino, porque era uno de los quintillizos Zabet o como todos los llamaban, los niños dorados, ir a la universidad en Rusia, era perseguir sus sueños, pero también alejarse de esas cuatro mitades con las que compartía todo, ahora estaba a la deriva, prestándose a un juego o mejor dicho una apuesta que si sus padres supieran, estaba seguro lo desheredarían, además de que su hermana mayor Zafiro, esposa de Neizan, lo golpearía hasta el cansancio, estaba seguro de ello. No pensaba molestar a la latina más de la cuenta, solo sería un coqueteo inofensivo, pero rápidamente se dio cuenta que Macarena era una joven muy dulce y divertida, el tiempo que pasaba con ella paso de ser minutos a horas, y aun así, sentía que no era suficiente, sus manos siempre buscaban una razón para tocar a la pequeña latina, tomaba su mano, la abrazaba, y así como aquel día dejaba suaves roses de labios sobre la joven, que con el tiempo se incrementó, a besos más largos y mucho más apasionados.
— Quiero que seas mi novia. — dijo Stefano de forma agitada cuando libero los carnosos labios de Macarena, estaban en su cafetería preferida como cada tarde.
— ¿Es una pregunta o una orden? — respondió mientras reía, Stefano siempre se mostró como una persona autoritaria, posesiva y demandante, era como algo propio de él.
— Ambas, aunque sé que mueres de amor por mi morena, no trates de negarlo.
Maca, como le decían sus padres, lo hizo sufrir un poco, ella no era alguien sumisa y si bien las cosas que sentía por aquel joven eran fuerte y auténticas, no le gustaba recibir órdenes de nadie, pero al fin acepto, grande fue su sorpresa cuando al llegar a la universidad al día siguiente no lo encontró, creyó que estaba enfermo, por lo que lo llamo, pero no hubo respuesta alguna, así fue por semanas, poco a poco todo volvía a lo que fue en un principio, la acosaban y molestaban, ya su protector no estaba, había desaparecido.
— ¿Te abandonaron latina?
— Déjame tranquila Damián o le diré a Stefano. — trato de amenazarlo, pero la verdad era que ni siquiera sabía dónde estaba su ángel.
— ¿Sabes que es lo que más me molesta de tu gente? — dijo el ruso con cierto desdén en su voz, como si ella fuera de otro planeta, otra especie y no de otro país.