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Eiza... La venganza de la dimensión

Capítulo 5 Decisiones indecisas

Palabras:1279    |    Actualizado en: 13/01/2022

a recordar en aquellos ojos azules, se volvía cenizas en el fuego a

a dejado tocar voluntariamente por otra, y desde luego habría despedazado a cualquier otro hombre que me

con la de su padre, en aquella playa frente a aquella gente, no habí

ue amé, no le importaba nada quien me estaba re

ostro no la dejaba mentir y la puta sonrisa de super

que rápido estás abrazada a ese otro, que te besa el cuello frente a todos y te dejas, pero sobre todo. Y todavía mejor —se detuvo ella mientras yo mi

gir desde muy cerca de mi oído y no pude evi

i vida, er

diferenciaba, además de un tono un p

s de su madre, mientras los de Adam se parecían más a lo

aban a alguien, me vino a la mente para que notara, que eran justam

Adam sacándome de mi conclus

aquello?¿En quién se había

an y ambos se miraban con ganas de matarse a go

dam con cada palabra que decía. Y el resto de los niños

s se iban hasta Adam que me ignoraba completamente, aunque pude notar como se deshacía del contacto con Melina, de m

casi palpable y Adam, que seguía siendo el objeto de mi mirada, apre

ba Adam —te regala bebés de contrabando p

s de mi cuerpo y respirando profundo, queriendo controlar lo incont

—esa palabra me dolía mucho porque sobre todas las cosas y

isa macabra de Melina —así que tendrás

o... si al principio era verdad que no tenía un pelo de gentil, aquel Adam incluso, había sido in

pasa, tío?...¿En quién d

de mí y escupir con desprecio —Tu no eres más que la zorra que se metió en mi c

.. gil de mierda —le grité de manera venenosa y pegando mis narices a las suyas, notando su aĺiento en mi

ano para golpearme, pero yo estaba tan

y cuando miré hacia al lado, lo ví apuntando a la

podía dejar de mirar a Adam —debes entender que esto son negocios y has venido aquí a escoger al lado de quien te quedas. El sitio que elijas será e

y a permitir que trafiquen en mi cara —sentencié alzando el

stencia a dejarme escapar de entre sus dedos, los que ni sabía que estaban pegados a mi mano —no debiste haber venido. Aquí no queremos

había sido de su hijo en dos malditas semanas. Dos semanas contra una vida entera, habían convertido a Adam en un monstruo sin sentimientos. Por mucho que quisiera confiar en él, y pe

en su mano y tomando la que quedaba a mi lado, entrelacé mis dedos con los suyos y, de manera indecisa

está al lado

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