La mirada de mi bailarina
se encuentran en
*
l muchacho estaba solo en el apartamento, reprochándole mentalmente a su madre el hecho de no haberlo escuchado cuando propuso comprar un par de ventiladores portátiles antes
ayuda en el recibidor que por ende quedaba mucho más cerca. En fin, todo parecía mejor desde la menor altura posible, y
ar el problema. Estaba metida en quién sabía dónde y su hijo solo quería ahorcar al de mantenimiento por tardarse todo el día en llegar
ía que Lottie tardaría casi media hora en cumplir aun cuando vivía cruzando el pasillo, de seguro primero se cambiaría los monos por un pantalón y se empolvaría la nariz llena de pecas. Hubiera ido él mismo a buscar lo que tanto necesitaba de n
ventana ubicada cerca de la cocina para sentarse e intentar leer allí. Pensó en llamar a su ansiada visitante, decirle a gritos que no había más de veinte metros de distancia entre sus lugares, pero decidió no ser grosero con la
os respondiera las plegarias de un niño. Con algo de prisa dejó las hojas en la mesa y abrió la puerta encontrándose con una chica que no p
al primer piso para llevártelo -explicó su con
e -le repro
diar con el baboso de Eliot? -no supo po
bien estudiar en una casa con muchas personas hablando a gritos cada cinco minutos
ato -arrugó la nariz y se recogi
o... -se permiti
sta a los diecinueve -giró sobre sus talones y se encaminó
ojos pegados a las palabras impresas del papel se dejó escuchar un ruido que provenía de afuera y no eran bocinas ni el típico alboroto de la calle. Reclinó la silla y dejo los pies en el marco de la ventana. El ruido de antes se intensificó
tazas de té y el hermano de la nueva amiga que parecía ser agradable, no tanto como la mujer que hacía unas galletas riquísimas que no le gustab
s y el ventilador en máxima potencia mientras estudiaba y escuchaba esa musiquilla, que se hacía presente todas las tardes con tonadas variadas. Se había acostumbrado a la música así que todas las tardes terminaba por abrir la
u amigo del alma hablando sobre todo y nada. Para la hora en que Santiago se acer
ambos después de ver la pant
de vas,
ina está enferma y le llevaré una aspirina
que no se había hecho presente Eliot ya estaba haciendo hipótesis sobre su procedencia. En algún momen
nde va
que no había dicho na
que le decía a veces. Antes de irse le dijo otra de sus
hijo. Olía a té de manzanilla y tenía el rostro resplandeciente. Se se
ió ya sentado frente a ella, metié
oceó el pollo con el cubierto-. Ah, no es una niña. Tal vez tenga tu ed
sitaba? No. La mayoría de las veces solían ser obsesivas, tóxicas... Como
ú q
ad
*
Como de costumbre, ya estaba en la ventana escuchando la música, que ese día no había faltado, y más aun se sentía frenética. La curiosidad comenzó a picarle y entre más permanecía observando las ventanas, más se preguntaba lo
ca. No supuso lo que encontraría, cosa que era muy rara en él, puesto que pensaba y calcula
e la universidad, y en algún momento debió verlo. Se rascó la nuca, manía que había copiado en los años que tuvo una imagen paterna... Y de eso hacía bastante tiempo. Un hombre canoso que paseaba a su perro, o viceversa, a una distancia corta lo observó con los ojos cansados. Santiago, que no se quería q
bajo. Y San se hubiera reído con más entusiasmo de no s
a entrada su mente gritó un «¡Bingo!» No estaba cerrada, al menos no con seguro. Empujó la puerta y escuchó cómo rechinó junto con el s
olvo que no transmitieron más que una débil luz. Comenzó a subir las escaleras, y a medida que más subía iba aumentando la velocidad. La melodía asc
l de la puerta no hizo nada, se quedó estático, protegido por la obscuridad que ofrecía la construcción. Su mente se quedó en blanco y esperó estar alucinando.
hermosa criatura. Una chica en medio de aquel salón, la imag
*