Hacía milenios que ningún ángel era desterrado del cielo, pero ese día, un solo error, provocó que lo echaran al más profundo de los abismos.
Era el milenio de los truenos, donde había mucho trabajo por hacer y Daniel, el más poderoso de los ángeles tenía problemas causados por su único defecto, la bondad.
—Me llevarán ante el consejo, sólo porque hice algo que le salvó la vida a un humano —renegó. Aquel había sido el segundo más grave error, alzarle la voz a Dios.
—Arrodillate ante mí, pídeme perdón, humillate y dame gracias por darte la vida —odeno Dios.
Daniel se arrodilló ante él, como lo había hecho muchas veces y como lo hacían todos.