La Emperatriz que entierra su pasado
marcada en la puerta, su rostro inexpresivo, sus ojos fríos y distantes. M
ntinuó Belinda, su voz goteando falsa simpatía-. Cin
el aire, sus ojos recorriendo mi ro
tenía en mi cuenta de ahorros cuando conocí a Alejandro. El dinero que había ahorrado meticulosamente de años de tr
que ahora había sido robado. No me estaba dando un acuerdo; m
da brillaban con
es mejor que nada, ¿no? Después de todo, realmente no contribuiste mucho a la empresa, ¿verdad? Sol
das a picar, simplemente confirmaron lo que ya sabía. Se estaba deleitando en su victoria, disf
ería que esta pesadilla terminara. Querí
o, ella lo soltó deliberadamente, dejando que la petición de divorcio revoloteara hasta el s
rtos con falsa contrición-. ¡Qué torpe soy! Lo siento mucho, Cinti
a, inmediatamente dio un paso adelante. Se arrodill
, mi amor? ¿
los papeles en
nto arrugado. Alisé los pliegues, mis dedos trazando las palabras f
irmados apretados en mi mano, y conduje hast
o vi. Cajas. Mis cajas. Cuidadosamente apiladas junto
idos, mis suministros de arte, la colcha antigua de mi abuela
ave, solo para descubrir que no func
severo que nunca había visto antes, abrió l
rla? -pregunt
esapego invadiéndome-. La... exesposa. Solo vine a v
ca desdeñosa torc
ez dijo que toda tu basura vieja estaba en la acera.
ido resonando huecamente en el espaci
burbujeando en mi garganta. Estéril. Basura. Mis contrib
. Entonces, lo vi. Un pequeño carillón de viento de porcelan
equeño departamento alquilado. Sus manos, usualmente tan hábiles en la construcción, eran
incluso en las tormentas más duras, siempre hay belleza, siempre
lujo, de comodidad material. Pero la melodía se había dete
reducido a nada, como arena deslizándose entre las manos ahuecadas. El carilló
ara salvar lo poco que quedaba de mi pasado. Pero ahora, simplemente no podía. No podía obligarm
eliberadamente, me di la vuelta y me alejé. Dejé todo, las cajas, el
er con nada más que la ropa que llevaba pu