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El fragmento ámbar 1: El ojo esmeralda

Capítulo 3 2

Palabras:2592    |    Actualizado en: 07/02/2023

ÍTU

as pesadillas que la habían atormentado durante la negra noche. Callejones oscuros, secretos enterrados con cadáve

su lado, Dewitt dormía bajo las mantas viejas, tiritando. Tras unos segundos su mente se clarificó y las pesadillas, poco a poco, se fueron

der de nuevo un fuego enterrado para ahuyentar el frío nocturno que durante la noche los había calado. Cuando las chispas cayeron sobre las hojas y las ramitas, comenzó a salir un humo negro. Scarlett sopló hacia la base del fuego para darle aire y este prendió al cabo de pocos instantes. La muchacha se calentó las manos en las llamas mientras miraba al cielo con mueca de preocupación. «Si ya hace

nto, robándole toda su comida y posesiones. Dewitt había vagado, perdido y solo, durante días por las calles de Capital, hasta que Scarlett lo encontró y, en cierta forma, lo adoptó. «Si yo no lo hubiera recogido… no habría sobrevivido ni un día más». Día tras día se podía ver a soldados de la guardia de Capital retirar cadáveres de niños de las calles, muertos ya bien por el frío, por el hambre, o por los vagabundos depredadores que acechaban en cualquier esquina, que no eran más que desesperados carroñeros en busca de poder sobrevivir un día más aunque fuera a costa de las vidas de otros. Era la ley del más fuerte, y Scarlett lo sabía. También sabía con certeza cuáles eran las dos cosas que permitían sobrevivir en las

l día anterior, el día del espectáculo de Vieja Lengua, se habían terminado los últimos mendrugos de pan que les quedaban, y que la búsqueda de limosnas había sido más que infructuosa. Tratando de ignorar su malestar se acercó al pequeño y lo despertó con suaves empujoncitos. Cuando el chico se incorp

chacho con un débil y

iciándole la cabeza—. Toma, bebe un poco d

oyo. Durante unos minutos se calentó ante las llamas, y sus temblores poco a poco se suavizaron, dejando que su mirada se perdiera en

pedir limosna. Ya sé que sueles ir tú y yo me quedo a vigilar el escondite… pero no creo que nadie lo encuentre

ió un pinchazo de culpabilidad. «Todav

accedió—. Prepárate,

refugio que había en la ciudad, pero las ruinas lo convertían en una buena guarida que además ofrecía cierta protección contra el viento y la lluvia. Un tesoro por el que muchos no

aba a poblar las calles. Los comerciantes y mercaderes habían comenzado a montar sus puestos en las esquinas, donde vendían

Scarlett al chico, t

iremos nad

acios a dar ni siquiera un pedazo de pan duro y mohoso, si no se tenía dinero para pagarlo. Y los transeúntes estaban más preocupados

tan pobres como ellos. Muchos vestían harapos viejos y carcomidos, y aunque alguno lucía ropajes mínimamente decentes, no se veía un alma que ostentara lujo de ningún tipo. Como era de esperar, no era ese tampoco el mejor ambiente

Scarlett sabía que estaban en una situación crítica. Si no conseguían nada durante aquella jornada los próximos días podrían estar en riesgo sus propias vidas. La de Dewitt especialmente, al que cada vez se le veía más débil, pálido y cansado. Scarlett se había llegado a plantear el robo, algo que nunca se había visto obligada a hacer, pero descartó la id

ulantes. Scarlett y Dewitt se situaron en uno de los laterales de la calzada, donde había más tráfico de peatones. El centro de las calles, por lo general, quedaba reservado para el paso ocasional de carretas de caballos o puestos de mercaderes móviles tirados por mulas, aunque eso no era lo más habitual, al menos no en aquella zona de la ciudad.

ivas. Dinero o comida, menos aún. Los soles ya habían pasado la posición del mediodía cuando Dewitt y Scarlett decidieron tomar un descanso. Llevaban horas caminando

s cajas de madera resquebrajada y mohosa y apoyaron la espalda contra el muro de los edificios que daban a la estrecha callejuela. Scarlett inspiró profundamente y trató de ignorar el fuerte dolor que sentía en las tripas. Era un dolor vacío y continuo que de vez en cuando pinchaba y

¿de acuerdo? Seguro que por l

jos. Tenía la mirada brillante y los ojos nublados y enroj

articular con voz entr

… —respondió ella, tratando

escasas energías que pudieron. Una vez tuvieron las piernas lo suficientemente reposadas se levantaron y volvieron a ponerse en marcha. Antes de continuar en busca de li

e y sollozar a causa del cansancio, el desánimo y el hambre que sentía y que ella compartía. Sin embargo, a pesar de lo urgente de su situación, su suerte no mejoró ni un ápi

.

ruces en el suelo embarrado de la calzada. La muchacha tardó unos segundos en percatarse de ello. Cuando se dio cuenta vio que los transeúntes pasaban alrededor del chico, esquivando su pequeño cuerpo sin dar muestra alguna

tt —le dijo—. ¿Es

gnorar el fuerte dolor que sentía en las piernas y en el abdomen, y comenzó a avanzar por entre el gentío en dirección a su refugio con el cuerpo del pequeño a cuestas. Solo se encontraban a algunas manzanas de distancia, pero la panadería

io y cayó, y con ella también Dewitt. Se dieron de bruces ambos contra la calzada embarrada, y la muchacha no encontró fuerzas para tratar de levantarse, ni

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