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El fragmento ámbar 1: El ojo esmeralda

Capítulo 5 4

Palabras:4204    |    Actualizado en: 07/02/2023

ÍTU

go que en aquella parte de la ciudad era tan codiciado como el oro. Algo por lo que más de la mitad de los habitantes de Capital llegaría a matar. Lanzando continuas miradas a sus espaldas y vigilando todas y cada una de las esquinas y recodos avanzaban los dos, con cada vez menos luz que alumbrara sus pasos. En aquellos barrios más humildes no se encendían faros ni lámparas de aceite por la noche, lo que hacía sus calles doblemente peligrosas: cualquiera podía esconderse en aquel mar de oscuridad y as

trataba de un hombre alto de edad algo avanzada que vestía con harapos sucios y andrajosos. Scarlett se repuso y recobró el equilibrio rápidamente, muy agitada y asustada po

amos —lo apremió—.

un con la ayuda de la chica. A unos metros el hombre con el que habían topado ya se había repuesto.

sotros! —se l

ta. Sin pararse a mirar al hombre con el que habían topado emprendieron la marcha como pudieron, avanzando a paso muy lento. Dewitt estaba agotado y apenas podía apoyar el pie derecho, y Scarlett no tenía muchas fuerzas más que él. Caminaron

o de distancia, un hombre hurgaba en la cesta de la muchacha. La luz de la luna, asociada a la diosa Naelys, asomaba por entre las nubes y lo alumbró. Se trataba sin ninguna duda de un vagabundo. Vestía ropas viejas, muy gastadas y deshilachadas, con numerosos parches y remiendos de colores divers

lsita de cuero que sujetaba aún en la mano tintineara. No fue un sonido muy fuerte, pero lo fue lo suficiente como para que el mendigo que les había atacado levantara la vista del pan y la clavara fijamente en Scarlett. La chica se quedó paralizad

asposa y pastosa—. ¿Qué lleva

ntos febriles y desesperados. «No es tan grande». «Quizá puedo empujarle y tirarle al suelo». «Ha bebido mucho». «Si nos damos prisa podremos dejarle atrás». «No es tan peligroso como parece». Todos aquellos pensamientos se esfumaron como

erda, niña —masculló el hombre agitando la botel

zándose para no vomitar. Veladas que habían pasado sujetándose las tripas y llorando, abrazados el uno con el otro. Rezos, plegarias, oraciones que habían sido tan ignoradas como solo

N

s voces en su cabeza que no eran la suya. Vio cómo levantaba no sin cierto esfuerzo el cuerpo de Dewitt, que estaba todavía tendido en el suelo,

da, ven aquí! —gri

te de ella algo estalló en mil pedazos. Notó una sensación extraña un poco más arriba de la sien, como si se hubiera rascado con fuerza y se le

a. El indigente se acercaba a ellos a grandes zancadas, no tan oscilantes como a ella le había parecido que se movía hacía un instante. Scarlett no podía huir, pues si lo hacía Dewitt caerí

ndo una pieza de carne jugosa y aceleró el paso. Tras un instante la muchacha tomó impulso y lanzó la bolsa con todas sus fuerzas en la dirección contraria a la que avanzaba el mendigo. La mirada de

en un charco embarrado y sucio y había quedado empapada. «No la querrán comer ni los pajaritos», reflexionó la chica. De las tres manzanas encontró solamente dos: la tercera había desaparecido en la oscuridad nocturna y no había tiempo para pone

los camastros y se durmió al instante. La chica no le acompañó porque se entretuvo unos minutos encendiendo una pequeña fogata en el hoyo, aunque el cansancio la vencía y los párpados le caían como si fueran de plomo. Al cabo de unos minutos que se le hicieron eternos las ramitas prendier

.

dirigió su vista hacia el montón de rocas que cubría la entrada del refugio y se le cortó el aliento. Contra los primeros rayos de la mañana se recortaba una silueta que los miraba a ella y a Dewitt desde la altura. Scarlett no percibía bien su contorno por la luz de los soles, que le daba casi de fren

servar la silueta que los observaba desde la pila de escombros. «¿Qué…? Pero si no es más que…» Al cabo de unos instantes lo entendió todo y una tranqui

ás que u

os ropajes viejos y muy gastados, llenos de agujeros y remiendos mal hechos. Su pelo, largo y enredado, estaba tan sucio que apenas se podía adivinar el color. Lo mismo ocurría con su rostro

re? —dijo con voz pastosa

primer momento de angustia Dewitt se mostró incluso ilusionado por el visitante. Hacía mucho tiempo que no interactuaba con nadie de su edad que no fuera Scarlett. Se levantó e hizo señales al niño que les observaba, quieto como una estatua, para que se les acercara. E

a que dejar que ellos se acercaran, pero sin dejarles toda la responsabilidad. Así, dio unos pasitos hacia el chico y se detuvo. Su movimiento sobresaltó al visitante

ijo con voz tranquilizadora—. Har

ue se cobijaban Scarlett y Dewitt. El chico, que había esperado pacientemente a que el visitante se les

ntó Dewitt al otro chico

sin comprender y tardó

D

a y plana, como quien no est

espondió el chico

ijó en sus dos huéspedes, y se levantó. Antes de que ninguno de los dos pudiera decirle algo el chico se llevó los dedos a los labios e hizo dos finos silbidos, uno larg

ico que las había llamado. Ambas tenían el pelo mal recortado y muy sucio y se par

os nuevas invitadas, Scarlett se levantó y se

. Calentaos en el fuego. H

ostro pareció relajarse un poco cuando ellas se pega

ella es Scarlett

—dij

contestó

hísimo. ¿Sois he

S

—dijo Scarlett—. ¿Cómo habéi

s dos niñas respondió y volvieron a fijar la vista en el fuego como si no les hubieran

daba comida. Os seguimos… hasta que ese vagabundo os atacó. Después nos

lett se ensombreció

lla dijera nada Dewitt se inclinó

poco tenéis na

piro. Les había costado lo inimaginable llegar a conseguir la cesta de comida que les había dado Delia. Incluso después del ataque del vagabundo, en el que se había visto obligada a desprender

unca». Una parte de ella trató de reprimir el impulso de largar a los recién llegados, pero la otra, la que la había mantenido con vida durante todos aquellos años, la co

omida con vosotros. Tene

ojos. «Ojalá estuvier

ew

problema es que los que queremos compartir somos los que no tenemos nada, ni para nosotros. Pero hoy sí tenemos. Hoy podemos compartir. Cua

as dos manzanas que tenían, aquella noche se comieron una entre todos. La fruta era grande, jugosa y sabrosa y no dejaron ni las semillas. También comieron un tercio de la hogaza de pan, que fueron repartiendo en pequeñas porciones. Muchas veces

edaron todos en silencio alrededor del pequeño fuego que ardía con vigor. Parecía como si las llamas tam

ilencio—. No sé si tendréis algún escondite, pero aquí hay sitio para todos. No tenemos

asintieron y esbozaron un

plia sonrisa—. ¿Podrías explicarnos alguna historia antes de i

ió una de las dos hermanas, a las que

es que me sepa muchos, pero c

e la teatralidad, su repertorio era más bien limitado, por lo que sus historias se iban repitiendo de una actuación a otra. Al cabo de unos instantes

misterioso con el que el anciano Vieja Lengua relataba sus cuentos—. La historia de un hombre al que corrompió

carlett…? —preguntó Dewitt, con la cabeza a

eldra. Según cuentan las historias, eran casi… casi como hermanos. Pero todo aquello dejó de importar. Cuando Edunai venció a Shadarkan y fue coronado

o una de las chicas, de la que S

—. Lo que quería era casarse con Damara, la princesa

he visto muchas veces cómo Vieja Lengua explica esa historia, y no fue ni la cor

fue en

respondió él, con semblante serio—. Cuando Alexander vio el poder que los di

a ya emperador, Alexander le traicionó y lo atacó, y cuando su amigo estaba incapacitado, aprovechó para huir con

abía escuchado la historia prácticamente tantas veces como

ta su barco sigue apareciendo de golpe, atacando silenciosamente a los marineros incautos. Dicen que el navío del Traidor, llamado Sombra, aún surca los mares

anas—. Todo eso ocurrió hace muchísimos

Ámbar y las otras reliquias en su interior…? —dijo Scarlett, i

poder? Nadie lo sabe realmente… quizá él y sus secuaces aparezcan en los momentos meno

o e intranquilidad perfecto para terminar la historia. Los pequeños se miraban entr

a aparecer para herirles, consiguió que se tumbaran todos sobre el viejo camastro y se pusieran a dormir. La muchacha se recostó entre Dewitt y la que

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