La esposa despreciada es el genio médico Oráculo
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flejando las luces de neón de la ciudad en charcos distorsionados y rotos. Desde el piso cuarenta y cinc
bla que aparecía y desaparecía al ritmo de sus pulmones. Observó cómo una sola gota trazaba un camino p
nándose con una vida que no era la suy
de cuero estaba un poco suelta, un regalo de Don César q
mezcla exacta de hierbas que Don César prefería, era ahora solo un centro de mesa congelado de esfuerzo desper
er aniversa
del agua. El silencio en el ático era opresivo. Era un museo de lujo minimalista: cuero blan
cina. El sonido fue áspero, resonando
ar y repugnante que siempre daba cuando Don César llegaba tarde.
otificación de una columna de ch
l con su amor de la infancia, Rubí. Fuentes dic
César era alto, sus anchos hombros encorvados hacia adelante en una postura de cuidado extremo. Sostenía la mano de una mujer
. Parecía presente
ue no
Era un viejo moretón que alguien seguía presionando. Miró fijamente la foto, diseccionándola. Él soste
principal emitió un pitido. El chirrid
amaño. Se ajustó las gafas, empujándolas por el puente de la nariz. Esta era la armadura que
menta: lana húmeda, ozono y, bajo todo ello, el
a desabrochado. No miró la mesa del comedor. No miró las velas muertas. De
. Su voz era suave, apenas un
a cabeza ligeramente, reconociendo su presencia por primera vez. S
jo. Su voz era ronca, cort
obladillo de su falda. Sus n
pasada fue una migraña. La anterior, un ataque de páni
ó más adentro en la habitación, ignorándola c
ido-. Conoces el trato. Ella tiene una co
o vio la comida. No vio el vino que había respirad
para mirar
o que soy?
la puerta de su estud
s el nombre, la casa, las tarjetas. No a
ntró, cerrándola co
llo. El silencio regresó de
o. Otro mensaje. Esta vez
cuerdo de fusión mañana. No seas
palabras. N
milia y la maquinaria corporativa de Don César. Había sido la esposa marcador de posición para que Don César pudiera ase
educación a la perfección. Había ocultado sus títulos.
ra gruesa, ocultando la forma de sus ojos. El cárdigan se tragaba su f
era est
rd a los dieciséis años. No era el Oráculo que podía diagnosticar enfermeda
staba cansada de emb
una sensación de hormigueo y calor, y se extendió por sus brazos hasta
enía su dinero. Don César tenía su t
ás que una cena frí
Sus pasos eran silenciosos sobre la alfombra de felpa.
para ella: beige, crema, rosa pálido. Colores que se desvanecían en el fondo. Alcanzó la parte
ía a papel vie
pacó la ropa colgada en el ar
cuadro. Introdujo el código: su cumpleaños, que Don C
pequeña bolsa de terciopelo que contenía un colgante de jade, lo único que realmente poseía, el único vínculo c
artículos e
, un par de pendientes de zafiro y una pulsera de tenis. Regalos de
dejó
Sus dedos volaron por la pantalla. No estaba escribi
o de D
itant
do: Don
ho a la pensión alimenticia. Renunciaba a su reclamo sobre el á
final del pasillo. Las paredes eran gruesas, p
o que Eva nunca había escuchado dirigido a ella-. Es
no se detuvieron.
el pasillo cobró vida. El
illo, recuperó la única hoja de pap
El papel blanco contra la seda gris oscura parecía u
pesado. Era un anillo hermoso, impecable y frío.
istió por un momento, pegándose a su pie
había estado el anillo. Se se
Se asentó perfectamente en el centr
iró atrás a la habitación. No miró la cama dond
juego aún no había terminado. Salir del edificio s
pasó el dormitorio principal y abrió
ría, estéril, y olía a ropa d
jo. El clic de la cerradura fue