El multimillonario que me llamó aburrida
ista de Ca
n un equipo de estilistas, a todos los cuales despedí cortésmente. Me vestí sola, mis movimientos rígidos, robóticos. Las joyas se sentían pe
taba pálido, mis facciones afiladas por el dolor y la resolución. Esta no era la Carla que Gae
deslicé en los lujosos asientos de cuero, el silencio en el interior aún más ensordecedor que el de mi apa
tineo de copas de champán. El aire estaba cargado de perfumes caros y el olor a din
un esmoquin a medida, una sonrisa forzada en su rostro. Me tomó la ma
, susurró, su voz baja, pos
ras que destellaban a nuestro alrededor. El mundo veía a una parej
s papeles. Gael me presentó a varios dignatarios, su mano descansando protectoramente en la
, ella a
ra Wa
sonrisa amplia y depredadora. Sus ojos, sin embargo, est
lado, su agarre en
ró, su voz teñida de molestia. "L
a sonrisa amarga jugando en mis labios. "¿O
Bárbara, que ahora se dirigía
", dijo Gael, su voz t
a del mundo", ronroneó Bárbara, sus ojos nunca apartándose de
enas velado, una puñalada a mi
sus maridos", respondí, mi voz firme, sin traicionar nada de la ag
vaciló, reemplazada
tras, su cuerpo una barrera.
a, su voz goteando malicia. "Todos deberían sa
cuello, el que Gael me había presen
nte dulce. "Casi idéntica a la que Gael me dio para nuestr
o. Gael le había dado el mismo collar, un símbolo de su supues
ento. Abrió la boca para protes
pequeños secretos. Y Carla, querida, tú también deberías. Pregúntale sobre la galería 'privada' que montó para mí, u
que era una sorpresa para mí, un lugar para exhibir mi arte. Otra mentira. Me había mostrado una
arecía horrorizado, un destello de genuino arrepentimiento en sus ojos. Pero e
abras, alzó la voz, asegurándose de q
Gael?", se burló, sus ojos brillando de triunfo. "¿Una
to de un camarero que pasaba y, con un movimiento rápido y d
tendió sobre la seda azu
tivo recorrió
ficaron, capturando el humillante
ndo de su estupor, rug
se escabulló, sus ojos salvaj
millación. La mancha en mi vestido se sentía como u
, miró de Bárbara a mí, su ro
urró, alcanzándome. "Déjame l
Era todo. Las mentiras, la tr
y no vi al hombre que había amad
a de shock, piedad y diversión apenas velada. Toda la es
e invadió, una sensació
do de huir, de desaparecer, de s
o haría.
e, aunque fuera lo
ta noche, no solo como el triunfo de Bár
der, un chillido repentino
gaba precariamente sobre el salón de bai
salón, seguido por el aterradico es