Acero y carne, 9002-9027
eció un punto azul en su superficie; se trataba de un boquete que al fin se había abierto en el hielo
istórico que habían aprendido en su natural proceso de educación. Sin embargo, esa mancha azul para otros -en particular para los habitantes de Marte, jocosamente ll
dejándose ver por poco tiempo. Pero en ese entonces los colonos de Marte notaron algo que les llamó la atención: con el pasar de los años la Tierra se hacía cada vez menos brillante, cosa lógica, pues los océanos se iban extendiendo y la luz era absorbida por el azul creciente de los mares. Las nubes aparecieron débilmente al principio, pero a medida que los océanos progresaban, su
enas, México... todas esas ciudades de sus sueños y que veían en el arte del Prexilio -para las lenguas de los hombres de esos tiempos, palabra casi equivalente a 'prehistoria', pues designaba todos los tiempos anteriores al Éxodo y, como prehistoria significó alguna vez, designaba la nueva palabra, Prexilio, los tiempos incomprensibles de los hombres que vivieron antes de las eras realmente entendibles para ellos: las eras espaciales-. Una histeria colectiva infundió a la gente -en Marte con enorme
seis personas que cayeron al norte, a varios cientos de metros sobre lo que un día había sido Viena. Los robustos seres humanos que emprendieron esa aventura llevaban cascos con visores oscuros para protegerse de la radiante luz que hostigaba a aquel mundo y del frío
casco para respirar
nas? -preguntó otro
determinación Arenas-. No creo que me p
grados. No es cuestión de solo pasar
así quiero respirar este aire. Mir
utorización a c
Robert, no
nqueció por completo ante la repentina cristalización de humedad en su superficie. Por fin, el astronauta logró exponer su rostro al mundo, convirtiéndose en la primera faz humana en encarar directamente a su antigua Madre Tierra. Arenas era un hombre de piel clara,
. Me congela
co -Robert so
del frío-. Solo quiero aspirar una vez más. Es un aire como n
lecido en otras colonias más o menos duraderas, aunque no tan importantes como las del proyecto marciano: en Ishtar, un pequeño planeta, otrora llamado Lalande 21185-4, y en Hilas, un satélite del tamaño de la Tierra que giraba en torno a Heracles, un gigante gaseoso un poco más pequeño que Júpiter, pero, dada su elevada densidad, poseedor de una fuerza de gravedad asombrosamente elevada para un astro de su talla, casi la gravedad propia de una estrella pequeña -lo que a todos recordó la descomunal fuerza que poseía el personaje mitológico que le dio nombre-, y que en los tiempos más antiguos era llamado Lalande 21185-7b, ambos en órbita de Lalande 21185 -ahora tal sol llamado oficialmente Lalande, a secas-. Igualmente, estaba Forseti, planeta calcinado como el Mercurio solar, el mundo más hostil y complejo en el que se había establecido el hombre -ese lugar en el que nunca debió haber prosperad
ier -Siempre había algún imprudente que sacaba a relucir la verdad-.
alguien que respondía-. Ya s
s lo que llamó su atención fue ese pequeño destello azul, un destello de mar, que lo cautivaba como si fuera una flor de color brillant
todo, su lugar de origen, su verdadero hogar. Por eso la dureza de ese reto no empequeñeció al hombre, que justificó la continuación durante tan largo tiempo del trabajo realizado por los espejos, los cuales calentaban la Tierra lentamente y con delicadeza, sin agredirla ni maltratarla, como se había hecho con Marte o Hilas. La Tierra er