EL CEO Y SU ASISTENTE PARALITICA
n la silla frente a mi escritorio, cruzando una pierna sobre la otra, mientras me observaba con esa mirada que había llegado a conocer tan bien, una que solo traía peligro y promesas d
naba como un susurro cargado de veneno-.¿ Cuatro o cinco años? ¿Eliminas
lde de agua fría. ¿Estorbo? ¿Así
seca, una que me heló la sangre y
a lisiada, estás en una silla de ruedas , no vales nada. Qué lástima que
r cómo un escalofrío
mitiera aceptar finalmente la verdad-. No puedo imaginar tanta maldad que tienes en tu corazón , ¿cómo es posible qu
, como si no le importará, e
ertí que no quería que nadie supiera de ese hijo bastardo, y lo mejor que podrías hacer sería d
-le respondí con un valor que no sabnombre de mi bebé como si fuera una ofensa-. Me sorprende que a
No podía permitirme el lujo de quebrarme frente a él, no podía mostrarle que me ten
que me sacó de m
ono era preocupado, y al vernos, se detuvo a u
ue pude forzar-. El señor Andrés solo me estaba come
ero era una sonr
discutiendo algunos detalles
daron fijos en mí por unos segundos más,
ndrés -dijo finalmente Santiago an
a mi escritorio , colocando una mano
nte -.No quiero que nadie se entere que esa bastarda es mi nieta , no me
sonrió satisfecho, caminando hacia la oficina de Santiago como si no hubie
r que tuviera de nuevo el poder sobre
da en mi hombro. Levanté la vista y encon
con suavidad, agachándose para qu
s, quien dió la orden de que ese auto me atropellara, Valeria. Él sabe de Megan
n se apoderaban de ella. Valeria siempre había sido mi roca, la que me sost
yo esté aquí. Y no te va a tocarte a ti tampoco. Vamos a
eria. No quiero perder a
vicción que casi me hizo creerle-. Porque no va
lpe, dejándonos ver la imagen de Andrés saliendo y San
ma Amelia, necesito que vengas conmigo
l -¿Qué pasó? -pregunté, sintiendo que
la guardería -explicó Santiag
fuerza, impidiendo que me perdiera en mis temores por completo, y juntas seguimos a Santiago fuera de
ientras nos dirigíamos a la guardería de la empresa.Mis pensamientos me gritaban
s brazos de una de las cuidadoras. La tomé entre mis brazos, sintiendo cómo mi cor
Santiago, la rabia sustituyendo al
negó con
ometo, Amelia, que no vamos a
evitar sentir que esta batalla apenas comenzaba. An
supe que haría lo que fuera necesario pa
leria, poniendo una mano en mi hom
inua