El Sabor de los secretos
icardo
cién molido que mi asistente solía dejar en la bandeja de plata. Llegó con el estruendo metálico
a de humedad en forma de mapa antiguo justo encima de mi cabeza. El colchón se hu
n mi suite del hotel en Mónaco. Esta
i infantil, se dibujó en mi rostro. Era libre.
mi reloj en la mesita de noche, pero mi mano se detuvo en el aire. El Patek Philippe est
o, estaban los zapatos italianos que casi me delatan anoche. Los miré con desdén. Eran her
ión: camufla
ilo, escuchando los sonidos del apartamento. Había silencio en el pasillo, pero un leve tintineo de ollas subía de
pan caliente y alcantarilla. Caminé tres manzanas hasta encont
rse. Pagué con un billete de veinte dólares y me quedé mirando el cambio en monedas en mi palma. En mi vida anterior, ja
ante. Necesitaba café, y la curiosidad por ver el
ho más pequeña que las cocinas industriales de los hoteles de mi familia, pero tenía un alma que aquellas no poseían. Había ma
d que me pareció peligrosa. Llevaba el pelo recogido en una
solo para proveedores -dij
desde el umbral-. Buscaba ca
rina en la mejilla izquierda. Parecía no haber dormido más de tres hora
ue eras el repartidor del pa
un poco, sintiéndome un intr
allí. Es café de grano, fuerte. Si quieres azúcar, está en el bote de cerámica
l petróleo y olía a gloria. Le di un sorbo
perfec
ntos. No desperdiciaba energía. Cada corte, cada giro, tenía un propósito. Me recordaba a mi pad
así de intens
ras en una sartén gigante-. Tengo inspección de sanidad la próxima sema
e un ordenador portátil antiguo estaba abierto junto a una montaña de papele
nces. Los números eran un idioma que hablaba mejor que el español. Pod
epente, deteniendo su actividad. Me miró con
ad, había reestructurado la deuda soberana
anos en el delantal y c
en negativo. Y tengo una oferta de compra del edificio que... necesito sa
n su boca, como si fuera un idioma e
r a cebolla y ajo se mezclab
ame
se quedó de pie a mi lado, cruzada de