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El pecado de Azael

Capítulo 4 «Tentaciones»

Palabras:6148    |    Actualizado en: 10/07/2022

de la mano izquierda, trazado con tinta negra como si se tratase de una alianza; que

e, Peerce Harvet, en el pecho, a la altura del corazón. Como

y cabellos rojos, de ojos negros como el carbón. Tan hermosa que podría resultar irre

.

s sedosas y sus labios entreabiertos, exhalando suavemente sobre la piel de su cuello. Esos labios... Azael inhaló, dejando el aroma a manza

r más. Porque cuando Azael acariciaba su mejilla, solo pensaba en tocar sus labios y cuando besaba su frente,

qué momento Aurora había salido de la cama. La encontró ahí, inclinada sobre él a su lado. Cuando sus ojos chocaron contra dos orbes verdosos p

o bajo al verlo tan desorientado. Luego se acercó, tocándo

re él. Tenía los largos rizos rojos recogidos en una cola, Azael trató de imaginarla apartándoselos con esa delicadeza que ella tenía y sin pensarlo, estiró su mano para r

dejando a la vista un trozo de la piel de su pecho repleta de pecas y lunares y en el centro, el medallón plateado resplandeciendo con la poca luz de la habitación. Azael frunció el ceño, entonces, preguntándose cuanto tiempo habría dormido desde q

untó, su voz enronqu

que su rostro se arrugó, añadió— yo desperté hace poco, no ha sucedid

jilla tersamente y deteniéndose en lo alto de su pómulo. Azael se humedeció los labios, tragando con dureza. Cuan tortuoso podría resultarle aquello, el contacto inocente de Aurora sobre su piel y é

nó, abriendo sus ojos. Ella se ponía d

ónde

in amedrentarse. —Tengo q

alidez de su aliento en su rostro. Sus músculos se tensaron y su rostro se perfiló con dureza... sus manos viajaron instintivamente a sus caderas, sosteniéndola con sus dedos

su pulso se había disparo o como de repente le costaba re

s, muchísimo antes. Y ella, sol

ió mu

io inferior, ignoró el ardor que recorrió su boca y contempló su rostro, cada uno de sus ras

levantar la mirada— Te

ba en él, tanto como para creer la mentira más patética de todas. Y quiso regresar al gimnasio de su padre y destruirse los nudillos contra aquel saco de boxe

No alcanzó a

Aza

arganta. Se encontró apartándose del agarr

tonces, en un tono bajo y seco— f

didos. Heridos, al final. —No digas eso —s

sión o sorpresa que comenzaban a difuminarse en sus ojos; porque Azael nunca le hablaba así, para Aurora siempr

aba tan

a, de paredes blancas y luces que solo se encendían en la madrugada. Comenzó a subir al ring e ir hacia esa esquina, donde el saco de boxeo colgaba desde una cadena y comenzó a destrozarse los nudillos y golpearlo hasta destruirlo, solo intentado olvidar, descargar t

expresión tristísima al descubrir que él se había alejado y luego, cuando lo encontraba, él la trataba tan mal, cortándola con el filo de sus pa

señales. Pasos sobre un camp

dola sola en medio de la cama. Aurora había despertado por pesadillas al Azael no haber estado allí y cuando bajó

e. Ella se quedó quieta por un segundo, mirando primero a su madre

stiera. Y había tomado asiento al otro lado

olo existía silencio bajo el ruido de los platos y cubiertos. Cuando Aurora se adentró a la sala, los ojos cafés de

ariño. Tom

espuesta; los movimientos de Azael parecían duros, furiosos de alguna forma. Picaba sobre su plato y daba sorb

alidez y atractivo aristocrático, hombros anchos y alto, rígido en la cabecera de la mesa como si se tratara de un trono sin observar a nadie más que la ca

e calma, inclinó la cabeza en un gesto, curvando sus labios con elegancia —como si no fuese la misma mujer que diez años antes limpiaba los pisos

encia de conducir. Tal vez a él le interese su propio

propio coche, escapando cada vez que quisieran. Era un buen pensamiento, ese, tirando de sus comisuras y lanzando sus ojos esperanzados haci

ndose y sus dedos ajustándose tanto sobre la copa que está quebró su fino apoyo. Aurora se sobresaltó ante el sonido del cristal roto y Azael

plandecía salvaje en los ojos bico

per

a estaba donde Azael no, ¿Cierto? Tardó poco en soltar sus propios cubiert

siento, c

an salvaje y furioso se tornase Azael

do la lastim

pasos en zapatillas negras y medias blancas se escucharon en el pasillo de pisos de márm

parte de su rostro si bajaba la cabeza— cayendo sobre sus manos, todo él encogido y oculto. La preocupación latió a la par de su corazón y cerró la puerta tras ella, adentrándose. Sus pasos silenciosos, como l

cioncilla dulce que lo hizo abrir los

ono bajo que a veces en sus más remotos sueños le susurraba su nombre; su promesa. Y ella lo conquistaba, lo seducía co

ría tocarla

ticos cayeron sobre ella, oscurecidos y profundos. El negro opaca

res acariciando sus mejillas hasta que se encontraron con sus comisuras, los orbes verdes sobre él absorbiendo cada parte;

ció su ceño, ladeando la cabeza entre sus ma

ué? —pr

ra vocecilla en su cabeza diciéndolo le hizo cerrar

turbable y quieta, tan dulce como solo el néctar del fruto prohibido podría ser. Y

ándolas caer. Aurora lucía sorprendida y él sacudió l

hallaba vacía, ni un destello de la presencia de sus padres —porque al otro lado de la casa, ellos discutían en susurros. "¡No tenías que habérselo mostrado!"—. Ni siq

tremo apoyados contra las ventanillas, el espacio del asiento quedando entre ambos. Se sentía algo

les, el auto se detuvo solo por un segundo y ell

puño, inhalando fríame

nada. Sé que hay algo, Azael —cont

espuesta. La voz de Aurora se torn

tellos de miedo en toda la suavidad de su tono y é

e sobresaltó ante la dureza de su tono, ampliando sus ojos tanto como pudo—

esvió la mirada como si no soportara verla. A ella le empezó a latir el corazón con fuerzas contra el pecho, de una forma casi dolorosa porque al final, se le hundía

os bajo el traje de uniforme y la mandíbula afilada, los ojos luciendo peligrosos... y ella quedó ahí, sola, solo bajando cuando Pierce abrió la puerta

cosas —porque Azael estaba enojado con ella, ¿Cierto? No había otra explicación a la forma en la que le habló y co

dían discutir a veces, solo eso y tan banal que se deshacía en cuanto Aurora se estiraba para besar la mejilla de Azael o Azael, de repente, v

zael siempre caería, al final, por ella. Ellos lo harían. Y arreglarían eso, lo que fuese que se es

ael no

inquieta, solo tranquila cuando la encontraba a su lado... pero Azael no estaba allí. No llegó a buscarla. Cuando el tiempo casi se agotó y la preocupación agit

las miradas de los caprichosos herederos e hijos de líderes caían sobre ella. Sus ojos buscaron directamente una de las m

taba

io de su torpeza. Azael le daba la espalda, sentado en la cabecera de la mesa cuadrada. A su lado estaba Thomas; ell

los gemelos cayendo en ella al instante. Luego fue Earlier, quien bajó la copa de vino de sus

quitando la servilleta con la que se limpiaba las comisuras de los labios

resa por un segundo que le tomó transformarlo en amabilidad... pero ya toda la mesa se había quedado en silencio. El resto del m

s Harvet, no. sus ojos permanecieron fijos en él, intentando indagar en algo más que su postura tensa y su mirad

labio inferior temblar, esa sonrisa qu

chiquilla temblorosa frente a la mesa. La mayoría había terminado sus comidas, solo bebiendo de las copas y sirviéndose

o de los chicos de iris negros. Forzó a sus comi

ormida al final del salón.

se tornó burlón, cubriéndose con discreción bajo el bordecillo de la boca para ocultar una mueca. Pero

noción del tiempo, ¿Deberíamos,

a en la que la sonrisita de la chica cayó cuando se dio cuenta de la expresión de Aurora, nada de ello, logró quitarle la mirada. Como si el resto de la sal

a poco y fue como si, de repente, cada uno de ellos supiese lo

a sentarla a su lado y verla comer, él cuidando de cada detalle en la forma en la que lo hacía— esperó eso, al menos el más mínimo movimiento. No ocurrió y ahí fue c

acercándose. Su voz fue un soni

Az

o tirado por los extremos y a punto de explotar— que se instaló en el ambiente comenzó a atormentarla. Dio otro paso y los ojos oscuros y

istió— ¿Pod

díbula y su rostro y todo ella se sumió en inseguridad, mordisqueando sus labios y enc

eres

acta para pensar en disimular su reacción. Cada uno de ellos dejó ir la forma en la que Azael maltratando a Aurora los había tomado y la misma Aurora, por último, no se amedrantó

tura defensiva de Azael, la forma en la que observaba a Aurora como si se tratara de

era difícil diferenciar el iris de la pupila y otro claro y opuesto, casi celeste— y no hab

agar. Un leve presentimiento flotando sobre sus hombros, como si pudiera ver venir la to

mente, esta vez de una forma diferente. M

a los ojos fijamente. Aurora tembló en su sitio cuando él empujó la silla hacia atrás, haciendo sobresaltarse a Ría

i se tratase de un animal salvaje a punto de atacar. Le daba la espalda a

nsar una maldita vez d

dejó ir jadeo ahogado, soltando la servilleta de tela hasta que cayó en su regazo. Y ella... ella retrocedió, casi como si la hubieran golpeado en el med

ió en el pecho, quebrán

Hubo un movimiento casi imperceptible, que fue Thomas acercándose a Ría como para protegerla de la reacción de él

ono bajo, ronco. —Ella

queña se escapó y la limpió con rapidez con sus manos temblorosas, exhalando sin fuerzas. A su vez, su

de lágrimas, creyó ver el profundo arrepentimiento que parpadeó en los iris bicolores, acompañado de un dolor

ente, él dio otro paso. Y otro. De repente, el aliento de Azael le barrió sobre los labios... y luego él la rodeó, apartándose de ella como si la cercanía repentina le hubiera hecho daño y, sin decir una pa

en su cabeza se repetía todo. Se mantuvo ahí, parada en donde mismo la había dejado Azael... fue Milosh quien se levant

de cualquier cercanía. Sa

voz tan frágil que se q

ror

los, con esos dolorosos ojos negros— y trató de alzar

Retrocedió un paso, dos; comenzó a alejar

torpeza y prisas. Sus piernas la llevaron a través del comedor, tropezando co

decir nada. Hasta que un mozo intentó acercarse en busca

cabeza y fijó sus ojos en Thomas, su hermano. Luego los deslizó suavemente en cad

nunciando lo que

de Thomas cayeron sobre

ro de burla tras sus palabras. Ría abrió su boca para decir algo y, de repente,

miró el camino por el que se habían

al final, era tan cierto como las v

.

esos murmullos en su cabeza repitiéndole una y otra vez las palabras de él— y Pierce estaba fuera, esperando por ella

l dolor del pellizco despertándola. Trató de secar sus mejillas en vano, al final, cuan

preocupación mientras le abría la pu

medas. La inquietud se acentuó en su pecho cua

a observó c

antes, señorita. Con el joven

oce años, y era una noche en casa de los gemelos; Azael terminó regresando y acomodándose a su lado en la cama. Aurora había llegado a la conclusión de que Azael detestaba dormir en otras casas

ella afuera, cuando salió con los cabellos húmedos cayendo por su espalda y esas ropas ligeras que permitía

irando quedamente hasta que las lágrimas comenzaron a salir. El aroma de Azael persistía en las sábanas de seda sin desvanecerse aún

bía estar Azael de ella, de cuidarla y cargar con su peso; debía ser lo suficient

on sus brazos. Apartó un rizo rojizo de su frente, barriendo sus dedos con delicadeza sobre ella hasta que acarició su mejilla, solo tocándola. Cariño y anhelo en su mirada

. Rozó sus labios contra su mejilla c

, cerrando sus ojos

sto indescifrable tallado con dureza y frialdad. Ariah no hablaba, solo aguardaba en silencio. Cuando ella se adentró a la sala y se se

es hora de al

dra sobre él, mirando a su hij

ipo de

a como si ya supiera lo que sucedería y en cambio, su hija l

a mí mismo. Ese es

o desconocido ocupó el rostro de M

lo sintiendo una comezón en el pecho. Sus manos comenzaron a temblar bajo la mesa mientras

nte. Había algo extraño por la forma en la que el a

do algo más que curiosidad. —Pensé que e

la indiferencia de Azael cuando dijo —N

llos pequeños se quebró ante los fa

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