La Herencia de Alba
pte
sotros, mis nietos. Por mis hijos poco puedo hacer, aunque lo intentaré. Espese explicara. Perdió la mirada más allá de los cristales mojado
necesidad, se sacrificaron por ahorrar y lograr su sueño: ser dueños de un colmado, un almacén de alimentos y de pertrechos de todo tipo, desde herramientas hasta telas —aclaró volviendo la vista a mí—. Nací en Matanzas en 1856, doce años antes de
lucha: procurarme un trabajo que me asegu
vos y de los mestizos. La educación es un arma, no lo olvides. A los quince años despachaba en el colmado junto a mis pad
ños! —exclamé
n. Supo embaucarme y, con el tiempo y atenciones, conquistó mi corazón. Cuando mis padres se retiraron, eran dueños de dos prósperos colmados que heredé. Era hija única, tras un aborto, mi madre no consiguió volver a concebir. Para entonces, Camilo y yo ya habíamos adquirido el i
rdo y yo no me atreví a di
serie de cosas que, hasta ese momento, no me habrían servido de nada, pero que, a medida que aumentaba la fortuna, era necesario para acceder
us hijos? —inter
on los negocios durante dieciocho años? He cerrado tratos con el gobierno, me he reunido con compradores, con otros hacendados para resolver problemas de i
re he oído que usted era una r
legios de las mujeres de la burguesía: una cultura general, equitación, tocar el piano, aunque nunca se le dio bien, y tonterías por el estilo; y una buena base de contabilidad para ayudar en casa. Pensamos que les ofrecíamos una educación adecuada porque había estado
era orden en los recuerdos que se le acumula
clases refinadas pero arruinadas. Milo creyó que tu madre había caído a sus pies y fue al contrario, Lucía lo moldeó como si se tratase de barro para que olvidara su origen. Es más fácil amoldarse a la buena vida que al trabajo. María Ángeles que
o si fuera u
Podría haber sido algo puntual, sino por sus venas hinchadas y lo
igual que mi
ue ella desea. Es inseguro y muy influenciable, y un
gura de lo dice? ¿
ia y, poco a poco, de
Ángeles habían sido engullidos por una vida cómoda y aristocrática. En aquella época, todavía lo disfrutaban y los matrimonios funcionaban aparentemente. No dije nada, y menos a Camilo cuando regresé con la
la razón de su dist
es suficiente. Milo ha crecido, tarde, y no soporta el yugo impuesto por Lucía y se ha
que me parezca a ellos: mi madre me reprocha la falta de elegan
onde con la pataleta de una adolescente; por el contrario, se debe a una
una escuela para señoritas en Cáceres, y mantengo corresp
rsación quedó interrumpida—. ¿Escam
ó la abuela—. Ve a cambiarte. Leo, avis
a velocidad que alcanzaba me daba vértigo. Leo se rio de mis miedos, sentado