Apartada Para El Alpha (I libro)
re, al ver la resistencia de ambos, adoptó una postura más firme. Tomó del brazo a su hijo con una fuerza inesperada,
taron por el brusco movimiento que su propio padre ejecutó para deshacer el lazo entre ellos. Los ojos de Oshin seguían fijos en F
su fuerza, la angustia creciente en sus ojos cada vez que comprendía más y más lo que estaba sucediendo. Si la subían al coche,
y la desesperación. La angustia se convirtió en una sensación visceral, un vacío que lo consumía po
e mientras avanzaba con rapidez. A lo lejos, vio cómo las personas ya estaban terminando de meter a Fumiko dentro del vehículo. En ese preciso instante, el auto arrancó a toda velocidad, aleján
portar si se movía o no. Era como si el mundo entero se hubiera reducido a ese momento de angustia y frustración. Fue entonces cuando su padre, que había estado observando todo desde un rincón, llegó hasta él y lo t
dose entre sus piernas, su rostro reflejando una mezcla de sorpresa y dolor. Pero Oshin no
bjeto, cada mueble, cada cosa que estaba en su camino era una víctima de su rabia incontenible. Golpeó un jarrón contra la pared, rompiéndolo en pedazos, sin importar el valor que pudi
en un arranque de desesperación. Lo único que podía hacer era prometer a las mujeres del lugar que pagaría por los da
rabia que lo consumía. Su padre, con un suspiro pesado, subió al vehículo después de haber pagado una gran cantidad de dinero a las mujeres, y arrancaron en dirección a
omenzaron a caer con fuerza, resbalando por sus mejillas mientras avanzaba por el pasillo. Su habitación estaba justo en el último rincón del piso, pero ni siquiera se detuvo a respirar. Entró, destruyó todo lo que encontraba a su paso, como si cada objeto roto fuera una pa
ue una niña de tres años podría necesitar. Había muñecas, juguetes, ropa, todo ordenado con precisión, como si quisieran crear un pequeño mundo perfecto para ella. Pero Fu
lada, pero en su interior, la rabia crecía, especialmente hacia el señor Mael Itreque. Era él quien había permitido qu
odeada de cosas que, en su mente, carecían de todo sentido. Cada lágrima que caía de sus ojos era una p