Su deseo, mi corazón moribundo
/0/21583/coverbig.jpg?v=365ea9891415128d924bdacb840619b1&imageMogr2/format/webp)
o, pensaba que solo era otro de mis juegos para llamar su atención. Me
le que me llevara al hospital, me sujetó la barbilla y sus
aré. Solo espero
star con su verdadero amor, Karla, mi mejor amiga. Ella era por
sacrificio para salvar a su familia de la ruina. Nunca supo la profundi
onante perfecta, tomé mi última decisión. Le conceder
ítu
piso estaba helado bajo mis pies descalzos. Un dolor agudo, como si me retorcieran por dentro,
ando mi reflejo en el cristal. Mi rostro era de un blanco fantasmal, con
ces,
deliberados baja
dr
desesperada esperanza. Respiré hondo, reuniendo las pocas fuerzas que me que
apenas audible, como si pronunciar su nom
ió de arriba abajo. No había calidez, ni un destello de reconocimiento para la mujer con la que
unar? -pregunté, con una v
esperanza se encendió dentro de mí. Quizás,
able. Se dio la vuelta, sin decir una palabra, y caminó hacia la puerta principal. El sonido de s
y un dolor familiar y agonizante se extendió por mi cuerpo. Jus
cia él. Mis dedos se aferraron
abio con fuerza para evitar que se me escapara un grito. El s
uñido bajo, cargado de veneno puro. T
se aferraron al borde de su saco, en un último y desesperado es
z temblorosa, cada palabra una lucha-.
o era autosuficiente, ferozmente independiente. Esto no era un truco. No era una súplica manipu
ntrecerran
de te
oleada de náuseas. Señalé vagamente la parte baja de
sonido áspero
víctima para dar lástima? -Sus palabras fueron como
arrando mi barbilla y obligándome a levantar la cara pa
lado que prometía un daño irreversible-. Nunca te perdonaré
uerpo gritaba en protesta. No podía dejar de temblar, un temblo
entró en su estudio y la pesada puerta de roble se cerró de golpe, cortando la
chando por respirar, agarrándome el estómago como si quisiera mantener
bolsillo. Mis dedos, entumecidos y torpes, de algu
e ignorar. Estaba de pie junto a la ventana de su estudio, con el teléfono pegado a la oreja, su rostro impasible. Supuso que era solo otra de las actua
a la ruina. Creyó que ella lo había abandonado entonces, buscando pastos má
arrojando un brillo crudo sobre el sobre blanco que sostenía en mi mano. Mi nombre, Celina Ga
naban en mi cabeza: «Enferme
irón, mis ojos recorriendo el informe, buscando un error, una errata, cualquie
é, con la v
ía en mi pecho. Corrí a buscar a otro doctor, un especialista cuyo nombre había oído. Le rogué una s
os mismos. Una enfermed
nté, las palabras apenas un aliento. Tenía
s gentiles, se arrodilló ante mí. Tomó m
ue podamos, Celina
dían borrar el hecho frío y duro. Me derru
cé, el sonido crudo y roto-.
o, de todo a lo que me había aferrado. Era un fracaso del que no podía escapar, una mu