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El pecado de Azael

Capítulo 5 «Cristales rotos»

Palabras:4022    |    Actualizado en: 10/07/2022

piró, sin decir una sola palabra y sin poder hacerl

plato. Agarró los cubiertos con movimientos rígidos, su voz sonando tosca bajo el pesad

hí, quieta. Azael no l

ntrario de los pisos de mármol. Cuando ella llegó del colegio esa tarde, ya ninguna de sus cosas estaba allí excepto el gran estante

urora lo escuchaba en la última habitación de la casa, golpeando un saco de boxeo fuertemente... y en otras ocasiones, él despertaba junto a e

que lo mantenía despierto en las noches, furioso abatiendo contra una bolsa de boxeo hasta destr

. —Tal vez destrozándola cuando le dijese lo que ella ya sabía. "¿Por qué? Por ti. No quiero estar cerca de ti. Estoy tan cansado de ti"— y a partir de ello, Aurora lloraba todas las noches; lloraba escondiendo la cabeza en la almohada, y a veces en su descuido los sollozos eran tan

personas y esas habilidades que había encontrado para defenderse se convirtieron en algo más, en una forma de d

os de Aurora, lasti

rta del salón aguardando por ella, o en las comidas sentado a su lado solo velando que todo estuviera bien. Comenzó a acostumbrarse a no verlo y que, cuando lo hacía, estaba lejos junt

uince años, Az

llado de ángel reposando sobre su pecho; sin haber sentido cuando Azael entró y se lo puso de vuelta, entregándoselo como si fuera suyo. Cada vez que Aurora se miraba en el es

imera seman

ella tardó en entender que el caos que sucedía allá abajo. Eran Mikahil y Ariah. El horror comenzó a correrle rápidamente, preguntándose de que forma ellos se gritaban, el porqué de que todo resultase tan aterrador hasta que, entonces, hubo u

simplemente corr

re sí mismas cuando fue hacia él. Se acomodó ahí, escalando sobre la cama y abriéndose paso entre las sábanas, buscando el único sitio que fue seg

solo sintiéndola. Cada centímetro de su propia piel comenzó a arder... y entonces Aurora se escondió entre sus brazos, llevando su cabeza al hueco de su cuello para acallar los sollozos, aferrándose a él

repentina que él había impuesto, lloró por la manera en la que lo extrañaba, lloró p

teniéndola, esta

con sus brazos. Y cuando ella lo murmuró entre

tanto. Ta

o, simplemente, solo besando sobre la piel, desesperada —como antes, cuando se enojaban y ella solo debía besar su mejilla para arreglarlo— pero esta vez ella besó todo lo que rozas

contra la piel— lo sient

ror

ara mirarlo a los ojos, los verdes estando ampl

ía sentido un d

llándose de repente desesperado. La sujetó con cu

repitió— por favor. Haz

Azael entero se destr

ró— no quiero

e. No quiero ser mala. No quiero ser

otra vez. Como un grito desgastado d

la que se quebraba; él siendo el culpable. La dejó sollozar una y otra vez, ahogán

escuchó decir en un s

guntó sin atre

á afuera —ella dijo b

sobre la mujer y el hombre que se abatían uno contra la otra como si fueran los peores enem

e pasará, no a ti. N

errándose a ella. Ahora que era suyo. Pero esos mismos brazos fueron la tentación que la h

se dejó llevar. Desea

.

encio. Los ojos fríos habían vuelto, notó Aurora poco después, terminando de despertar con un repentino y desconocido malestar sobre los

Az

o cerrándose con fu

erando que

palabras, a pesar de que se revolvía en su estómago a la espera. Amplió l

que te

irada herida tornándose en todo su rostro. Sus labios cayeron en

eguntando con la vocecita co

or

una de s

qué,

así? —ella ladeó la cabeza solo levemente, pestañeando para que no sali

n el sillón, desvió la mirada por segun

—Tan cansado de ti. De asumirte como una carga. ¿No lo crees?

u pecho, como algo

—jadeó, he

iendo como desconocidos. Todo él, en realidad, tornándose como un completo extraño ante sus ojos. Fue

penas sacudiéndose por un temblor imperceptible... solo mirándolo a los oj

n débil y torpe, repleta de tristeza que no hizo más que acumular un sollozo en la base de su garganta. Pero Auror

su cuerpo y solo quedó ella, de pie retrocediendo lentamente en un intento de alejarse; tan hermosa con su cabello rojo cayendo a

o ni por un solo segundo en medio de la oscuridad de aquella habitación, sol

lo? Estaba viendo los resultados de sus propias

la puerta de madera. Temblaba, él lo notó. Toda ella temblaba per

us comisuras temblando. Ella le sonreía pe

de ellos podía respirar.

luego negó suavemente. Lo miró por últi

itación sin decir algo

ompió en

r. Y cubrió su rostro para no

.

ficiera. Obtuvo un departamento a las afueras de la ciudad que nadie conocía y al que se escapaba cada noche. Comenzó a obtener tatuaje

enero. Aurora obtuvo una cicatriz

la mañana siguiente con moretones, heridas, rupturas de nariz, labios partidos... cuando llegaba. Porque a veces, él

ión advertían. Y Harvet comenzó a significar peligro, y él si

aseguraba de lastimarla con el filo de sus palabras y destruir esa dulzura que tenía c

retrocediendo cuando él la lastimaba. Le irritaba tanto. Lo consumía, en realidad, haciéndolo sentir furioso porque Aurora siempre

en un desastre, e

go llegó

ombra de temor. Se había acostumbrado a ese terror que comenzaba a respaldar su nombre y su apell

ozar con sus puños otro rostro y luego de ello, le temían. Cuando comprobaban que aquel que se respaldaba bajo un nombre

a sus oídos d

como solo un Harvet podía hacerlo. Con los ojos negros carentes de alg

ora. Sabe quién es ella y quie

alguien que perteneciera a Inferno solo significaba algo... y Azael no podía permit

con fuerzas cada vez que se acercaba alguien, estaba ahí, junto a otro chico... tal vez fue ahí que Azael notó cuan

ulso. Una sensación primitiva y desconocida abriéndose paso. Tragó duro, trató de calmarse y calmar su respiración, la forma bestial en la que su corazón g

fundo y doloros

, fue a donde

de vacío y tristeza— y luego lo comparó con la dulzura con la que veía aquel chico desconocido... y la ira se vio opacada por sentimiento más crudo, más abarcador, y casi retrocede ante

erlo. Pero él; él estaba tan cerca de la chiquilla. Tan cerc

cándose, comenzando a rodearlos a la espera, pero aún

pensarlo,

é qu

abiendo que era la famosa Bestia. Él pudo ver como el rostro se le tornó d

. No cuando Aurora e

do la cabeza antes de musitarle —Lo sabes —tan bajo

ó y fue solo un segundo. So

bo un jadeo y un grito, el crujido del golpe cuando el chico cayó al suelo. Su cuerpo repitió aquella rutina, sus puños avanzando con ira, golpeando a

ños; saboreó la ira. ¡A ella, la quería a ella! Quiso reírse, escuchando

. ¡Intocable! Maldición, estaba furioso, y lo probaba a cada puñe

ella er

Az

temblorosas, frágiles, envolviéndolo con cuidado. Como si

ael

naba tan at

é

i le t

quilla te

ciente, entonces, la multitud que los rodeaba, todos pareciendo quietos, atentos a sus movimientos y como, cuando Auror

etó su mandíbula con fuerzas hasta que le dolió y se acercó, el vaho de su aliento haciendo

a de ella y no es una advertencia. Ni a ti, ni a ninguno de ell

a, con aquella frialdad... esa era la única manera de que ella no notase el huracán de emociones que arrasaba en su interior. Y cuando ella lo miró, los ojos v

chó con el rugir del motor bajo su cuerpo y, cada vez que cerraba los ojos, la imagen de unos orbes

e su cabeza. Tan furioso, tan devastado... ni siquiera cuando se encerró bajo la lluvia artificial de la ducha con el agua congelada cayendo

ción;

ía alejars

, lo único que

éfono, una propuesta demasiado recóndita para ser aceptada. Él sim

Az

tu pro

línea sonó incrédula, gorgoteando

—masculló— comunícalo a tu gente: Azael

Cu

no a la pared. Algo s

dijo. Al otro lado de

z gruesa. Era una sentencia. — El círcul

us manos, sus nudillos destruidos. Recogió sus vendas en una esquina y los envolvió, se colocó los guantes sobre

e se coló y tiñó lo blanco de

.

ó y las herid

dieciocho añ

ó diecisiete

, hasta que la encontró en la puerta de aquel sitio, con sus o

o hacerlo dolía. Incluso, cuando se lo decía a sí mismo: Aurora era

quier

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