Él puso fin a nuestro para siempre
de A
dico, un recordatorio insistente de que estaba viva, pero apenas. Mis ojos se abrier
sa de alivio, cortó el silencio. Estaba allí, inclin
ravesó mi brazo derecho. Estaba encerrado en un pesado y
los monitores. -Señor Kane, por favor, dé
¿Te duele? Los médicos dijeron que tu brazo estaba... destrozado. Y que tenías una conmo
ecordé las voces de la azotea, la escalofriante revelación de la
n en mi bomba de intravenosa. -Esto ayud
ico hacía efecto. Los bordes del mundo se suavizaron. Po
mano izquierda, su pulgar acariciando mis nudillos. El toque, una vez tan reconfortante, ahora se se
lo prometo, arreglaré todo. No sé qué pas
ro se descompuso. Parecía herido, confundido. Pero no había ira. Solo una profunda tri
por ti es culpa. Una formalidad. Un hábito. Y en ese momento, lo acepté. Había una extraña
ágrima de dolor, ni siquiera de ira. Era una lágrima de pérdida. Por la chica q
nuevo, su rostro una máscara contorsionada
ación cruzando su rostro. Lo silenció, pero volvió a vibrar casi de inmediato. Luego otra v
nna? Te dije que te llamaría. Estoy con Amanda ahora mismo. -Hubo una pausa, lueg
lor sordo. Mi mentora, la profesora Davies, entró entonces, con el
ómo te sientes? -pre
ra -logré decir
rbadores en su computadora, dirigiéndose a ti, pero también... a otra estudiante. Jenna Christian. Parece que desarrolló una
transferencia de karma"
ciló-. Parece que algunos de tus compañeros están cuestionando la originalidad de tu colec
tratando de robar mi carrera. Una risa amarga se me escapó. -¿Importa, profesora? -pregunté, m
ítida y de aspecto oficial-. La École de la Chambre Syndicale en París. Han confirmado tu aceptación a su programa de becas. Y se han puesto en contacto. Están dispu
i escape. Mi futuro. Ya no era un su
bién. -Sonrió, una sonrisa genuina y cálid
nza, frágil pero real, parpadeó dentro
con el rostro tenso. Vio la carta en la mano de la profesora Davi
Estás herida. Necesitas recuperarte aquí. Conmigo. -Se volvió hacia la profesora Davies,
ane, esta es la decisión de Amanda. Y es una o
n, su mirada frenética, moviéndose entre la profeso
n su voz, la repentina posesividad, todo era demasiado ta
un pequeño ceño fruncido en su rostro. -Oh, Benjamín. Parece que Jenna Christian te e
ngustiada? ¿Qué pasó? -Todos los pensamientos sobre mí, sobre París, sobre nuestro pasado destroza
ción, sacando su celular, ya llamando a Jenna. Sus pasos
el futuro había descrito, corriendo ciegamente hacia la mujer que lo arruinaría, dejándome a mí