El fragmento ámbar 2: La extinción del fuego
ÍTU
ierda, y en menos de lo que se tarda en pestañear, su mano tensó la cuerda del arco que sostenía y la flecha que en ella reposaba salió disparada como un rayo hacia el lugar donde se había oído el sonido. Un instante
su flecha clavada en la base del tronco de un árbol moribundo. La arrancó de un tirón y la guardó de nuevo en el carcaj que colgaba de su cadera con semblante apesadumbrado. Caminó algunos minutos más hacia el interior del bosque, tratando de encontra
, pues caminar buscando constantemente rastros y huellas tomaba muchísimo más tiempo que hacerlo a paso ligero como hacía él en el camino de vuelta. A
ver cómo los milicianos de la guardia habían comenzado a cerrar las puertas de la villa, no estaba preocupado. La mayoría de los que servían en la milicia eran amigos suyos desde la infancia, y respecto a los que no conocía de forma tan personal, sabía por lo menos el
l cabello del mismo color negro azabache que Aruldar, aunque con la diferencia de que lo llevaba un tanto largo y despeinado, mientras que él lo llevaba corto al ras. También lucía algo más de vello facial, pues sus mejillas estaban ya recubiertas de pelo oscuro mientras que Aruldar no lucía más que una leve somb
ludó Garon cuando
la caza? ¿Has
zbajo, hizo un g
con más hambre que carne -res
la cabeza con resignac
gunos compañeros de la milicia murmuraron palabras de acuerdo-. Ayer mi abuelo tuvo que quemar o
eles con nosotros... -respon
ativo, las calles adoquinadas, mientras a su alrededor la noche y el frío invadían Halon más rápido de lo que él podía avanzar. Al cabo de unos minutos de subida, pues la c
nado, varios más desde el último cerdo salvaje. Llevaba semanas sin cazar más que conejos, ardillas y aves de diminuto tamaño. «Hoy ni siquiera eso», pensó. Y cada día, al llegar ante la puerta de su casa, sentía el mismo pesar que lo rodeaba y lo aplastaba como un ma
e que pudiera accionar la manilla de la puerta, la madera cedió hacia dentro, haciéndole perder ligeramente el equil
el hombre recobrando el equil
ar, padre -respondió Ar
a jornada? ¿Has
detuvo a media frase y bajó también la cabeza, emitiendo un ligero suspiro. Unos inst
o -dijo a la vez que cerraba la puerta
ar el arco en el
profesión desde niño. Su rostro, anguloso y de facciones duras, se mostraba la mayor parte del tiempo ceñudo y abstraído. Aruldar no se parecía mucho a su padre, pues la forma de su rostro era más bien ovalada, algo que, según le habían dic
abetos que, desde la fundación de la villa, había sido explotado por sus habitantes para la obtención de madera. Había allá un aserradero cuyo dueño se encargaba de talar árboles del bosque y acercaba los troncos al taller donde, por el precio adecuado, se encargaba de trocearlos y prepararlos para vender a los vecin
conferido un físico privilegiado, con una fuerza y un aguante fuera de lo común. Una vez llegaron al lugar encontraron al leñador del pueblo en la parte de atrás, cortando troncos con un gran serrucho. Conversaron con él brevemente y le dieron algunas monedas, tras lo que Aruldar y Alaric se fueron hacia
, p
ó con la cabeza, levantand
mor de lo
lado de esto muchas veces, padre. Lo dijo el
endo con un bufido furioso y le entregó la herramienta a su hijo. Aruldar asintió con aprobación, enarboló el hacha y la descargó contra el tronco de pino, produciéndole un profundo c
ar los dedos. Los sanadores, al examinárselas, le habían prohibido terminantemente que volviera a ejercer cualquier trabajo que requiriera su uso bajo la advertencia de que, si lo hacía, podía llegar a perderlas. Y eso, en cierta medida, le h
hazo, Aruldar decidió distraer la m
y las astillas saltaron-. Que su abuelo ha tenido
raba, Alaric emitió u
ia el cielo
rminará esto? ¿Cuándo dejarán los
hacha se hundió en el tronco-. Parece como
o con la cabeza y cruzando los brazos-. Esta tierra se muere. Los dioses la han aban
tomó un respiro. Su frente estaba empapada y sentía un leve cosquilleo en los mú
que ocurrirá e
esta durante unos minu
ió-. Pero si esta tierra está realmente agonizando... en
Girith ocurre lo mismo, padre. O al menos así di
sando si debía decir lo que tenía en mente. Sin embargo, tras ded
escuchar, hijo -comenzó-. Pero cuando yo e
empos de los Yinn, aquellos seres que acompañaron a los hombres desde el
inn, padre -respondió Aruldar-,
de quiero llegar. Mi abuelo me contaba una historia que su abue
xionó durante
escuchado -ter
oy en día no es un
de mis abuelos y de los abuelos de estos era bastante conocido. En él se cuenta la historia de Serbal,
ir que le servía... vi
seres de carne y hueso, iguales que nosotros -respondió su padre-.
abe muy bien por qué, le queda grabada en la mente. Desde que escucha esa palabra no puede parar de pensar en ella. Resuena en su
abra? ¿Qu
spondió Alaric-. Pocos la recuerdan ya, y cada
alabra te di
emoria, hasta que de pronto el recuerdo par
jo-. Esa er
uldar-. ¿Y qué tenía e
a magia, un poder especial. Cada vez que la escuchaba se le evocaban visiones. Visio
a, comienza a estudiar el misterioso lenguaje de los Yinn de forma secreta, tratando de descifrar s
estaba p
ió Alaric-. Que su poder estaba en las palabras, y aquel que lo aprendie
r el significado de aquella palabra que le perseguía y lo
o des
más conseguirlo, fue descubierto por los Yinn, por l
e descubrió? ¿Cuál e
la pa
ugo, y este fue el que dio a conocer su historia -respondió Alaric-
ra t
que lo habitan. Esta leyenda ha pasado de padres a hijos como lo que es, un cuento para asustar a los niños demasiado curiosos... pero hay algunos que pie