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El fragmento ámbar 1: El ojo esmeralda

Capítulo 2 1

Palabras:3698    |    Actualizado en: 07/02/2023

ÍTU

nas horas con los hornos encendidos, comenzaban el reparto matutino del pan con el que las posadas, tabernas y comedores darían de comer a los madrugadores. En el puerto los estibadores habían comenzado a descargar los pesqueros de

para los humildes. Muchos de los que la ciudad acogía evitaban poner un solo pie en las zonas más empobrecidas, donde la gente no podía pagar el precio que aquellos artistas itinerantes muchas veces pedían por sus actuaciones. Sin embargo, había algunos juglares que sí aceptaban actuar para el pueblo llano. Y uno de aquellos, quizá el más querido de todos, había anunciado que llegaría a la ciudad aquella misma mañana. Para los menos adinerados aquello suponía todo un acontecimiento, y lo cel

aba a la diosa Alwa y el brillante y poderoso gigante de luz blanquecina que representaba al dios Daku, llevaban su baile de luces hacia el ocaso dorado, se supo con certeza: el juglar había llegado. Dewitt dobló a toda prisa una esquina de un callejón, atraído por los gritos de júbilo que por doquier resonaban. Sus pies desca

i euforia que se desataba en la barriada cuando llegaba la noticia de que el anciano juglar actuaría para ellos era solamen

mos! —gritaba Dewitt, tirando de la manga

ella con una sonrisa—. Aún no ha

ro perdérmelo!

era a modo de escenario. Las trampillas que se abrían para dejar caer a los condenados habían sido selladas, y el arco de madera del que colgaban las sogas había desaparecido. Solo habían sobrevivido al paso del tiempo el escenario y el nombre que el patíbulo daba a la plaza en

. Como eran pequeños consiguieron colarse por entre el gentío hasta conseguir un lugar

dolo en Capital. El anciano bardo era un hombre de unos cincuenta años, con una barriga como un tonel, de barba y cabello ralo, y vestido con ropajes humildes plagados de parches y cosidos. A su espalda sujetaba con un cordel un pequeño instrument

corta que la anterior—. Mi nombre es Asladair de la Voz Tronante, aunque por aquí se me conoce más como Vieja Lengua. Es u

ue otro vítor, pero terminaron pronto. La gente

mágicas historias queréis que os

aído, se descolgó el pequeño instrumento que colgaba de su hombro y lo come

s Ocho Primeros Hom

s Valkirias Aldana

a —gritó Dewitt con su fina voz infantil

ntro del abanico de las habituales que solían pedirse. Al cabo

ión y la hecatombe! Una historia —su voz se suavizó— conocida por todos los hombres que ha habido en el mundo y que se seguirá contando hasta el día que el mundo muera. La gesta

de los Cuervos un silencio sepulcral. No había nadie que no lo mirara como un famélico mira un mendr

as leales a los Yinn, los terribles y déspotas sirvientes de la malignidad, habían avanzado hasta el Monte de la Bestia, donde median

ecieron el mundo entero. Su ígneo aliento era tan, tan cálido, que derretía las rocas y convertía a hombres y caballos en cenizas. Era la muerte aciaga, que

a matices de tristeza y temor. En la plaza no se oía absolutamente nada más. Parecía como

ar victorioso. Pero cuando la sombra era más aciaga… cuando la muerte más se acercaba… cuando el fuego de Shadarkan se volvía cada vez más cálido… fue entonces cuando los tre

a, mitad león, en cuanto estuvo sobre su lomo, ¡enarboló bien alta Lâsgrimm, la espada que los dioses para él habían forjado! Una espada de un metal tan blanco como el sol, uno

rasgando de nuevo las cuerdas de su instrumento. A

bles, más grandes que montañas, una voz tan oscura como el Abismo retumbó por todo el mundo! —Vieja Lengua miró a su público con unos ojos y una expresión temible, como si él mismo fuera la Sombra Ígnea—: «¡Yo soy la Sombra de la Muerte, ser

tro de miedo en su mirada. «¡Tienes ante ti al Caballero Refulgente, terrible monstruo! El poder de los Tres Dioses me imbuye, me da fu

itución, dio una pequeña carrera sobre el escenario y acuchillo a un enemigo imaginario

estia, atravesándole el corazón de un solo golpe, venciéndolo así de

público había oído aquella historia cientos de veces, y Vieja Lengua no era de los mejores juglares que había. Pero lo cierto era que el anciano lo hacía con tantas ganas qu

plauso con reverencias y sonrisas, y recogía diligente la

a actuación, cuando la luz de los soles ya se había extinguido del todo y la gente se dispersaba, así lo hicieron también De

lles, que se encontraban cada vez más vacías—. ¿Crees que es cier

avilar por unos instantes—. Así se fundó el Impe

erto de Shadarkan? ¿Qué hicie

ayuda de diez mil hombres, y se perdió en las profu

amó Dewitt—. Seguro que fue increíble

os historiadores pudieron presenciarlo. Si ellos no hubieran escrito lo

me refiero —dijo el chico, casi con lá

ieres, la próxima vez que Vieja Lengua venga, podemos pedi

bien fuerte para que nos

ño. Bien f

apital, uno junto al otro y en silencio, meditando cada uno sobre sus propios as

ugio. Yo daré una vuelta y veré

as horas de la noche? —el

a actuación de Vieja Lengua. Quizá esté

rminar de parecer convencido—.

chica, ofreciendo a su pequeño amigo una sonrisa que trataba de ser t

enterrarla un poco para que e

es. Te veo ahora.

os en realidad…», pensó para sí misma. Dewitt sabía que eran pobres, aunque lo eran mucho más de lo que él creía. El chico pensaba que Scarlett tenía algunos ahorros guardados para situaciones de emergencia, pero lo cierto es que aquel pequeño fondo que habían conseguido guardar se había agotado hacía más de diez días. Habían estado sobreviviendo con lo poco que les quedaba y los escasos restos

que de costumbre. «Esto puede funcionar», se dijo Scarlett a sí misma, tratando de forzar una optimista sonrisa que tardó algunos minutos en aflorar a la superficie de su rostro enjuto y ceñudo. Dos horas después, la muchacha regresaba hacia el refugio, donde sabía que Dewitt la estaría esperando con la fogata encendida y con

todas la habían echado casi a patadas. En la última, incluso, un hombre le lanzó una jarra de cristal a la cabeza que ella esquivó de

eparaciones, por lo que los funcionarios públicos del reino habían decidido dejar los restos de la panadería tal y como habían caído. Desde fuera, desde la calle, no parecía más que un montón de ruinas. Pero si se escalaba el tramo inicial, en lo que anteriormente debieron ser las salas de hornos en la parte trasera del establecimiento, había una sección del edificio donde habían sobrevivido dos muros y un pedazo de techo. Dewitt y Scarlett lo habían encontrado hacía

ado un pequeño hoyo en el suelo fangoso y había hecho allí un fuego alimentado de ramit

en voz baja cuando la vio aparecer entre

espondió ella tratando de

ba cada vez más. Se taparon con las mantas raídas que utilizaban como camastro y se abrazaron, tratando de mantener mutuamente el cal

nos queda al

ntió un pinchazo de dolor en las tripas. Trató de hallar una

l con un tembleque de voz—. Tenemos que racionar lo que te

de pan duro. Con el odre que guardaban debajo de los j

t, hincándole el diente a su trozo de pan, y haciendo

jas y gastadas mantas y se echaron a dormir sobre las partes más mullidas del suelo, tratando de encontrar una postura cómoda. Al cabo de unos minutos Dewitt lo consiguió, y cayó en un sueño profundo. A él nunca le costaba dormirse. Scarlett, en cambio, tardó horas en conciliar el sueño. Aunque estaba agotada

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