Apartada Para El Alpha (I libro)
n, una calidez inexplicable que lo envolvió por completo. Se agachó hasta quedar a su altura, observándola con detenimiento, como si el rostro de la niñ
-. ¿Y tú, pequeña? -preguntó suavemente, tratando de descifrar la m
n ese lugar fuera una anomalía, algo fuera de lugar. Su voz, aunque suave, llevaba una cierta intensidad, como si ella misma estuviera inten
que a veces solo los niños podían ofrecer, una sabiduría
ito en la punta de la nariz. Ella rió, una risa suave y natural,
itirlo. Pero había algo en la forma en que lo dijo, una mezcla de frustració
e, pero en sus ojos había
o en sus palabras, en su tono juguetón, hizo que Oshin sintiera un alivio momentáneo. En ese lugar, donde
iko, con una sonrisa traviesa en sus labios, mientras su mirada recorría
: en ese instante, todo parecía menos sombrío, menos angustiante. La n
endo, mientras se ponía en pie. Ella, divertida, encogió los hombros, con una ex
glas del mundo, al menos por un rato, podían ser ignoradas. Para Fumiko, jugar era una forma de
atrapadas, olvidando por completo las responsabilidades, los ojos que los observaban, y las reglas que regían su
uró mucho. A lo lejos, se escuchó una voz
rdín. Oshin se detuvo en seco, reconociendo la vo
el jardín con la niña, frunció el ceño con incredulidad. No era común que los niños se relajaran en ese lugar,
a reprimenda, pero también con un toque de preocupación. El orfana
En lugar de contestar con palabras, extendi
ndió tanto a su padre como a la encargada. Era un gesto inesperado, pero él no vaciló
in, no pudo evitar mirarlo fijamente, como si no comprendiera del todo lo que acababa de ocurrir. L
a fría y calculadora, como si fuera un objeto. Ella se apartó
iko detrás de él, protegiéndola de la mirada acusadora de la encargada. La niña, sor
de esa manera antes. En el orfanato, los niños eran asignados, marcados, vendidos o abandonados. No se pedía permis
algo más en esa relación, algo que no podía ser explicado con palabras. Él asintió, dando a entender
ligera preocupación. Luego, se dirigió a la encargada-. Haz l
s. Ella sabía que, en ese lugar, el poder de la decisión recaía s
gratitud. No sabía cómo había llegado a este punto, pero sentía una extraña sensación de al
mismo que estaría allí para ella, siempre. Fumiko, aunque nerviosa, no pudo evitar sonreír, sinti
dos dormían, Fumiko pensaba en lo que había sucedido. Había sido apartada de todo lo que conocía, pero había encontrado al
llevara. Pero, por primera vez en mucho tiempo, no tuvo miedo. Sabía que al día